Los bomberos buscaron a los padres de los diecinueve niños, los reunieron en la parte trasera de la escuela y les comunicaron lo innombrable. Un chico de 18 años había asaltado el colegio con un fusil, una pistola y un chaleco antibalas, y los asesinó a todos. Los niños tenían diez años. Dos profesores murieron protegiéndolos. 

Con cada matanza, en esta ocasión en Uvalde (Texas), se amontonan las preguntas y escasean las respuestas. ¿Cómo vivir después del horror? ¿Qué conduce a un hombre a cobrarse su furia con las vidas más frágiles? ¿Quién comprende el significado de la palabra dolor antes de verse despojado de un hijo?

Más fáciles de responder son, en cambio, las preguntas que planteó ayer miércoles, con amargura, el presidente estadounidense Joe Biden: "¿Por qué? ¿Por qué estamos dispuestos a convivir con estas carnicerías? ¿Por qué seguimos permitiendo que sucedan?".

No hay país democrático, próspero y desarrollado con los índices de violencia de los Estados Unidos. 3,4 asesinatos con arma de fuego por cada 100.000 habitantes. Es un dato que está a años luz de los 0,3 de Francia o los 0,1 de España.

Un dato, además, muy vinculado a otra realidad. Estados Unidos también es el líder en número de armas por ciudadano. Hay 120 por cada 100 habitantes. Contrasta con las 19,6 de Francia o las 7,5 de España.

Y, sin embargo, cada intento de regular el derecho a la posesión de armas ha acabado en fracaso. Poco importan los dos centenares de tiroteos que se han registrado en el país en menos de medio año. O el goteo constante de noticias sobre matanzas en iglesias, supermercados, geriátricos o escuelas.

Monopolio de la violencia

La verdadera tragedia del país es la inacción. Ninguna nación cuenta con tantos gobernantes reticentes a alejar las armas de los ciudadanos peligrosos. La cuestión que late de fondo es la sacralidad de un texto redactado en el siglo XVIII y la influencia desproporcionada de la Asociación del Rifle sobre la sociedad estadounidense. También, argumentos tan inverosímiles como la necesidad de protegerse de un Estado potencialmente tirano.

Quizá 300 años atrás bastara con un arma de fuego y la motivación necesaria para defenderse de ese hipotético gobierno tiránico. Pero ¿qué defensa puede proporcionar un rifle a un ciudadano en tiempos de inteligencia artificial, algoritmos, bombas nucleares y drones no tripulados?

No parece, en fin, que sea un problema que vaya a resolverse pronto. Y, hasta entonces, nadie debería frivolizar con ello. De ahí que sorprenda la salida de tono de la habitualmente prudente Nadia Calviño, que descontextualizó viejas palabras de Vox para acusarlos de "querer repartir armas a los ciudadanos". Olvidó, en cambio, el nombre de quien en el pasado había especulado sobre la posibilidad de arrebatarle "el monopolio de la violencia" al Estado y armar a los ciudadanos.

Es decir, su antiguo socio de gobierno Pablo Iglesias.