El inicio de la campaña electoral ha venido acompañado de una injustificable violencia contra tres partidos políticos, PP, Cs y Vox, a los que, mientras se les acosa, se les acusa de intolerantes. Si el jueves la número 1 del PP por Barcelona, Cayetana Álvarez de Toledo, era vilipendiada por una turba de radicales independentistas antes de un acto en la Universidad Autónoma de Barcelona, este domingo Albert Rivera era recibido en Rentería entre insultos y cargas de la Ertzaintza. Y algo similar vivía el candidato de Vox, Santiago Abascal, en los momentos previos a sus mítines en su gira por el País Vasco.

Es una anomalía democrática que haya lugares en España donde la mera presencia de ciertos políticos sea motivo de algaradas por parte de los radicales. Y si ya es de por sí vergonzoso que se hayan institucionalizado los escraches, más grave es que haya formaciones que los justifiquen, miren hacia otro lado o los azucen abiertamente.

Desfachatez

Que Pablo Echenique diga que la representación de Cs en el País Vasco es "marginal" para acusar a Rivera de "incendiar la convivencia" es una prueba no sólo de una desfachatez supina, sino del escaso respeto que el número 3 de Podemos tiene hacia una campaña electoral libre de coacciones. 

Y no es el único. Poco después del acoso a Cayetana Álvarez de Toledo en Barcelona, la candidata de JxCat a las generales, Laura Borràs, blanqueaba a los violentos al apuntar que "hay gente que busca problemas, y cuando buscan problemas los encuentran". 

Patente de corso

EL ESPAÑOL publica hoy la conmovedora historia de Maite Pagaza, que 16 años después regresa al pueblo de sus padres escoltada ante los insultos y las amenazas de los mismos que jalearon a los asesinos de su hermano Joxeba.

Por ello, resulta más que justificada la promesa electoral de Rivera de que los 200.000 "expulsados por ETA" podrán votar en Navarra y País Vasco. El problema es que la violencia en España, para algunos, parece tener patente de corso.