Pedro Sánchez escogió máscara y el independentista Gabriel Rufián se sinceró con él. "Usted se ha levantado hoy de izquierdas" dijo el de ERC durante la primera jornada del Debate sobre el estado de la Nación, que no se celebraba desde 2015. El cumplido (o ironía) de Rufián, en el lenguaje de EH Bildu, Esquerra y Unidas Podemos, demuestra la identificación que estos hacen del presidente del Gobierno como "uno de los suyos".

A fin de cuentas, Sánchez presentó medidas que no parecen tan destinadas a las necesidades económicas del país como a garantizar su supervivencia parlamentaria. Es decir, a la complacencia de sus socios habituales. Porque su supervivencia parlamentaria no pasa por otro lugar que por la trinchera compartida con independentistas y populistas.

La estrategia está lejos de ser la deseable para un partido de Estado como el PSOE. Pero es la ruta escogida por un Pedro Sánchez que no es ajeno a la realidad demoscópica. Y esta parece empujarle a la entrega de la centralidad a Alberto Núñez Feijóo, que es ya en los sondeos la opción preferida por los españoles para sucederle en la Moncloa.

El tiempo determinará cuál será el precio de la deriva de Sánchez: alto o muy alto. Las perspectivas invitan a la inquietud en un contexto de inflación desbocada y a las puertas de una crisis que en Alemania ya califican como "la peor desde la 2ª Guerra Mundial".

Es muy probable, en definitiva, que las medidas defendidas por Sánchez vistan bien en los salones de la izquierda populista. Pero casan muy mal con las necesidades del país.

Porque no hay planes de contención de gasto, como sería deseable en este escenario, y sí propuestas altamente eficaces si el propósito final es disuadir a los inversores.

La mañana del martes proporcionó un ejemplo revelador de lo dicho a cuenta los bancos. La noticia de la creación de nuevos impuestos para el sector vino acompañado de un desplome en bolsa muy superior a las ganancias que pretendía ingresar el Gobierno.

Tampoco tienen sentido las tasas adicionales impuestas a las energéticas. Unas y otras, como siempre sucede, terminarán por pagarlas los ciudadanos.

Crisis de 2008

Cabría esperar del presidente del Gobierno algo más que medidas moralistas e ideológicas. Porque lo que hizo Sánchez en la tribuna del Congreso de los Diputados fue cuestionar la decencia de los beneficios de los bancos con argumentos más morales, por no decir demagógicos, que financieros.

El contexto inflacionista y de subida de tipos de interés actual, además, disparará el riesgo de impagos hipotecarios, poniendo en serios riesgos a una banca que sale de un largo periodo de tipos negativos y, por tanto, de beneficios mucho menores a los que el presidente ha vendido desde la tribuna del Congreso de los Diputados. 

En este sentido, ¿qué baremos morales guían al Gobierno cuando juzga los beneficios de las empresas estratégicas? ¿Son los mismos o distintos a los que se aplica a sí mismo? ¿Por qué no los aplica entonces al Estado, que ha ingresado 15.000 millones de euros adicionales como consecuencia de la inflación? ¿Por qué no devuelve ese dinero a los ciudadanos en vez de redistribuirlo en función de sus intereses electoralistas?

La conclusión de la primera jornada del Debate sobre el estado de la Nación no es buena. Sánchez ha confirmado que seguirá entregado al nacionalismo y a la extrema izquierda, al margen de la sensatez que exigen los tiempos, lo que comprometerá la salida de España del pozo económico.

El peligro no es menor. Sánchez agotará la legislatura. Pero España revivirá los fantasmas de la crisis de 2008.