¿Puede salvarnos el cuatripartidismo?

¿Puede salvarnos el cuatripartidismo?

La tribuna

¿Puede salvarnos el cuatripartidismo?

El autor analiza las similitudes entre los populistas de EE.UU. y España para concluir que la ruptura del bipartidismo es la única receta para evitar a Trump y sus homólogos.

10 diciembre, 2016 02:02

¿Alguna vez han entrado en un restaurante chino? Los que lo hacemos de cuando en cuando estamos familiarizados con una sensación sin nombre; aquella abrumadora y descorazonadora noción de lo inabordable a la se expone cualquier persona que ve frente a sí no menos de un centenar de platos distintos entre los que elegir. ¿Por dónde empezar? Es la antítesis del minimalismo de aquellos restaurantes en los que se nos ofrecen dos únicas alternativas que no terminan de convencernos.

Bien pudiéramos rescatar a Aristóteles a este respecto para afirmar que la virtud se encuentra en el término medio entre ambos extremos, como bien han asimilado todos los restaurantes con un razonable grado de éxito. No obstante, confrontados ante cualquiera de las dos situaciones descritas –entre las cuales, he de confesar, me quedo con la primera-, en última instancia la realidad nos conduce a tan sólo dos sencillas opciones: aceptar la carta o ayunar.

La participación política, en fin, se conduce por similares derroteros, en tanto la democracia representativa -como la vida misma- no es más que una serie de decisiones que han de ser tomadas por el sujeto político soberano, la ciudadanía, y que van dibujando el cauce por el que ha de transitar un devenir común que, si bien sometido a otras fuerzas que la de su propia voluntad –más poderosas que nunca en un mundo globalizado-, siempre depende en importante medida de las elecciones reveladas mediante el sufragio universal.

¿Hubiera podido imponerse el magnate, el pasado 8 de noviembre, en un sistema democrático con más partidos?

La democracia, es, en fin, decidir, y no hace falta gozar de una mente particularmente iluminada para deducir que, al igual que en ambos restaurantes a los que se ha aludido, una elección no sólo depende de la calidad, sino también de la cantidad, de las opciones disponibles.

Es precisamente aquí donde la variopinta idiosincrasia nacional abona con su particular receta el campo en el que han de germinar las decisiones políticas. Tenemos sistemas políticos atomizados, como el italiano o el griego; otros bipartidistas, como el británico, norteamericano y –qué lejanos parecen ya aquellos días- el nuestro propio hasta reciente fecha; también aparecen otros dominados por tres actores principales, como México con su PRI, PAN y PRD, y la Francia actual en la que empuja con fuerza el Frente Nacional como alternativa a la izquierda y al centro derecha. Entre los cuatripartidistas podemos encontrar hoy la Alemania de Angela Merkel y a la España actual.

A la luz de lo anterior, y acercándonos ya a la cuestión que encabeza este artículo, no resulta descabellado plantearse si la cantidad, y no sólo la calidad, ha jugado un papel relevante en la reciente y sonada victoria de Donald J. Trump en las elecciones norteamericanas. ¿Hubiera podido imponerse también el magnate, el pasado 8 de noviembre, en un sistema democrático con más platos que degustar? Considerando que fueron a las elecciones con los candidatos más impopulares de las últimas décadas, no es descabellado sostener que no. Existe un importante número de estadounidenses que, desanimados a partes iguales con las dos únicas opciones republicana y demócrata, optaron por propiciar un cambio; existe, por otra parte, un número probablemente más elevado aún de norteamericanos que, como en aquel restaurante cuyo menú nos ofrecía tan sólo dos platos, optaron por ayunar y sumarse al siempre abultado bando -en los Estados Unidos-, de la abstención.

¿Podría Pablo Iglesias conquistar el poder en un sistema político con dos opciones como el norteamericano?

