El mundo empresarial español sufrió ayer una sacudida cuando trascendió que el Gobierno, a través de su brazo industrial -la SEPI- había decidido poner fin a los casi nueve años de presidencia de José María Avárez-Pallete en Telefónica y promover su sustitución por el hasta ahora presidente de Indra, Marc Murtra.

Aunque la SEPI sólo tiene el 10% de las acciones de la operadora, no tuvo ningún problema para conseguir el apoyo de más del 80% del consejo -de hecho, logró la unanimidad- que requerían los estatutos de Telefónica para consumar el relevo, al no formar parte Murtra de sus miembros.

Pallete no sólo era el consejero delegado desde cuatro años antes de ser nombrado presidente, sino que, en un raro caso de meritocracia, había hecho su carrera profesional a través del área financiera de Telefónica. Fue el primer presidente y, tal vez el último, que no fue nombrado por motivos políticos.

Ese hito fue posible gracias a la privatización total de la compañía completada en la primera legislatura de Aznar y parcialmente revertida el año pasado por Sánchez. En sus cien años de vida, Telefónica sólo ha estado en manos privadas algo más de un cuarto de siglo. Y aunque los nombramientos de Villalonga y Alierta corresponden a esta fase, ambos llegaron por su estrecha relación con Aznar y Rato respectivamente.

Ayer el PP reaccionó con comprensible indignación a la noticia, acusando al Gobierno de "colonizar" la compañía para promover la "extensión del sanchismo". Lo repudiable en realidad fue el regreso del sector público al accionariado, remedando el remoto origen de la compañía en plena dictadura de Primo de Rivera y la ley franquista por la que el Estado -es decir, el Régimen- se hizo con el 80% del capital en 1945.

Aunque hasta ahora había ocultado sus intenciones, era de temer que la SEPI hiciera valer su papel de primer accionista para marcar el rumbo de la compañía. Por mucho que su cotización en bolsa haya caído -menos que la de las demás grandes operadoras- Telefónica tiene un gran valor estratégico y un enorme potencial. De ahí que en los últimos tiempos haya entrado en su capital la saudí STC y que Criteria haya incrementado su participación significativamente, quedándose ambas muy cerca del 10% de la SEPI.

Aunque eso configuraba en teoría un núcleo duro del 30% con apariencia de trípode, a la hora de la verdad el Gobierno ha impuesto su voluntad, de forma que ni Fainé desde Criteria ha podido proteger la continuidad de Pallete, ni los saudíes han osado interferir en algo que entienden tan bien como la política de Estado.

El balance de la era Pallete no ha sido brillante en términos de valor bursátil, pero sí en relación a algo aún más importante: el posicionamiento de Telefónica en la cambiante sociedad de la información. Además de un líder empresarial, capaz de situar a su compañía en la vanguardia tecnológica y en la liza por la autonomía estratégica europea, propugnada en los informes de Letta y Draghi, Pallete ha sido un líder social con una visión humanista de la defensa de los derechos de los ciudadanos como propietarios de sus datos de consumo y navegación. Pocos gestores han dejado una huella tan profunda en su ecosistema. Eso nadie podrá arrebatárselo.

Paradójicamente ese perfil intelectual y humanista se reproduce también en la figura de Marc Murtra, en su día articulista cosmopolita, eficiente gestor municipal y financiero de éxito. Sin embargo el recorrido bursátil alcista de la acción de Indra parece el reverso del declive de la de Telefónica.

Mucho ha tenido que ver en ello el auge del sector de la defensa, pero también la claridad con la que Murtra ha marcado las prioridades de la compañía y sobre todo su habilidad para capear las tensiones internas. Sus tres años y pico al frente de Indra han sido en realidad un largo máster en materia de gobernanza. Algo que le resultará de gran utilidad en esta nueva etapa.

Murtra llega a Telefónica marcado por su cercanía política al Gobierno que le ha promovido y en especial al PSC de Salvador Illa. El tiempo dirá si es capaz de mantener el rumbo estratégico y tecnológico marcado por Pallete, mejorando la rentabilidad de la operadora, y sin convertirse en correa de transmisión del poder político. Ese es su desafío al llegar a los 52 años a un puesto crucial en una situación definida por su complejidad.

Más allá de las personas, las circunstancias de este relevo suponen la constatación del fracaso de la economía española a la hora de generar un desarrollo industrial independiente de la tutela del Estado. Con la notable excepción de Criteria, España carece de grupos con la suficiente acumulación de capital como para evitar que empresas como Telefónica caigan en manos extranjeras.

Que el desenlace hubiera podido ser peor no nos sirve de consuelo. Máxime cuando todos los días podemos constatar que no hay frontera alguna ni entre lo partidista y lo gubernamental, ni entre lo gubernamental y lo público.

Sánchez ha creado además un precedente en plena deriva populista contra el mercado y la libertad de empresa del que ha tomado nota inmediata el Ibex. Será difícil que la productividad en Telefónica y la competitividad de nuestra economía salgan ganando. Estamos ante otro motivo más de honda preocupación.