Los beneficiarios de la Ley de Amnistía aprobada esta semana se han ocupado reiteradamente de dinamitar el argumentario socialista sobre la medida de gracia como un triunfo del "diálogo, la convivencia y el reencuentro" para "pasar página" en Cataluña.

Mismamente este jueves, tras la votación del dictamen de la proposición de ley, Junts y ERC se felicitaban de que el paso que se ha dado no es hacia la "superación del conflicto político", sino hacia la independencia. Y coincidieron con el Gobierno en que con la amnistía se cierra "una etapa", aunque sólo para abrir otra: "la carpeta de la autodeterminación".

Pero ya no es sólo que los socios del PSOE desmientan el discurso de la reconciliación. También el PSOE contradice su propio razonamiento, incurriendo en la incoherencia de presentar a Salvador Illa como bastión del constitucionalismo contra la autodeterminación en Cataluña mientras Santos Cerdán se reúne con Puigdemont en Suiza para pactar el referéndum.

Sólo un día antes de que Illa haya sido ratificado como candidato a la presidencia de la Generalitat del PSC a las elecciones autonómicas del 12-M (convocadas por Pere Aragonès apenas 12 horas antes de que se aprobara la Ley de Amnistía), el secretario de Organización del PSOE acordaba el viernes con el prófugo de la Justicia abrir una "nueva fase" en sus negociaciones para discutir ya sobre el referéndum y la "financiación singular de Cataluña".

Contrasta la escenografía mesiánica y patriótica de Illa este sábado en el Congreso del PSC, con el sintagma "Salvador" proyectado sobre un fondo rojigualdo, con el encuentro semiclandestino fuera de nuestras fronteras y bajo la supervisión de mediadores internacionales con un prófugo de la Justicia, para acercar esas posturas "muy lejanas" sobre el referéndum reconocidas en el acuerdo de investidura de Sánchez.

Aunque el PSOE quiera confundir a los españoles (lo mismo que ha tratado de hacer al retorcer el dictamen de la Comisión de Venecia para sostener que "avala de manera rotunda" la amnistía, pese a que el informe la retrata con preocupación como una ley potencialmente divisiva), los encuentros con Puigdemont no son simple reuniones para dar seguimiento a la amnistía.

Por el contrario, Sánchez se ha abierto a explorar que los "puntos de encuentro" en las posiciones "alejadas" de cada formación se resuelvan mediante un plebiscito a la ciudadanía catalana. Aunque se quiere vender como una mera consulta de lo que se acuerde en las mesas con los separatistas.

Por eso, gran parte del electorado socialista en Cataluña se sentirá estafado por la solicitud de apoyo de Illa para poner punto final a "una década perdida" de procés. Su credibilidad como líder unionista y su prurito constitucionalista quedan severamente comprometidos si su partido está negociando precisamente aquello contra lo que se supone que él ejercerá de muro de contención.

Y en consecuencia peligrará también el intento de "ciudadanización" del PSC, como lo ha calificado ERC en conversación con este periódico. Si los votantes progresistas del PP o Ciudadanos que pudieran ver en Illa una salida de unionismo moderado frente al nacionalismo perciben en él una suerte de criptoseparatismo connivente, resulta difícil pensar que se dejen seducir por la imagen centrista que quiere proyectar. Y que por tanto vaya a poder aglutinar el voto no independentista.

Si a esto le sumamos el aumento del rechazo social a la amnistía entre los catalanes (el 51%, según la encuesta que hoy publica SocioMétrica-EL ESPAÑOL, cree que no servirá para reconciliar ni mejorar la convivencia), y que ERC "nunca" hará presidente al candidato del PSC, se complica notablemente el único horizonte de alivio al que Sánchez fio desde el principio su suicida huida hacia delante: "Cuando se vea a Illa presidir la Generalitat se demostrará que todo esto tiene sentido".