El Mobile World Congress (MWC) que se inaugura hoy en la Fira de Barcelona no solo acogerá hasta el 2 de marzo un escaparate para que las empresas de telefonía móvil presenten sus novedades y lanzamientos más punteros. El mayor congreso del móvil del mundo será también el escenario en el que se van a discutir las principales cuestiones que afectan al sector de las telecomunicaciones, y donde se dirimirán los grandes debates sobre el futuro de la tecnología.

Esta edición del MWC, la primera que recupera la plena normalidad tras el parón de 2020 y las restricciones de los años siguientes, pondrá sobre la mesa desafíos importantes. Entre ellos, cómo sacar el máximo provecho de la tecnología 5G, cómo mejorar la ciberseguridad, la implementación del nuevo estándar para conseguir redes inteligentes y programables (Open Gateway) y la adaptación a las nuevas tecnologías como la web3, el Metaverso, la realidad aumentada o la inteligencia artificial.

Por ello, es motivo de celebración que el espacio donde se esbozará el mundo del mañana se haya quedado finalmente en España, después de que la patronal de la industria de la tecnología móvil y organizadora del MWC, GSMA, renovara el contrato para hacer de Barcelona la sede permanente del congreso.

Esta es una de las ventajas más palpables del final de la ópera bufa del procés, y un paso en la buena dirección para que Barcelona recupere su condición de ciudad abierta, cosmopolita, vanguardista y global.

Hay que congratularse, por tanto, de que las autoridades catalanas (entre ellas, Ada Colau, que pese a que ahora es una convencida partidaria del congreso del móvil llegó a la alcaldía prometiendo suprimirlo) hayan abandonado finalmente el sectarismo y la demagogia, habiendo propiciado el entendimiento con la GSMA.

Esto no obsta para que no se hayan dado los tradicionales gestos de desplante, como las protestas contra la presencia del Rey y el presidente del Gobierno en Barcelona por parte de la Assemblea Nacional Catalana. O el rechazo de Colau y Pere Aragonès a fotografiarse junto al Rey en el saludo protocolario previo a la cena oficial de bienvenida de anoche, aunque no pudieron evitar sentarse junto a Felipe VI y Pedro Sánchez en la mesa a continuación.

En cualquier caso, el relanzamiento del Mobile en su segunda edad de oro no se entiende sin el impulso de la GSMA, ahora liderada por José María Álvarez-Pallete, presidente ejecutivo de Telefónica y primer español en ocupar la presidencia de la organizadora.

Álvarez-Pallete no sólo es uno de los principales adalides de la autonomía estratégica europea, que necesariamente pasa por los sectores de la defensa, la energía y las telecomunicaciones. Una autonomía estratégica a la que se refirió veladamente Felipe VI en su discurso en la cena de bienvenida de ayer, cuando defendió que "la digitalización tiene que estar en el centro del nuevo modelo económico surgido tras la guerra".

El presidente de Telefónica también es uno de los directivos que más insistentemente ha trabajado en los dos grandes desafíos sobre los que se centrarán los focos del MWC: el encaje del sector teleco con las grandes tecnológicas y la apuesta por un nuevo modelo regulatorio para el siglo XXI.

En el pulso entre los operadores de telefonía móvil y las plataformas de contenidos (OTT), las telecos han recibido el espaldarazo de la Comisión Europea, que abrió el pasado jueves una consulta pública para determinar la compensación que compañías como Google, Netflix, Apple, HBO y Amazon deberían abonar a los prestadores de red.

Porque, hasta ahora, son las grandes operadoras las que sufragan las infraestructuras, mientras que las Big Tech se han negado a contribuir a su financiación. Pero no es de recibo que unas compañías que acaparan más de la mitad del consumo de la capacidad de la red no participen proporcionalmente al mantenimiento de la misma.

En lo relativo al segundo desafío, y aprovechando la presencia del comisario europeo Thierry Breton en la feria mundial de telefonía, deberían atenderse las reclamaciones de Álvarez-Pallete y acometerse una redefinición completa de la regulación del sector de las telecomunicaciones.

La actual normativa para el mercado de las telecomunicaciones, en especial la de España, está pensada para un mundo analógico, y no para uno digital, por lo que se ha quedado obsoleta.

Pero avanzar hacia un marco normativo ajustado a la era de la fibra y no a la del cobre sólo será posible si los reguladores abandonan la inercia de pensar que las operadoras siguen siendo los gigantes. La irrupción de las compañías digitales norteamericanas ha acabado con el monopolio en el mercado de las telecomunicaciones.

Y por ello se necesitan nuevas reglas de juego que permitan a las telecos competir en igualdad de condiciones con sus homólogas estadounidenses y chinas. Parece evidente que quien presta un servicio equivalente tiene que estar regulado de manera homogénea. Así, no se entiende, por ejemplo, que Movistar tenga que ofrecer información detalla de sus clientes, pero que no esté obligada a hacerlo Netflix. 

En definitiva, hay muchas esperanzas depositadas en los encuentros de esta edición del evento tecnológico más importante a escala mundial para abordar los desequilibrios del ecosistema digital.

No se puede olvidar que desde que comenzó en 2006 la colaboración de GSMA con Barcelona, el MWC ha generado un impacto económico de 5.400 millones de euros y un total de 141.000 empleos en la Ciudad Condal y alrededores. Para este año, está previsto que se generen 350 millones de euros y más de 7.400 empleos, con unos 80.000 asistentes y 2.000 empresas participantes.

El presidente del Gobierno destacó en su discurso de anoche la importancia de la colaboración público-privada, en un sector que da servicio a 5.000 millones de personas. Ojalá que el MWC no se limite a una semana de eventos y actividades, y pueda generar dinamismo económico e innovación en Barcelona y en España durante todo el año.