Las comunidades autónomas han notificado este lunes 601 nuevas muertes, la cifra más alta desde el 22 de marzo de 2021. Aunque el dato se explica por el habitual retraso en las notificaciones de Cataluña, cuya cifra incluye los fallecimientos acumulados de varios días, lo cierto es que las autoridades y los ciudadanos estamos acostumbrándonos a convivir con una situación que dista mucho de ser normal.

En cualquier otra circunstancia, una cifra de 200 fallecimientos diarios de media generaría la alarma social. Es cierto que esa cifra de fallecimientos se produce en el contexto de unos altos niveles de contagio (68.706 durante este fin de semana) y de un descenso de 217 puntos en la incidencia acumulada. 

Pero también es cierto que España se acerca a la cifra psicológica de los 100.000 muertos oficiales por Covid-19 y que probablemente la superaremos a finales de febrero o principios de marzo. 

La variante ómicron, incluso con su aparente benignidad (en comparación con la variante delta), ha matado a 2.739 españoles en catorce días mientras siguen sin tenerse noticias de las 300.000 dosis de antivirales que Pedro Sánchez prometió comprar en enero. Y eso es radicalmente inaceptable. 

No es una gripe

La sensación es que las autoridades responsables han bajado definitivamente los brazos y que el mantenimiento de determinadas medidas de prevención (la mascarilla en interiores) es sólo un barniz que permite fingir "tensión sanitaria" mientras se trata la epidemia como si esta hubiera entrado ya en la fase de gripalización.

Pero ¿qué gripe mata a 601 personas en un solo fin de semana? 

El Gobierno, además, sigue sin dar datos durante los fines de semana y la comunicación con las comunidades, como demuestra el caso de Cataluña, sigue siendo extraordinariamente deficiente.

Es hasta cierto punto lógico que una situación excepcional (como la de una epidemia) incremente la tolerancia del ser humano a la tragedia. Pero de ahí a normalizar el horror hay un paso demasiado extremo. Entre el alarmismo y la insensibilidad existe una amplia gama de grises. Y esos 601 españoles no han muerto en una serie de Netflix. Eran vidas reales y no merecen menos atención que los 96.000 muertos anteriores. Por más fatiga que haya generado la Covid-19.