Los resultados cosechados por el PSOE en Galicia y País Vasco, históricamente desastrosos, deberían haber llevado al secretario general a una rectificación o incluso a una asunción personal de responsabilidades. Lejos de ello, Pedro Sánchez ha decidido apretar el acelerador hacia el precipicio, abocando a su propio partido a la confrontación interna.

Hemos defendido la autonomía de Sánchez para intentar buscar una alternativa de gobierno coherente con los principios del PSOE. Esa oportunidad se marchitó en el momento en el que Podemos y Ciudadanos se declararon incompatibles, y murió, definitivamente, al depender la hipotética mayoría socialista de los votos de los partidos independentistas.

Sánchez defendió este lunes su posición asegurando que el PSOE no puede ser "subalterno del PP"; pero al margen de que un hipotético Gobierno de Rajoy en minoría daría amplio margen a los socialistas para ejercer la oposición y no el vasallaje, lo que pocos españoles refutan es que siempre será preferible un mal gobierno conservador que el mejor gobierno rehén de los extremistas y de quienes quieren romper España. Y lo mismo piensan en Bruselas.

Cambio de estrategia

Lo lógico es que, llegados a este punto, y con un PSOE que no deja de retroceder elección tras elección, Sánchez hubiera tenido un gesto de generosidad. Obviamente no toda la culpa es suya, pero él es el máximo responsable en condición de su cargo. Además, lo que en un principio podía interpretarse como arrojo y valentía por su parte, empieza a contemplarse como un burdo ejercicio de supervivencia política.

Sánchez ha cambiado de estrategia: cuando los críticos le pidieron un congreso, alegó que lo primero era arreglar la gobernabilidad de España y dejar para otro momento la situación interna. Ahora, cuando se ha visto con el agua al cuello, ha decidido forzar una dinámica de hechos consumados convocando primarias para la secretaría general una semana antes de que se agote el plazo del Parlamento para una investidura.

Solución traumática

La maniobra de Podemos en Castilla-La Mancha, que se acostó el domingo como socio fiel de García-Page y se despertó el lunes rompiendo el acuerdo en la Junta, ya se interpreta como una maniobra de Sánchez y Pablo Iglesias para presionar a algunos barones a base de incendiar sus sillones.

Al tomar la decisión de no salir de la secretaría general si no lo sacan -políticamente- con los pies por delante, Sánchez está forzando una solución traumática. Los barones, liderados por Susana Díaz, están convencidos de que ya sólo es posible lo que denominan "solución quirúrgica", que puede lograrse por dos vías: bien forzando la caída del secretario general con la dimisión de la mitad más uno de los miembros de la dirección -tal y como contemplan los estatutos del partido-, o ganándole las primarias del 23 de octubre.

La decisión de Susana

En ambos casos, la operación obliga a contar con un líder alternativo, que no puede ser otro que la presidenta andaluza. ¿Estará dispuesta a dar el paso de una vez? Creemos que en esta ocasión no le queda más remedio. Díaz tiene que ser coherente y pasar a la acción para que no se le pudra el partido en las manos.

En su huida hacia adelante, Sánchez ha acabado convirtiéndose en parte del problema del socialismo español y, muy a su pesar, en el talismán de aquel a quien más dice querer combatir: Rajoy. El líder del PP sabe que el encastillamiento de Sánchez le acerca a las terceras elecciones, lo que le libraría de tener que gobernar en circunstancias muy adversas y le abriría de par en par las puertas para alcanzar una mayoría más holgada en diciembre.