Las decimocuartas elecciones de la Democracia dejan un claro ganador, Pedro Sánchez, que sitúa al PSOE como fuerza hegemónica y con una enorme ventaja de 57 escaños sobre la segunda. La otra cara de la moneda es Pablo Casado, que sufre la mayor pérdida de diputados de la historia, sólo superada por el hundimiento de UCD en el 82.

Pero esa es sólo una foto finish, incompleta sin una visión más amplia de lo ocurrido este domingo en España. Sánchez ha tenido el enorme mérito político de darle la vuelta a la situación en sólo 10 meses, con evidentes aciertos, pero aprovechando también los errores de sus adversarios. Y en ese apartado hay que tener presente que ha contado con dos grandes aliados: Mariano Rajoy y Santiago Abascal

Rajoy tiró la presidencia del Gobierno y abrió las puertas de la Moncloa a Sánchez pese a que tuvo la ocasión de dimitir y evitar la moción de censura. Abascal, por su parte, ha dividido la oferta electoral de la derecha. El supuesto impulso que iba a dar para apartar a Sánchez repitiendo lo ocurrido en Andalucía con Susana Díaz ha resultado ser un auténtico fiasco. Sin Vox, PP y Cs sumaron 169 escaños en 2016. Con Vox, los tres partidos se quedan en unos estériles 147. 

Debacle

El efecto Vox ha producido un resultado opuesto al que supuestamente pretendía: ha machacado al PP, ha jibarizado el centroderecha, ha convertido a Sánchez en referencia en Europa como salvador frente al extremismo y ha dado alas a los nacionalistas e independentistas, que obtienen un gran triunfo. Bildu pasa de dos a cuatro escaños y ERC, que tenía nueve, obtiene 15. Así, el PP prácticamente desaparece en el País Vasco y Cataluña.

Sólo Ciudadanos logra un buen resultado dentro de la debacle del centroderecha. Incrementa en 25 su número de escaños y se convierte en la tercera fuerza en el Congreso, adelantando a Podemos, que pierde un millón y medio de votos. Supera además a los populares en Madrid, Cataluña, Andalucía o Aragón. Ciudadanos, en fin, se queda a poco más de 200.000 votos del PP en toda España, lo que permitió ya anoche a Rivera reivindicarse como líder de la oposición.

En el editorial que publicamos el sábado, en la jornada de reflexión, dijimos que España necesitaba estabilidad y que el gobierno que saliera del 28-A no podía seguir condicionado por la izquierda radical y por el separatismo golpista. Y ya avanzábamos que Albert Rivera "podría tener la carta determinante para evitar que el PSOE se vea obligado a reeditar el pacto con Podemos y con el separatismo". Pues bien, ese es el escenario que hoy se le plantea a Pedro Sánchez.

En la sede de Ferraz, los militantes que acudieron a celebrar la victoria instaron a Sánchez a descartar como socio a Ciudadanos. Lo hicieron al grito de "Con Rivera, no". Esa proclama, fruto de la euforia del momento, recuerda bastante a la de "Pujol enano, habla castellano" que le corearon a José María Aznar tras su triunfo en 1996... y Aznar acabó firmando el Pacto del Majestic para apoyarse en CiU. 

Cordón sanitario

Que Sánchez proclamara desde el balcón que él no está por aplicar ningún "cordón sanitario", enfriando así las expectativas de sus simpatizantes, es muy elocuente. Es verdad que Rivera, ante los suyos, volvió a negar de forma tajante cualquier entendimiento con los socialistas, pero convendría dar tiempo al tiempo y empezar a pensar en España antes que en las preferencias personales o en los cálculos partidistas.

Sería un disparate que Sánchez tratara de gobernar con un separatismo que, crecido por sus resultados, ya ha dejado claro que no renuncia a sus posiciones y que piensa redoblar su pulso al Estado. Por la misma razón, también sería una temeridad que Rivera obligara a Sánchez a echarse en los brazos de los radicales cuando, esta vez sí, el Pacto del Abrazo tiene mayoría absoluta: 180 escaños.

Los acuerdos de regeneración que eran válidos en 2016, cuando fueron abortados por la pinza entre Rajoy y Pablo Iglesias, tienen mucha mayor vigencia hoy. Ese pacto acabaría con las dos Españas cainitas que se han ido retroalimentando en los últimos tiempos y sentaría las bases para una España transversal que mira al futuro. Sánchez y Rivera tienen la palabra.