Las listas al Congreso de los dos grandes partidos, PSOE y PP, han sufrido una auténtica revolución: hay más caras nuevas que nunca. La renovación y la entrada de savia nueva en política hay que valorarlas, de entrada, como positivas, pero en este caso parece haber pesado más la situación particular de Pedro Sánchez y Pablo Casado que una voluntad real por remozarse.

Ni al secretario general del PSOE ni al presidente del PP les ha temblado el pulso para configurar un grupo parlamentario a su medida. Los dos se abrieron paso en sendos procesos de primarias con dificultades y a contracorriente, y ahora se ven legitimados para actuar con manos libres.

Lealtades

En el caso del PP, y tras el fichaje de varios periodistas y personas vinculadas al mundo taurino, es sintomático lo ocurrido en la lista de Madrid, que encabeza el propio Casado. Los primeros puestos los ocupan personas con nula experiencia, como Adolfo Suárez Illana o la politóloga Edurne Uriarte.  

Al rodearse de estos pesos ligeros que gozan de su entera confianza, Casado se blinda en el grupo parlamentario de movimientos de oposición interna para el caso de cosechar malos resultados el 28-A. Seguramente el líder del PP mira de reojo a Galicia y Castilla y León, de donde podrían surgirle críticas.

A la medida

La misma práctica de blindarse con los incondicionales es la que ha llevado a Sánchez a purgar la organización para crearse un partido a su medida. En esta línea hay que  situar también el órdago de Ferraz en Andalucía, donde azuza a los críticos con Susana Díaz a pedir su defenestración pasadas las elecciones.

Al final, la confección de las listas brinda a los líderes la oportunidad de utilizar las instituciones como medio para consolidar su poder orgánico. Ni Casado ni Sánchez la han desaprovechado. Y la realidad es que las circunstancias nos abocan a uno de los Parlamentos más variopintos de la Democracia.