La presidenta de la Cámara de Representantes de los EEUU, la demócrata Nancy Pelosi, aterrizó ayer en Taiwán tras varias semanas de incertidumbre y de dudas en la propia Casa Blanca, e incluso en el Ejército americano, acerca de la conveniencia de su viaje. Dudas provocadas por el temor a una sobrerreacción china.

La visita, la primera de un representante americano de alto nivel a la isla desde la del republicano Newt Gingrich hace 25 años, ha sido efectivamente interpretada como una afrenta por el Gobierno chino, que considera Taiwán parte de su territorio. No hay de hecho otro asunto más sensible para Pekín que el del estatus de la isla "rebelde", hoy una democracia consolidada.

De forma prácticamente simultánea al aterrizaje de Pelosi en la isla, un número indeterminado de cazas SU-35 chinos cruzaron el estrecho de Taiwán, según informaciones de algunos medios estatales chinos.

Lo desproporcionado de la reacción de Pekín demuestra la agresividad de un régimen que se considera con derecho a vetar las visitas diplomáticas de otros países a naciones independientes como la de Taiwán.

Desproporción en la respuesta

Pelosi tiene derecho a visitar Taiwán sin necesidad de justificarse frente a China y su Gobierno. Pero el temor a la ira de Pekín ha provocado que incluso algunos medios y periodistas americanos, como el Washington Post o el columnista del New York Times Thomas L. Friedman, se hayan mostrado ambiguos en su apoyo a Pelosi con el argumento de que en diplomacia los tiempos lo son todo y que su viaje coincide con una serie de circunstancias que lo hacen inconveniente. 

Y entre esas circunstancias, la llamada telefónica que Joe Biden y Xi Jinping tienen prevista para las próximas semanas. O la futura celebración del Congreso Nacional del Partido Comunista y la reelección de Xi Jinping para un tercer mandato. O la agitación interna en el país por los encierros decretados a raíz de los nuevos brotes de la Covid-19. O la complicada situación de la economía china y la inquietud que eso ha provocado entre millones de ciudadanos chinos que han visto peligrar sus ahorros. 

La agresividad y las amenazas de China hacia Taiwán estaban aumentando durante los últimos meses de forma lenta, pero constante. Por ello, la anulación de la visita de Pelosi, como exigía el Gobierno chino, habría sido una inasumible demostración de debilidad por parte de los Estados Unidos. Una que ni Joe Biden ni los EEUU pueden permitirse justo ahora. 

La invasión de Ucrania por Rusia ha disparado además el temor de las democracias liberales a un envalentonamiento de ese bloque formado por la propia Rusia, China, Irán y otras potencias regionales. Envalentonamiento que podría llevar a estas a aprovechar la presunta debilidad de Occidente para imponer una política geoestratégica de hechos consumados, con Taiwán como pieza de caza mayor.

Falsas ilusiones chinas

Joe Biden cometió un error hace escasas semanas, cuando anunció que el Ejército americano había desaconsejado el viaje de Pelosi. En primer lugar, porque eso evidenció que ni siquiera el propio presidente tenía una posición clara al respecto. En segundo lugar, porque confirmó que el Ejército americano tiene voz y voto en temas de diplomacia internacional que, en principio, deberían quedar lejos de su competencia.

Se puede argumentar que, de la misma forma que Estados Unidos no podía anular el viaje de Pelosi sin mostrar debilidad, China tampoco podía tolerarlo ahora sin arriesgarse a ser percibida de la misma manera. 

Pero la desproporción de la respuesta china y sobre todo de sus amenazas ("el Ejército chino no se quedará sentado de brazos cruzados frente a la interferencia de fuerzas extranjeras y los avances secesionistas hacia la independencia de Taiwán") han decantado la balanza del lado de quienes han defendido desde un primer momento la pertinencia de la visita. 

EEUU y las democracias occidentales no pueden ni deben ceder frente a dictaduras como la china. Especialmente cuando Rusia ha tensionado hasta el extremo el escenario euroasiático con la invasión de Ucrania y sus amenazas de un cese total del suministro de gas a varios países de la Unión Europea. China cree que se está produciendo un cambio de ciclo internacional en su favor y en detrimento de los EEUU. La tarea de Occidente es desmontar esa falsa ilusión.