Dijo Emmanuel Macron, al cabo de su segundo día de visita a China, que sabe que puede contar con Xi Jinping para que Rusia “vuelva a la racionalidad” y para “lograr una paz duradera” en Ucrania. Se desprende de sus optimistas palabras que, por racionalidad, el presidente francés comprende la retirada de las tropas rusas del suelo ocupado, pero no la salida del Kremlin de Vladímir Putin, también autor de la invasión de Georgia en 2008 y de la anexión de Crimea en 2014.

En cualquier caso, las plegarias de Macron, acompañado en esta gira por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, son de difícil digestión para Xi. Porque los esfuerzos persuasivos de los líderes europeos, que se unen a los de Pedro Sánchez una semana antes, son encomiables. Pero nadie puede llevarse a engaño. China es el principal sostén de Putin en una Rusia desconectada de la economía europea, cada vez más dependiente de Pekín, y Xi no esconde su voluntad de resquebrajar la antigua alianza entre Europa y Estados Unidos, reforzada tras la invasión rusa de Ucrania. 

En cierto modo, estos viajes respetan más intereses comerciales que geopolíticos, y contribuyen más a la desunión occidental y el lavado de cara de Pekín que al distanciamiento chino del régimen de Putin y a la paz en Ucrania.

Las conclusiones de China tras el encuentro con Macron, al que ofreció una sugerente fotografía con la grandiosa recepción en la plaza de Tiananmen, son muy claras. Pekín demanda “evitar medidas que puedan hacer que la crisis se deteriore aún más o incluso se descontrole”, en sintonía con Moscú, y reitera que “el mundo actual está experimentando una profunda transformación histórica”. A nadie se le escapa que esa transformación se disputa, con ferocidad, en el campo de batalla ucraniano.

Por supuesto, cualquier campaña diplomática para promover una paz honesta y duradera en Europa merece consideración. Los principales interesados son los ucranianos. Presentaron hace meses unas condiciones para la negociación, despreciadas por el Kremlin, y mantienen la invitación a Kyiv del presidente chino, todavía sin respuesta. Incluso aceptan que haya conversaciones sobre Crimea, sin descartar la vía militar, cuando lleguen a las posiciones rusas en la península.

Ante la difícil misión de alejar a China de Putin, conviene que cunda la altura de miras y la prudencia en Europa. Que Scholz, Macron y Sánchez tengan presente, en todo momento, tres ideas fundamentales.

La primera, que Europa debe ser leal a Estados Unidos y el resto de democracias liberales, en un escenario que cada vez más analistas abordan como una nueva Guerra Fría. La segunda, que una negociación precipitada, con cesiones territoriales, condenará a tiempos de miseria no sólo a Ucrania, sino a todo el continente. Y la tercera, que China no dejará caer a Putin, porque le permite el vasallaje del país con el que comparte más kilómetros de frontera: Rusia es un socio estratégico de China en su pugna contra Estados Unidos y un actor imprescindible para la desestabilización de Europa, en caso de necesitarlo.

Cabe esperar, de ahora en adelante, una poderosa artillería de desinformación y propaganda que acerque a nuestra opinión pública a las tesis de China y Rusia. Son apenas distracciones del afán que debe mover a europeos y americanos, con la nueva ofensiva de la resistencia en marcha: la derrota sin paliativos de Rusia en Ucrania y la liberación del territorio ocupado. Es la única garantía para la seguridad de Europa y la paz en el mundo, con China tomando buena nota de los movimientos occidentales en su propósito de "reunificar" el país con Taiwán y ampliar su hegemonía en todos los dominios.