Buena parte del éxito de la cumbre de la Comunidad Política Europea en la Alhambra de Granada, en un escenario único en el mundo, puede medirse por la asistencia de Volodímir Zelenski, por primera vez en España desde la invasión a gran escala de su país. Esto da cuenta de su importancia. El presidente ucraniano viene representando desde hace más de un año y medio, con su valiente y tenaz resistencia, con su inteligente y carismático liderazgo, los valores liberales de las sociedades occidentales, por las que su pueblo se desangra ante la maquinaria atroz e insaciable de Rusia.

Zelenski, antes de reunirse con Pedro Sánchez y Felipe VI, explicó las motivaciones de su presencia. Escenificar su cercanía a los aliados europeos, como candidato a ingresar en la Unión en el país que sostiene la presidencia semestral. Y sellar más compromisos para el apoyo militar a la resistencia, para que lejos de decrecer, aumente. Zelenski acierta con su insistencia por las defensas antiaéreas y en concienciar a sus aliados, a su vez, de la necesidad de aprobar nuevos paquetes de sanciones contra Rusia.

Ayer mismo asistimos al asesinato de más de 50 civiles por un ataque de misil en un pueblo cercano a Járkiv, la segunda ciudad del país. Parece difícil separar este crimen del viaje de Zelenski. Pedro Sánchez, en este sentido, prometió más ayuda y consolidó su compromiso en la defensa del país. Y esto tiene un valor material indiscutible, pero también simbólico.

A estas alturas es evidente que Ucrania es el cortafuegos del imperialismo de Vladímir Putin, de manera que el apoyo económico y militar de Europa y Estados Unidos no sólo es una obligación moral, sino una operación estratégica. Cabe recordarlo con énfasis cuando el enfrentamiento evoluciona hacia una guerra de desgaste. Putin confía en que Europa y Estados Unidos sientan la fatiga y reduzcan o congelen su respaldo financiero y defensivo a Ucrania, que quedaría a merced sin el amparo de sus aliados.

El Kremlin es muy claro en sus intenciones. Por eso ayer, en el encuentro anual del Club de Debate Valdái, en Sochi, Putin apeló a "un brote de sentido común" en Occidente. El autócrata ruso no esconde la esperanza de que la unidad en torno a Ucrania se resquebraje. Que cunda en Europa el ejemplo de Eslovaquia, donde un candidato afín al Kremlin ha ganado las elecciones generales, obligando a la todavía presidenta a detener los envíos de armas a Ucrania. Y hay algo más temido en Kyiv. Que el resultado que surja de las urnas el año que viene en Estados Unidos condicione el apoyo a la resistencia, lo que supondría un desafío colosal para la Unión Europea.

La celebración de esta cumbre en Granada sólo genera beneficios. Es una ocasión privilegiada para la diplomacia española (con casi medio centenar de jefes de Gobierno presentes), para ratificar el apoyo a Ucrania cuando se acercan los meses más fríos (en los que Rusia, a buen seguro, recrudecerá los ataques), y para consolidar el proceso que debe culminar con el ingreso de Ucrania, Moldavia y las repúblicas balcánicas en la Unión Europea.

Puede que el objetivo marcado de 2030 suene ambicioso, pues los requisitos de acceso son muy exigentes. Pero los socios y los candidatos tienen que encontrar las fórmulas para hacerlo posible, ya sea con una integración gradual o una completa. Europa no está en condiciones de habilitar zonas grises ni espacios vitales para sus enemigos. Y el tiempo apremia.