La detención de Koldo García, asesor del exministro de Transportes José Luis Ábalos, y otras 19 personas, entre ellas la esposa y el hermano de Koldo, ha provocado un nuevo terremoto dentro del Gobierno. La Operación Delorme es el primer gran escándalo de la era Sánchez, y sus implicaciones son mucho más profundas que el caso Mediador.

Las investigaciones que motivaron las detenciones se circunscriben a los años 2020 y 2021, en los peores meses de la pandemia, cuando Koldo y su red de colaboradores habrían aprovechado su posición privilegiada dentro del Gobierno para obtener comisiones ilegales por la adjudicación de contratos para la compra de mascarillas. 

Es pronto para saber hasta dónde llega la trama. Pero la gravedad de los delitos investigados (pertenencia a organización criminal, tráfico de influencias, blanqueo de capitales y cohecho) obliga al presidente a adoptar acciones contundentes y ejemplares.

Es verdad que Koldo nunca figuró en la primera plana del PSOE o del Gobierno, pero su peso en la sombra está lejos de ser anecdótico. El detenido no era un asesor más del ministro Ábalos, sino su mano derecha, lo que extiende la sombra de la sospecha hasta el también entonces secretario de Organización del PSOE.

Y no sólo eso. Hay cuatro grandes Administraciones implicadas en las concesiones: además del Ministerio de Transporte, está el Ministerio del Interior y los Gobiernos socialistas de Canarias y Baleares, presididos en ese momento por el actual ministro de Política Territorial, Ángel Víctor Torres, y la actual presidenta del Congreso de los Diputados, Francina Armengol. Es inevitable, pues, que las primeras revelaciones comprometan a Pedro Sánchez.

Al ser preguntado por la cuestión en su viaje oficial a Marruecos, el presidente del Gobierno negó que tuviese constancia de estas contrataciones y, por extensión, que la destitución de Ábalos en 2021 guardase relación con las mismas. Luego fue más allá y señaló que "Feijóo se aupó a la presidencia del PP después de una denuncia de Casado sobre un caso de corrupción de la presidenta de la Comunidad de Madrid".

Sánchez es muy severo con las noticias falsas que le rozan, pero ayer difamó con ligereza a Isabel Díaz Ayuso por una investigación a su hermano que fue archivada tanto por la Fiscalía española como la europea sin presentar cargos. Se equivoca si cree que cebar la polarización será suficiente para escurrir el bulto. La corrupción es la última frontera de su mandato. Sánchez ha hecho justo lo contrario de lo que prometió en asuntos tan delicados como los pactos con Podemos, la independencia de las instituciones o la amnistía de los golpistas catalanes. Pero nadie pudo rebatirle, en este tiempo, la "limpieza" de su equipo.

La Justicia debe seguir su curso y averiguar el alcance y la profundidad del caso Koldo. Pero este escándalo requiere contundencia. Está por ver la responsabilidad penal de los protagonistas de la trama. Todos tienen el derecho a la presunción de inocencia, y a nadie que no esté imputado se le debe atribuir delito alguno. Pero la responsabilidad política tiene otro recorrido, y este exige acciones claras y rápidas.

Como mínimo, Ábalos tiene una responsabilidad in vigilando. Lo que correspondería en caso de que el juez atribuyera a Koldo la condición de imputado es que Ábalos renunciara a su escaño y a la presidencia de la comisión de Interior del Congreso, y que el PSOE abriera una investigación interna para averiguar qué altos cargos y funcionarios favorecieron a la trama.

Ha llegado la hora de la verdad para Sánchez, ante la realidad de una red con múltiples ramificaciones y nombres familiares. En 2015, el candidato socialista acusó a Mariano Rajoy de "no ser decente" por los casos de corrupción del PP que le acorralaron como presidente. Esos mismos casos abonaron la moción de censura que llevó a Sánchez a la Moncloa en 2018. Ahora la decencia llama a su puerta. 

Sánchez debe depurar responsabilidades, y no sólo por ética política. Si no actúa con contundencia ejemplar, si deja el tema arrastrarse como hizo Rajoy con la Gürtel, puede dar una cosa por segura. Habrá perdido su última baza. Y se arriesgará a compartir su destino.