Cuesta entender los motivos del Gobierno para negarse a declarar la Emergencia de interés nacional y mantener, en cambio, el estado de Preemergencia de nivel 1. Especialmente cuando ha sido el mismo Gobierno el que ha hablado de "la crisis meteorológica más grave en los últimos 70 años". Si no es ahora, entonces ¿cuándo?

Fue además el pasado 15 de diciembre cuando el Gobierno de Pedro Sánchez aprobó en Consejo de Ministros el primer Plan General de Emergencias del Estado (PLEGEM). De acuerdo a ese documento, la borrasca Filomena cumple todos los requisitos necesarios para la declaración de dicha Emergencia de interés nacional. 

Y entre esos requisitos, el de que la crisis requiera "la coordinación de Administraciones diversas porque afecte a varias Comunidades Autónomas y exija una aportación de recursos a nivel supraautonómico". Es indudable que ese es el caso de Filomena. 

I want you (again)

I want you (again) Tomás Serrano

Más allá de la ejemplar reacción ciudadana, que ha colaborado con sus (escasos) recursos para tratar de aliviar de nieve helada y ramas caídas las calles y las carreteras, es sorprendente que el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, haya sido incapaz de decretar dicha Emergencia de interés nacional.

Emergencia que convertiría al ministro del Interior en el máximo responsable de "la dirección y coordinación de las actuaciones y la gestión y movilización de los medios y recursos del Sistema Nacional de Protección Civil".

Centrifugado de responsabilidades

Pero si el Ejecutivo ha renunciado a asumir el mando único cuando más falta hacía, en el contexto de una pandemia, y concretamente en la aplicación de las vacunas contra el virus, ¿cómo no esperar que delegue de nuevo en las Comunidades la responsabilidad que debería asumir él frente a un temporal de nieve y hielo? 

Este Gobierno parece haberse acostumbrado a ejercer el poder mediáticamente, acumulando horas y horas de comparecencias televisivas, mientras rechaza ejercerlo fácticamente.

Quizá por miedo a enfrentarse a las Comunidades, y muy especialmente a las gobernadas por sus principales apoyos parlamentarios. Quizá por miedo al desgaste que, inevitablemente, conlleva el ejercicio del poder y la adopción de medidas que nunca contentarán a todos los ciudadanos. 

Pero en eso consiste el ejercicio del poder. Lo que no puede pretender el Gobierno es centralizar los beneficios en popularidad que otorga ese ejercicio del poder mientras centrifuga los perjuicios, la responsabilidad y los costes de este. 

El caso de Madrid

Las calles de Madrid convertidas en auténticas trampas de hielo y la suspensión de las clases en toda la Comunidad deberían ser motivo suficiente para que el Ejecutivo evitara sacar pecho de cómo ha gestionado la peor nevada del siglo. 

Sólo hay que ver las imágenes aéreas de la capital, y tener en cuenta que se avecina un tiempo ártico, con temperaturas que rondarán los -13° grados en la zona central del país, para darle la razón a los que, como el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, piden que se declare el estado de zona catastrófica.

Dicha figura contempla toda una batería de ventajas fiscales, jurídicas y laborales para tratar de paliar los daños del temporal en un punto clave para la economía nacional: Madrid. También, la movilización de todos los recursos a escala suprautonómica. 

Tarea titánica 

La limpieza del hielo y la nieve que han paralizado el motor económico del país debería ser una tarea prioritaria para todas las Administraciones y especialmente del Gobierno central. España no puede paralizarse más allá de lo razonable por las inclemencias del tiempo. El frío, como el virus, no entiende además de burocracias o de un reparto espurio de culpas entre las Administraciones.

Dejar esta tarea titánica en manos de las Autonomías, o incluso en la buena disposición de la sociedad, resulta chocante. El Gobierno ha mostrado, de nuevo, falta de previsión y sus ya habituales reticencias a dar respuestas de Estado a crisis que superan el ámbito autonómico. Nada nuevo bajo el sol, por otra parte. 

La cogobernanza no sirve

La actitud del Gobierno debería ser proactiva y de liderazgo firme, no reactiva y huidiza frente a las responsabilidades y los problemas. En la comparecencia de los ministros Ábalos, Marlaska y Robles de este lunes, el Ejecutivo se mostró "orgulloso y satisfecho" de su papel en la crisis meteorológica. 

Es descorazonador que, ante la emergencia, nuestros líderes vuelvan a no estar a la altura. La pandemia no les ha enseñado nada. La nevada, tampoco. Dejar que corra el tiempo o diluirlo todo en el concepto laxo de la cogobernanza, como nos ha enseñado la Covid-19, es la peor receta para un país que se pretenda funcional