A seis días de las elecciones, los proclamados anhelos del PP de “gobernar en solitario” en Castilla y León tras romper de malas maneras con Ciudadanos y anunciar en diciembre el regreso adelantado a las urnas están muy lejos de cumplirse. 

El último sondeo de Sociométrica que publica hoy EL ESPAÑOL refleja que el popular Alfonso Fernández Mañueco ganaría el próximo domingo. Pero su victoria sería tan exigua y quedaría tan separada de la mayoría absoluta, a nueve escaños de distancia de los 41 necesarios, que las cuentas para gobernar no saldrían. A menos que renunciaran, efectivamente, a la solitaria voluntad de partida y apostaran por una coalición con Vox. Y, con sus 11 representantes, el partido de Santiago Abascal podría escoger un papel más que testimonial en el Ejecutivo.

De modo que quedarse corto es el precio que puede pagar Génova por una peligrosa estrategia destinada, principalmente, a reforzar la imagen de Pablo Casado como alternativa sólida a Pedro Sánchez, llenando de victorias autonómicas sus vitrinas en el camino trazado a Moncloa.

El aparato popular pretendía repetir la machada de Isabel Díaz Ayuso en Madrid, aprovechar el factor sorpresa ante Vox (sin candidato entonces), España Vaciada (todavía en pañales y vista como una palanca del PSOE) y Ciudadanos (muy debilitado), y ampliar el margen con el PSOE. La realidad que arrojan nuestras encuestas, sin embargo, resuelve que el movimiento no fue tan valiente como temerario y obliga a plantear la única pregunta posible: ¿qué necesidad tenía el PP de arriesgarse tanto?

Moneda al aire

No es un factor menor que las elecciones autonómicas no vayan de la mano de las municipales. A fin de cuentas, la elección de los alcaldes suele tirar del carro de las primeras. Es un escenario novedoso en Castilla y León y supone un elemento agregado de incertidumbre. Sin certezas, pero con las estadísticas de otros comicios sobre la mesa y los añadidos del mes más frío y de la inacabada sexta ola de la pandemia, cabe esperar una participación más baja que puede asestar un varapalo a las expectativas del PP.

Por otra parte, resulta difícil de explicar por qué el PP asumió riesgos tan significativos, cuando Francisco Igea y su equipo no generaban la incomodidad que despertaba Ignacio Aguado a Ayuso en la Comunidad de Madrid. Es cierto que parece muy poco probable que la izquierda pueda reaccionar a tiempo. Pero ¿por qué se ha expuesto a cambiar de socios en Castilla y León, con año y medio de legislatura por delante, y a sustituir una formación moderada por una radical en auge y preparada para hacerle el abrazo del oso?

Con el adelanto electoral, Casado lanzó una moneda al aire. A menos de una semana, los pronósticos no son los más deseables. Como no consiga remontar, le va a salir el tiro por la culata.