Que sólo exista un precedente de un presidente estadounidense gobernando en dos mandatos no consecutivos es ya de por sí indicativo de la singularidad que supone el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. La toma de posesión del republicano, consumada esta tarde en el Capitolio de Washington que hace cuatro años asaltaron sus simpatizantes, abre un nuevo momento histórico.
El tenor de su discurso inaugural ha desengañado a quienes quisieron creer que Trump atenuaría su retórica intimidatoria. Ha reiterado sus pretensiones de recuperar el canal de Panamá. Y ha anunciado que la primera orden ejecutiva que aprobará hoy será declarar la "emergencia nacional" y enviar tropas a la "frontera sur" para "detener inmediatamente toda entrada ilegal" y comenzar "el proceso de devolver a millones y millones de extranjeros criminales a los lugares de donde vinieron".
La promesa de "ganar como nunca antes" con la que el nuevo presidente ha acabado su alocución invoca una realidad objetiva: que en su segundo mandato estará prácticamente exento de ataduras y contrapesos tanto institucionales como corporativos.
El Partido Republicano, plenamente rendido a su líder, controlará las dos Cámaras legislativas. Los oligarcas tecnológicos de Silicon Valley pondrán al servicio de la agenda trumpista sus formidables maquinarias mediáticas. Y, como denota la victoria del voto popular en las elecciones de noviembre, el trumpismo ha enraizado en una sociedad americana derechizada.
La reelección de Trump patentiza que el ascenso del movimiento MAGA no consistió en una anomalía puntual, sino que es la nueva normalidad fruto de un movimiento tectónico en la cultura política estadounidense y mundial. La presidencia de Biden (quien a diferencia de Trump en su día sí ha estado presente en la ceremonia de inauguración de su sucesor) fue sólo un paréntesis en la era Trump que hoy se reanuda.
El interregno de Biden, en virtud de su empeño por reforzar el protagonismo global de EEUU, se vivió como un espejismo de restauración del multilateralismo y de la recuperación americana del liderazgo de la defensa colectiva.
Pero la reedición reforzada del trumpismo retomará el proceso de la desglobalización. El repliegue aislacionista de EEUU que comienza hoy sellará un vuelco geopolítico que acarreará el desmantelamiento de la arquitectura global vigente desde la posguerra.
Trump ha dado reiteradas muestras de desprecio por todos los instrumentos con los que se ha ejercido la gobernanza mundial hasta ahora, como la OTAN o la Unión Europea. Y se ha comprometido con una política exterior asertiva e incendiaria, como indican sus bravatas sobre la anexión de Groenlandia y Canadá.
Los países del mundo libre tendrán así que procesar la insólita circunstancia de que el país impulsor y el custodio del orden liberal-democrático internacional incurra en conductas similares a las de quienes lo hostigan. El desacato de Trump al orden basado en reglas sólo puede traer un debilitamiento del derecho internacional del que se beneficiará el eje antioccidental, cuyo expansionismo no se considera obligado por el principio de no injerencia.
Las tesis rupturistas de Trump, revalidadas en el juramento de esta tarde, no sólo abrazan un desprecio por las reglas internacionales, sino también por las domésticas. Las semejanzas entre su retrato presidencial y la fotografía de su ficha policial, o su repetición hoy de la teoría conspirativa de que las elecciones de 2020 fueron amañadas, traslucen que el presidente convicto va a perseverar en su desafiante irreverencia por los procedimientos legales.
Lo cual ha hecho cundir entre quienes más le han execrado públicamente el temor a que el republicano tome represalias contra ellos. A partir de hoy será posible comprobar si Trump regresa a la presidencia con un ánimo vengativo, y decidido a dar rienda suelta a su querencia autocrática y a acometer purgas en la Administración. Por lo pronto, la última actuación de Biden antes de abandonar la Casa Blanca ha sido emitir un perdón preventivo para altos cargos de su Administración a los que su sucesor había amenazado con juzgar.
Pero si bien es cierto que Trump se ha revelado como un hombre sin escrúpulos, ha demostrado igualmente que está mucho menos ideologizado que sus seguidores más acérrimos. Aunque se ha reafirmado en su programa de deportaciones masivas y guerras arancelarias, está por ver si sus planteamientos se materializan de forma tan maximalista como los ha anunciado este lunes.
Y es que ese es el principal rasgo definitorio de Trump: su imprevisibilidad. Lo que con él puede darse por descontado es el caos. Y por eso el mundo entra ahora en un tiempo de incertidumbre extrema.