Las voces que anticipan un acuerdo de gobierno entre el PP y Vox en la Región de Murcia son, en realidad, las voces del peor augurio para los moderados. Es comprensible la inquietud del presidente autonómico en funciones, Fernando López Miras, y del presidente del partido, Alberto Núñez Feijóo. Los populares entran en la última semana para la investidura de su candidato tras vencer con holgura en las elecciones del 28 de mayo. Pero la mayoría que le concede el 42,7% de las papeletas, convertidas en 21 escaños, es insuficiente.

El PP quedó a dos diputados de la mayoría requerida para la investidura de López Miras, y resulta tentador replicar la fórmula valenciana y extremeña, con un representante de Vox en la presidencia de las Cortes y varios consejeros de la extrema derecha, para revalidar gobierno. Muchas voces de la derecha, pues, llaman a repetir la fórmula a pesar de que Carlos Mazón y María Guardiola sacasen resultados peores que López Miras en sus respectivas regiones. Pero el PP no debe fiar su destino a los cantos de sirena de Vox.

En política, la palabra dada todavía importa. Durante meses, López Miras se negó a comprometer la gobernanza de la región a las filias y extravagancias del partido radical. Es la posición con la que la cúpula del PP, con Feijóo a la cabeza, persuadió a millones de españoles en campaña. La forma con que marcó distancia de un Pedro Sánchez enredado en las zarzas de la extrema izquierda, el independentismo catalán y vasco e incluso de un prófugo de la Justicia española, como Carles Puigdemont.

Feijóo empeñó su credibilidad al repudiar el apoyo de los extremistas. Entre ellos, Vox. Adoptó la posición más sensata y responsable. La única razonable. Porque ningún centrista es ajeno al daño ocasionado por los populistas dentro de los gobiernos de coalición, ante la resistencia de PSOE y PP a prestarse los respaldos necesarios para evitarlos. Se equivocaron los analistas que especularon con la moderación de los extremistas al alcanzar poder. Todo lo contrario. La dinámica de polarización está arrastrando a las fuerzas moderadas a la radicalización. Y, como demuestra el PSOE, el precio exigido por los socios es cada año más caro.

Puede que el PP encuentre en el pacto con Vox una salida de emergencia para sus problemas. El reloj aprieta tras semanas de bloqueo, rifirrafes y nerviosismo. Pero entregarse a la resignación supondría abrazar una perspectiva imprudente y cortoplacista. Los dos escaños de diferencia para la mayoría no justifican la cesión ante Santiago Abascal. Supondría la derrota en el pulso con la extrema derecha, que sólo ofrece dos caminos: entrar en el Gobierno o repetir elecciones. El chantaje salta a la vista. Demuestra que Vox es un partido más preocupado por los asientos para sus representantes que por las políticas para los ciudadanos.

La respuesta que ofrezca el PP dará cuenta de su altura moral y política. Es preferible dejar pasar la ocasión y conservar, a cambio, la credibilidad y la coherencia. Repetir elecciones y pugnar por la concentración del voto, para que se imponga la propuesta de la derecha moderada, responsable y liberal. Repetir elecciones y dar la oportunidad a los ciudadanos de premiar su sensatez. La aspiración de López Miras, en fin, debe ser la misma que en mayo. Gobernar en solitario. Otros jugaron con anterioridad a los dados. Y los resultados lucen, en toda España, a la vista de cualquiera.