Pocos escándalos se recuerdan en la historia del fútbol internacional como el que protagonizó ayer la UEFA con el desastroso sorteo de los octavos de final de la Liga de Campeones. La chapuza comenzó con la combinación que emparejó a Villarreal y Manchester United, un cruce incompatible con la normativa actual, que establece que no pueden enfrentarse en esa ronda dos clubes que han compartido grupo en la fase previa.

La organización trató de resolver el desaguisado sustituyendo la bola del Manchester United por otra (tocó el Manchester City), y se disculpó por “un fallo de software” que dejaba, asimismo, al Atlético de Madrid con un rival posible menos.

Pero peor incluso que este error fue la solución inconcebible que aportaron los máximos responsables del fútbol europeo: la repetición completa del sorteo. ¿Qué explicación tiene que se declararan nulos los cruces anteriores al fallo, que respetaban fielmente las reglas, y ordenar el comienzo del sorteo de cero?

Hace bien el Real Madrid, víctima de un disparate que terminó por emparejarlo con el PSG cuando correspondía el Benfica, al defenderse del maltrato recibido y arremeter contra una decisión de la UEFA que encaja con la palabra “adulteración”.

Dimisión

El desatino tampoco le quita razones al Real Madrid para sospechar que, por liderar la alternativa de la Superliga, recibe un trato menos respetuoso y rayano en el desprecio de la organización presidida por el esloveno Aleksander Ceferin, que con su último patinazo mancilla el nombre del fútbol europeo y hace todavía más insoportable su continuidad en el cargo.

Resulta evidente que la UEFA, que demuestra la falta de claridad y transparencia que la rige, no sale indemne del despropósito, que también deja serias dudas sobre la imparcialidad de Ceferin, con una lista inacabable de escándalos, un generoso aumento de sueldo durante la peor crisis económica de la historia del deporte y una nefasta gestión a cuestas.

El bochorno hace inevitable la dimisión de Ceferin como presidente de la UEFA, que toma a la élite europea como rehén de su manifiesta arbitrariedad. Con un fútbol cada vez menos atractivo, empobrecido y a merced de grandes fortunas extranjeras. Al mismo tiempo, da autoridad a las voces que reclaman una Superliga que pondría solución a buena parte de estos problemas.