El separatismo escenificó este miércoles en la jornada de constitución del Parlament el doble juego con el que, hasta que se desmelenó con el 1-O, se ha movido tradicionalmente. Primero mostró su cara más bronca con el discurso de Ernest Maragall llamando poco menos que a la insurrección contra España, y después llegó el tono institucional del nuevo presidente de la Cámara, Roger Torrent.

La realidad es la que es, y la mayoría separatista augura nuevas jornadas de tensión. Pronto habrá ocasión de comprobarlo con el intento fraudulento de investir al prófugo Puigdemont. Y más aún si el constitucionalismo empieza a ofrecer signos de debilidad, como ocurrió con la extraña fuga de un voto en la elección de la Mesa. 

El viejo y el nuevo Parlament

El viejo y el nuevo Parlament Tomás Serrano

Síndrome de Estocolmo

Al Gobierno le gustó la intervención de Torrent y confía en que Esquerra Republicana, su partido, pueda atemperar a los seguidores de Puigdemont, de manera que el Parlament acabe proclamando lo que Rajoy definió como un "presidente limpio".

Es un deseo, sin embargo, que no se corresponde con la lógica de los acontecimientos y que parece inspirado por una suerte de síndrome de Estocolmo. El independentismo no ha llegado hasta aquí para renunciar a sus objetivos, y esa es una lección que Moncloa ya debería de haber aprendido. Así que habrá que hacer algo más, seguro, que cruzar los dedos.

Turull, en el 'caso Palau'

Lo que debería hacer el Gobierno es, en cuanto le den argumentos los separatistas, aplicar el artículo 155 hasta sus últimas consecuencias. El partido de Puigdemont no sólo está echado al monte, sino que acaba de ser condenado por corrupción. Hoy EL ESPAÑOL publica que su hombre fuerte, Jordi Turull, decidió una de las adjudicaciones a Ferrovial recogidas en la sentencia del caso Palau.

Entre poco y nada cabe esperar pues de unos dirigentes políticos que no dudan en anteponer fanáticamente su ideología al bien general y que tienen razones personales de sobra para tratar de evitar ser juzgados por la Justicia española. Con este panorama, ser optimista o confiar en la suerte es engañarse.