Ceremonia funeral en honor de Charlie Kirk.
Dios contraataca
Tras décadas de experimento secular, los jóvenes han descubierto que, como escribió Nietzsche al diagnosticar la muerte de Dios, “sin fundamentos espirituales la humanidad construye sobre arena”.
¿Puede sobrevivir Occidente y su principal subproducto político, la democracia liberal, a la desaparición de las ideas que lo construyeron?
Y más concretamente. ¿Puede sobrevivir Occidente a la muerte del cristianismo y de sus valores fuertes (Dios, familia, comunidad) aferrándose únicamente a valores no ya débiles, sino anémicos (ciudadanía, multiculturalismo, globalismo)?
La respuesta es obvia. No. La Cruz sigue siendo hoy, veinte siglos después, un símbolo infinitamente más poderoso que cualquier pin de colores.
Si algo han demostrado además los últimos treinta y cinco años de historia (los del "fin de la historia" de Fukuyama) es que resulta imposible arrancar Occidente de las raíces sobre las que se construyó y que el resultado continúe siendo algo remotamente parecido a lo que conocemos como “Occidente”.
Como dijo Agustín de Foxá, “nadie muere por el Código Civil”.
Y como explicó el periodista y ex espía de la KGB Yuri Bezmenov, sólo existe un antídoto conocido contra la subversión ideológica comunista, y es la religión. Una idea moral mucho más fuerte que ninguna que pueda promover ninguna secta herética del cristianismo, como la del propio comunismo.
Hace apenas una semana, el periodista y escritor Douglas Murray publicó en The Spectator un artículo (La resurrección política del cristianismo) que documenta un fenómeno cultural que en España ha pasado relativamente desapercibido.
De hecho, sólo Diego Garrocho en El País, y Ana Zarzalejos, Lorena G. Maldonado y Víctor Núñez en EL ESPAÑOL, se han hecho eco de él en nuestro país, aunque gente como Víctor Lenore, Paula Fraga o Ana Iris Simón entre otros, muchas veces desde la izquierda, llevan tiempo rondando las orillas de una fe que está conformándose poco a poco como antídoto contra los ídolos de polipropileno del consenso progresista boomer.
Y no es casual que casi ninguno de ellos supere los 40 años.
Douglas Murray habla en su artículo de cómo, en eventos políticos que entran de lleno en el terreno de la batalla cultural, como el funeral de Charlie Kirk, la gente "se ha apoyado fuertemente en el elemento cristiano".
Las vigilias tras el asesinato de Kirk vivieron oraciones masivas, las manifestaciones populares contaron con cantantes de góspel y, en medio del "caos moral" de Occidente, los ciudadanos parecieron volver durante unos días "a sus principios más firmes".
No parece casualidad. Tras décadas de secularización progresista, Occidente está siendo testigo del despertar de una generación de jóvenes que dice rechazar “el vacío existencial del liberalismo” y que busca lo que el cristianismo siempre dijo ofrecer: sentido, comunidad y valores sólidos.
Funeral de Charlie Kirk. Reuters
Los datos están ahí.
Reino Unido lidera esta contraofensiva espiritual. Quizá porque es el país en el que más profundamente ha calado el virus del wokismo.
Entre 2018 y 2024, la asistencia mensual a la iglesia pasó en Reino Unido del 8% al 12% de la población adulta (de 3,7 a 5,8 millones de personas).
Entre jóvenes de 18-24 años, la transformación ha sido todavía mayor: la asistencia regular a la iglesia ha multiplicado por cuatro sus cifras, desde el 4% al 16% en seis años.
Los hombres jóvenes lideran esta revolución silenciosa y han multiplicado su asistencia por cinco, del 4% al 21%.
La creencia en Dios entre esta generación casi ha triplicado sus cifras, del 16% en 2021 al 45% de 2025.
Francia registra también cifras históricas. En la Pascua de 2025 se bautizaron más de 17.800 adultos y adolescentes, un incremento del 45% respecto al año anterior y el más alto desde que se iniciaron registros hace más de veinte años.
El 42% de estos nuevos cristianos tienen entre 18-25 años (y eso en una generación que supuestamente había "superado" la religión).
Estados Unidos, tras décadas de declive cristiano, muestra señales inequívocas de estabilización.
Más significativo aún. El 66% de los americanos afirma haber hecho un “compromiso personal” con Jesús, frente al 54% en 2021 (un salto de doce puntos porcentuales que pulveriza la narrativa secular).
En España, el porcentaje de católicos menores de 35 años ha pasado del 34 al 45% en menos de dos años. Con un 45% del voto, cualquier partido político tiene garantizada la mayoría absoluta en el Congreso en España. El fenómeno no es, por tanto, menor.
La Generación Z asiste ahora a la iglesia con mayor frecuencia que las generaciones mayores, revirtiendo patrones históricos.
Los hombres superan además a las mujeres en asistencia semanal (43% contra 36%), la brecha de género más amplia registrada en veinticinco años. Tradicionalmente, el fenómeno había sido el contrario: las mujeres solían ser más religiosas que los hombres.
