El gran acuerdo militar entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia (AUKUS), preparado a fuego lento y con el compromiso de que vaya mucho más allá de un contrato de compraventa de submarinos y una colaboración tecnológica, envía tres mensajes que, por evidentes, es imposible (e imprudente) rehuir. Uno, que China es el enemigo a contener. Dos, que el espacio decisivo para hacerlo es la región del Indo-Pacífico. Y tres, que la Unión Europea no entra en sus planes como compañero de viaje.

La prueba de esto último es la facilidad con la que el nuevo eje se ha permitido humillar a Francia con la ruptura de un acuerdo comercial por valor de 60.000 millones de dólares. Una humillación al más antiguo de los aliados de Estados Unidos (el que le regaló la Estatua de la Libertad) y a la segunda potencia europea. París, naturalmente, ha encajado la decisión como una traición, como una "puñalada por la espalda", en palabras de su ministro de Exteriores.

Esta marginación de la UE de los grandes asuntos del mundo es preocupante y apremia a la reflexión. Europa se percibe cada vez más insignificante en un nuevo siglo en el que Estados Unidos combate contra su propia decadencia, buscando fórmulas para intentar mantener su hegemonía, mientras China crece y crece y amplía su influencia en áreas como África o Hispanoamérica, donde Occidente pierde fuelle.

Partida geoestratégica

Se hace más necesario que nunca, pues, que Europa comprenda que la irrelevancia no es ni más ni menos que el precio a pagar por su inacción y ambigüedad, y que es hora de apostar con firmeza por una unión económica, diplomática y militar, y por plantar cara en la carrera de la tecnología inteligente y la computación cuántica. El riesgo de no reaccionar es quedarse fuera del tablero en el que se juega la gran partida geoestratégica global.

Hace menos de una semana, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, fue bien explícita al remarcar que “Europa necesita un alma, un ideal y la voluntad política de servir a ese ideal”, agregando que convocará con el presidente francés, Emmanuel Macron, una cumbre centrada en Defensa para que la Unión “pase al siguiente nivel”.

Y el jefe de la diplomacia europea, el exministro español Josep Borrell, no fue menos explícito, tras el desastre de Kabul, al desear que el abandono americano ayudara a entender “el concepto de la autonomía estratégica: qué es y para qué sirve”. Pero es hora de ponerse manos a la obra, pasar de las buenas intenciones a las decisiones y sentar las bases de una Europa fuerte, respetable y respetada a la altura de los desafíos del momento.

Potencia militar

Ha llegado la hora de que Europa diseñe una estrategia exterior común, por impensable que parezca a la luz de las relaciones que mantienen los distintos Estados miembros con vecinos problemáticos como Rusia o Marruecos (o con la propia China), y acometa la construcción de un Ejército europeo que, sin duda, la haría más independiente de Estados Unidos y la convertiría en una potencia a tener en cuenta.

El desafío requiere, por supuesto, de intensas negociaciones y cesiones entre socios, de un proyecto a largo plazo, de marcar claramente cuáles son los objetivos compartidos y convencerse de la necesidad de sumarse a la misma competición que el eje AUKUS o China. Es hora de que Europa asuma la mayoría de edad y dé la cara. No hacerlo equivaldrá, a fin de cuentas, a firmar su propia condena a la insignificancia.