Este sábado, el Grupo Wagner aseguró que Bakhmut (la batalla más larga y sangrienta en lo que va de guerra) ya se encuentra bajo control ruso. Kiev ha tildado este anuncio de "mentira". Y aunque reconoce que "la situación es crítica", insiste en que sus unidades aún combaten en esta auténtica picadora de carne.

La sucesión de versiones contradictorias y el rechazo a reconocer la derrota se explican por el gran valor simbólico que, pese a su escaso valor estratégico, ambos bandos le están dando a Bakhmut.

Desde el lado ruso, la obstinación con lo que es apenas ya un puñado de escombros se entiende por la desesperada necesidad de Moscú de anotarse una victoria, por pírrica que sea. Lo que parece la inminente caída de Bakhmut a manos rusas le brindará a Putin su único trofeo en más de 10 meses, desde que la primera contraofensiva ucraniana hizo replegarse a los invasores.

Desde el lado ucraniano, que Bakhmut se haya convertido en una de las más largas y sangrientas batallas en suelo europeo en lo que va de siglo responde a la decisión de Zelensky de defender la ciudad a cualquier coste.

Es legítimo preguntarse si el asombroso orgullo de la resistencia ucraniana encarnado por su presidente no estará deslizándose hacia los terrenos de la irracionalidad, agravando el derramamiento de sangre que supone luchar durante meses por un objetivo menor.

Puede, no obstante, que Kiev sí esté explotando el potencial estratégico de Bakhmut más allá de lo simbólico. Porque el ejército ucraniano no está tan interesado en retener el control de la ciudad como en maximizar el número de bajas que puede infligirle al enemigo.

Aunque los encarnizados combates de esta ciudad del Donbás han ocasionado importantísimas pérdidas de efectivos en ambos contendientes, son los rusos quienes más se están desangrando. Se estima que han perdido cerca de 20.000 hombres durante los últimos cinco meses.

De ahí que Bakhmut le brinde a las tropas de Zelensky un oportunidad para desgastar todo lo posible al enemigo. La estrategia ha sido la de hacer que a Rusia le salga muy caro cada metro de tierra ucraniana.

En este sentido, Bakhmut ha sido contemplada por muchos como la antesala de la esperada contraofensiva ucraniana que, aunque pensada para la primavera, parece va a hacerse esperar hasta el verano. Diezmando las fuerzas el invasor en esta ratonera, Kiev puede causar un importante desgaste en las tropas enemigas que le permita pasar a una fase ofensiva, después de haberse mantenido a la defensiva durante los últimos seis meses, durante los cuales Moscú se ha ido reforzando.

En cualquier caso, la resolución de la batalla que es ahora el epicentro de la guerra de Ucrania podría cambiar el curso del conflicto. El aliento que le insuflaría la conquista de Bakhmut al ejército ruso y la consecuente pérdida de moral entre la resistencia ucraniana podrían reequilibrar la relación de fuerzas de formas imprevisibles.

Al fin y al cabo, la ayuda militar y económica internacional no será independiente de los resultados de la contraofensiva que empieza a fraguarse en Bakhmut. De ahí que Zelensky esté intentando garantizarse el apoyo de sus aliados occidentales en la cumbre del G7 de este fin de semana.

El presidente ucraniano intentará hoy convencer a los líderes occidentales de la urgencia de sostener con más armas el esfuerzo bélico ucraniano y de endurecer las sanciones económicas sobre Rusia.

Cabe desear que los países del mundo libre escuchen este llamamiento y se atengan a respaldar el único plan de paz viable y justo a día de hoy: la victoria de Ucrania sobre su invasor. Así, es un gesto valioso que Joe Biden se haya abierto a entrenar a pilotos ucranianos con aviones de combate avanzados a pesar de que se resiste a enviar a Kiev los cazas F16.

Bakhmut se suma a la lista de otras devastadoras carnicerías que ha dejado esta guerra, como Bucha o Mariúpol. Está en manos de los líderes occidentales contribuir a que no tengamos que lamentar ninguna más.