Estos datos adquieren sentido cuando se examinan bajo la lupa del abrumador fracaso del progresismo en el terreno de la salud mental.
El día 10 de Octubre (Día Mundial de la Salud Mental) un grupo de activistas de la Generación Z (nacidos entre 1996 y 2012, ahora de 12 a 29 años) -entre los que está Freya India- han organizado un acto denominado la Mass Deletion (o "Eliminación Masiva"). Se trata de un acto…
— Pablo Malo (@pitiklinov) October 5, 2025
Según un conocido estudio de la firma de consultoría estratégica McKinsey sobre salud mental, los conservadores demuestran de forma consistente mejor bienestar psicológico que los liberales.
"A partir de aproximadamente 2010, las adolescentes liberales tuvieron el cambio negativo más grande y significativo en autoestima, autodesprecio y soledad".
El fenómeno coincide, de forma no precisamente casual, con "la popularización del teléfono celular y la proliferación de noticias digitales".
La epidemia de soledad castiga especialmente a los jóvenes progresistas. Según el Cirujano general de los Estados Unidos (el portavoz en asuntos de salud pública del Gobierno americano) casi la mitad de los americanos afronta niveles significativos de soledad, con efectos devastadores: un 29% más de riesgo de enfermedad cardíaca, un 50% más de demencia y un 32% más de derrame cerebral.
La Generación Z, criada en el caldo de cultivo del progresismo digital, sufre por tanto una crisis de salud mental sin precedentes.
El 91% reporta síntomas físicos y emocionales conectados con ansiedad o trastornos mentales.
Sólo el 45% considera su condición mental "buena o excelente".
El 42% reporta desesperanza persistente, el 29% mala salud mental y el 22% pensamientos suicidas.
El 61% de los jóvenes de entre 18-25 años sufre grados "miserables" de soledad.
Las redes sociales (la catedral digital del progresismo) actúan como "vector de contagio donde las cosas se magnifican", según el doctor Benjamin Druss, de la Rollins School of Public Health.
Los algoritmos, diseñados para "mantener nuestra atención e impulsar ingresos publicitarios", magnifican precisamente aquello que crea o exacerba "soledad, depresión o ansiedad".
Parece, por tanto, que el progresismo no sólo ha fracasado en proveer de sentido a las democracias liberales, sino que ha construido las herramientas de su propia tiranía.
Como documenta Michael Shellenberger en su investigación sobre libertad de expresión, "el advenimiento de internet nos dio una espada de doble filo: la mayor oportunidad para la libertad de expresión e información jamás conocida por la humanidad, pero también el mayor peligro de censura masiva jamás visto".
Las grandes multinacionales digitales, las Big Tech (el brazo corporativo del progresismo cultural), ejercen hoy un control sin precedentes sobre el discurso público.
Según la investigación del America First Policy Institute, casi la mitad de los americanos conocen personalmente a alguien que ha sido temporal o permanentemente expulsado de una plataforma de redes sociales.
Más de 100.000 americanos reportaron casos de censura online en 2021.
Tres cuartas partes creen que las empresas tecnológicas censuran de forma intencionada puntos de vista que no les gustan.
¿El resultado? Una generación de jóvenes que, como observa el escritor Paul Kingsnorth tras su conversión al cristianismo ortodoxo y su abandono del ecologismo mesiánico, cree que Occidente se enfrenta a lo que él llama "la Máquina”: fuerzas tecnológicas, consumistas e ideológicas que nos "desarraigan de la naturaleza, de la cultura y de Dios".
El proyecto "ilustrado" del materialismo positivista que nació en el siglo XIX (y que cristaliza en Marx, Nietzsche y Freud) ha acabado convertido en una "rebelión contra Dios". En un intento de controlar el mundo mediante la tecnología y el racionalismo.
Y son ya varios los intelectuales del mundo anglosajón que han diagnosticado este fenómeno durante los últimos meses.
'Dominio', de Tom Holland.
Tom Holland, autor de Dominio, ha demostrado que incluso los seculares occidentales más fervientes (él se define como ateo) observan el mundo, sean conscientes de ello o no, a través de una lente fundamentalmente cristiana.
En Dominio se explica que los valores que consideramos universales (derechos humanos, dignidad humana, compasión, igualdad) están "profundamente arraigados en suelo cristiano".
Según Holland, nuestra moral occidental no deriva de Grecia o Roma (civilizaciones "depredadoras" que practicaban la eugenesia, la esclavitud masiva y el desprecio por los débiles, un conjunto de ideas que luego cristalizaría en el nazismo) sino de la "revolución de la Cruz".
Douglas Murray, que se define a sí mismo como "ateo cristiano", articula la paradoja de nuestro tiempo: "No puedes sacar el cristianismo de Occidente y tener algo que sea reconociblemente Occidente".