El país de Benjamin Franklin es de antiguo una de las naciones desarrolladas con los índices más bajos de participación, ante lo cual cabe plantearse si, además de al voto rogado, puede achacarse tal circunstancia a la histórica inexistencia de una alternativa al aplastante bipartidismo republicano-demócrata -que persiste desde hace más de 220 años-, capaz de seducir al menos a una porción de esos abstencionistas crónicos.

Trasladando el fútil pero siempre divertido juego de los ifs -y si, en inglés-, a España, pero considerado el nuevo escenario cuatripartidista, podemos plantearnos finalmente la misma cuestión desde la óptica contraria: ¿podría haberse impuesto Donald Trump en nuestro nuevo y variado menú nacional? Resulta ciertamente difícil imaginarse al magnate sometido a la moderación de Manuel Campo Vidal en un debate televisivo organizado por la Academia de la Televisión, celebrando un mitin en la Plaza de la Villa o vestido de chulapo en San Isidro… No obstante, es difícil negar las similitudes del personaje con otro de cosecha propia, amigo también del discurso fácil, las etiquetas definitivas, las soluciones mágicas, las verdades absolutas y una singular forma de entender la cortesía parlamentaria.

Carece de sentido plantearnos si Pablo Manuel Iglesias Turrión podría haberse impuesto en el actual escenario cuatripartidista, dado que el electorado español ha demostrado hasta en dos ocasiones, durante el último año, que no. Adaptando, pues, la pregunta, ¿podría el líder de Podemos haber conquistado el poder –"asaltado el cielo”, en su argot personal- en un sistema político con dos únicas opciones “con opciones”, como el norteamericano? No es sin duda inverosímil, si nos atenemos los datos. En las elecciones celebradas el pasado junio de 2016, planteadas por el Partido Popular y Podemos como una “segunda vuelta” entre los conservadores y el partido de los círculos, casi 8 millones de ciudadanos votaron al Partido Popular frente a los casi 14 millones que optaron por otras opciones.

¿Puede el cuatripartidismo salvarnos de Trump y sus homólogos nacionales? Parece que ya lo ha hecho dos veces

En la anterior contienda electoral, en diciembre de 2015, la brecha entre los conservadores y el resto de opciones fue aún mayor: poco más de 7 millones optaron por ellos frente a los casi 16 millones que votaron otras opciones. En ambas citas electorales, casi todas las circunscripciones mostraron una suma de Podemos y PSOE notablemente superior a los populares, lo que en un sistema mayoritario como el norteamericano –donde el ganador en la circunscripción obtiene todos los electores en liza- una unión de la izquierda hubiera sido potencialmente devastadora para las aspiraciones de los conservadores.

Asumiendo, por supuesto, lo imposible de predecir el comportamiento del electorado ante una alteración de las opciones electorales –cada votante es en democracia, sin duda, un universo-, no resulta disparatado imaginar, en una contienda a dos entre Podemos y el Partido Popular, un considerable grado de abstención entre aquellos votantes que –como tantos estadounidenses el pasado 8 de noviembre- prefiriesen el ayuno a cualquiera de las dos opciones en la carta. Tampoco una ligera deserción entre las filas del conocido, continuista y predecible proyecto del Presidente entonces en funciones –continuismo como el de Hillary con Obama-, por lo demás opuesto a un actor impredecible y vibrante, peligroso, quizá, pero indiscutiblemente nuevo, que reta a un establishment con cuyo apoyo, por los motivos más o menos acertados que puedan existir, ciertamente no cuenta. Todos esos elementos que hemos visto en Estados Unidos y que, unidos al sistema mayoritario –Hillary, es preciso recordar, ganó en votos- catapultaron a Donald Trump al despacho oval que pronto ocupará.

¿Puede pues el cuatripartidismo salvarnos, como aquel restaurante con varias pero no infinitas opciones nos salva una comida, de Trump y sus homólogos nacionales? Nunca lo sabremos a ciencia cierta, pero existen motivos para pensar que ya lo ha hecho dos veces este último año.

*** Carlos Sánchez Pazos es abogado.

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