Murray observa cómo, en medio de la "niebla" cultural, la gente retorna a los valores más firmes.
'La extraña muerte de Europa', de Douglas Murray.
Murray cita también en algunos de sus artículos al editor de la revista digital First Things, R. R. Reno, sobre "el retorno de los dioses fuertes".
Según Murray, el doble desafío que enfrenta Occidente empuja a las personas hacia su identidad cristiana latente. Ese doble desafío es, por un lado, el del islam, y por el otro, el del progresismo, la "nueva religión que ocupó el espacio del cristianismo".
Mary Harrington, la "feminista reaccionaria", ha diagnosticado el fracaso de la revolución sexual. Pero no desde una posición ajena a esa revolución, sino después de haberla vivido en primera persona hasta las últimas consecuencias.
La píldora anticonceptiva (que Harrington llama "el primer momento transhumanista") "ha mercantilizado el cuerpo femenino, atomizado las relaciones y creado una crisis de sentido".
El feminismo reaccionario de Harrington, sin embargo, no busca volver al pasado literal, sino "rechazar la teología del progreso".
Harrington cita, por ejemplo, al reaccionario colombiano Nicolás Gómez Dávila: "El reaccionario no es un nostálgico del pasado, sino un peregrino hacia un pasado sumergido".
'Contra la revolución sexual', de Louise Perry.
Louise Perry, feminista secular, llega por su lado a conclusiones socialmente conservadoras desde premisas laicas. La revolución sexual ha sido "desastrosa para las mujeres".
El "sexo positivo", el porno, las apps de citas y la cultura del hookup (las “citas casuales” que buscan sexo rápido, impersonal y sin compromiso) han puesto a las mujeres en riesgo físico y beneficiado principalmente a los hombres poderosos.
Perry recomienda castidad fuera del matrimonio y monogamia dentro, conclusiones que "convergen con la ética sexual cristiana histórica".
Ayaan Hirsi Ali, considerada en su momento como la "quinta jinete" del Nuevo Ateísmo (junto a Richard Dawkins, Daniel Dennett, Sam Harris y Christopher Hitchens), anunció en 2023 su conversión al cristianismo tras reconocer que Occidente se enfrenta a varias amenazas existenciales (autoritarismo chino-ruso, islamismo global y wokismo).
Según Ayaan Hirsi Ali, "el ateísmo no puede equiparnos para guerra civilizacional", pero "mantener la tradición judeocristiana" puede salvar a Occidente.
No todos defienden en 2025 el cristianismo como arma política frente a los enemigos de la democracia liberal. Otros defienden más bien lo contrario: el aislacionismo.
Rod Dreher, periodista y escritor cristiano ortodoxo estadounidense, popularizó la llamada 'opción benedictina' en su libro homónimo de 2017.
Su tesis central es que los cristianos en Occidente han perdido la guerra cultural. Y la única forma de que el cristianismo sobreviva, de acuerdo a Dreher, es mediante comunidades que se aíslen parcialmente de la sociedad post-cristiana, inspiradas en el monje Benito de Nursia del siglo VI.
Dreher propone monasticismo moderno. Comunidades cristianas que profundicen en la oración, fortalezcan sus familias y construyan escuelas e instituciones alternativas donde la fe ortodoxa pueda “sobrevivir y prosperar durante la inundación”.
Lo de Dreher no es tanto una retirada total del mundo moderno como un “exilio presencial” para conformar “una contracultura religiosa vibrante”.
El Papa León XIV, rodeado de jóvenes, porta una cruz en el barrio oriental de Tor Vergata en Roma.
Pero ¿por qué ahora? ¿Por qué esta generación, supuestamente la más secular de la historia, retorna masivamente a la fe?
Sociológicamente, el progresismo ha creado las condiciones de su propia derrota. Pocos pueden negar hoy, con argumentos de peso, que la democracia alberga en su núcleo la semilla de su propia autodestrucción en forma de tolerancia pasiva con todas aquellas ideologías y sistemas de valores que niegan la propia democracia y los valores que la fundamentan.
Y por ello la tesis de la secularización, dominante durante décadas, está siendo desafiada hoy por el resurgimiento religioso global.
El agujero moral del secularismo, la epidemia de soledad digital, la crisis masculina, la ingeniería social estatal y el autoritarismo tecnológico han generado una tormenta perfecta de vacío existencial que sólo el cristianismo parece capaz de satisfacer.
Los jóvenes buscan lo que el liberalismo no puede proveer: orden moral objetivo, comunidad intergeneracional, trascendencia, sentido, estabilidad identitaria y roles de género definidos.
Dios, en fin, ha contraatacado. Tras décadas de experimento secular (algunos dirán "siglos"), las nuevas generaciones parecen haber descubierto que, como escribió Nietzsche al diagnosticar la muerte de Dios, “sin fundamentos espirituales la humanidad construye sobre arena”.
Y los jóvenes occidentales, tras hundirse hasta el cuello en esa arena movediza secular, parecen estar buscando nuevamente la roca.
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