Morante de la Puebla sale a hombros de la Plaza de Las Ventas. EFE
Cuando le contemos a nuestros hijos que vimos torear a Morante de la Puebla
La dramaturgia de esta jornada extática era tan idónea que había puesto en suerte la despedida de Morante, pero nadie la esperaba tan pronto. Así ha sido la amarga victoria sobre el tiempo de la máxima figura histórica del toreo.
En estos tiempos cínicos a la par que crédulos, es inevitable que los ditirambos apasionados suenen tan impostados como hiperbólicos.
Pero en justicia puede calificarse de histórico lo vivido este doce de octubre en Las Ventas de Madrid, en el Día de la Fiesta Nacional, que es la fiesta de los toros.
"Histórico" fue el lapidario epíteto, convertido ya en icono memético, pronunciado por uno de los centenares de jóvenes extáticos que saltaron al ruedo para procesionar junto a José Antonio Morante de la Puebla, cuando abrió la puerta grande del coso venteño el pasado junio por primera vez en su carrera.
Y una sobredosis de Historia sufrimos quienes, sólo unos meses después de aquello, hemos tenido la fortuna de presenciar además la segunda puerta grande de Morante en la plaza que ha sido también la escogida para retirarse.
Así ha sido la amarga victoria de Morante de la Puebla sobre el tiempo: después de recoger los dos trofeos arrancados a su segundo toro, el diestro se llegaba a paso lento a la boca de riego, llorando como un niño, mientras se trasteaba la coronilla.
Y ahora… ¿qué? 𝗠𝗢𝗥𝗔𝗡𝗧𝗘 se corta la coleta. Su nombre, en lo más alto de la historia de la Tauromaquia. Se te echará mucho de menos, Maestro.#LasVentas #Hispanidad2025 pic.twitter.com/opj9EpNEQA
— Plaza de Las Ventas (@LasVentas) October 12, 2025
Los tendidos no se habían repuesto aún de la apoteosis triunfal de la vuelta al ruedo cuando les sobrevino un nuevo pasmo, esta vez provocado por el desconcierto.
"Que se está cortando la coleta".
Es cierto que por los cenáculos de abonados ya sobrevolaba el sordo rumor de que Morante estaba esperando a cuajar un toro en Madrid para retirarse muy pronto.
Porque el genio perpetuamente acechado por la bilis negra, aun habiendo sometido a las bestias más fieras, volvía a encontrar dificultades insalvables para ejercer el mismo temple y dominio sobre su dolencia psiquiátrica.
Pero nadie esperaba que el desmoche fuera a tener lugar este domingo.
Y así muchos aficionados unieron sus lágrimas a las de la máxima figura histórica del toreo, que en esta última temporada alcanzó la perfección de su arte, se invistió de un halo legendario y democratizó lo que durante años había sido un lucero intermitente al alcance de la mirada de un puñado de exquisitos, convirtiéndolo en una devoción de masas de ecos maradonianos.
En el cuarto tercio, que son los tercios de cerveza en el bar de después de la corrida, se pulsaba un inhabitual humor sombrío, porque la melancolía ofuscaba el júbilo de este domingo para el recuerdo.
Sublimó el hálito de desazón el boticario de guardia de la tertulia, con este lamento: "Vaya lunes nos espera. Mañana no estará Morante y seguirá Pedro Sánchez".
Las faenas de Curro Vázquez, César Rincón y Morante en un mismo día valen para varias temporadas enteras de toros. Un regalo histórico con el toreo de ayer que nos hizo aficionados. pic.twitter.com/RZ6qOISB4B
— Seisyelsobrero (@Seisyelsobrero) October 13, 2025
Pese a lo traumático, es forzoso reconocer que la dramaturgia era tan pintiparada que había puesto en suerte el acontecimiento de la despedida: el día de la Hispanidad, en el broche pinacular de la Feria de Otoño, después de un festival en honor a Antoñete para los anales organizado por el propio Morante, y en una tarde que amenazaba plomo, levantada como se levantó el matador tras haber sido derribado por el cuarto Garcigrande, cuando volvió glorioso para cobrarse sus últimos apéndices.
Unos mimbres como de ópera wagneriana pero con la importante diferencia que confiere a la plaza superioridad sobre cualquier teatro: lo que sucede en ella sucede de verdad.
El fantasma de Morante seguirá acartelándose en todos los festejos de la temporada que viene, que se queda ayuna de su mayor y principal reclamo.
Pero la trascendencia de su jubilación (acaso sólo temporal) excede con mucho lo taurino.
Porque Morante, como el diestro madrileño al que quiso rendir tributo, siempre ha tenido claro que cuando uno se mete en "una piel de luces", opera una metamorfosis que transforma al hombre en torero. Y que cuando uno se transfigura en torero, tiene que serlo "en todo momento, desde el principio y hasta el final".
El sevillano, rezumante de torería, no sólo ha cuidado hasta el mínimo detalle de su imparangonable tauromaquia, exhumando y mejorando suertes vetustas que ya son estampas de la lidia perenne. También ha custodiado con mimo todo el boato y la suntuosidad que es el éter del toreo dentro y fuera de la plaza.
Por eso ha ingresado en la provincia de la mitología.
Y por eso su retiro le hurtará a la sociedad española uno de los postreros vestigios de una estética única y arcaica, que ha fungido como un atavismo de hechizante embeleso en un siglo monocromático de artificio y mediocridad. Una uniformidad que también amenaza a la propia fiesta.
Porque, como recordaba el crítico taurino Antonio Díaz-Cañabate, "el planeta de los toros, por muy distante que se encuentre de la atmósfera terrestre, en ella vive y alienta". Y las plazas no están a resguardo (y ahora menos) de "los poderosos vientos terrícolas" que llevan a aquellas el adocenamiento y la uniformidad ambiental.
Así, es lógico que la inquietud sobre el porvenir se adueñe ahora de los aficionados, después de toda una jornada para partirse la camisa que aún estamos metabolizando.
Pero, al menos, podremos poner a salvo del óxido de los días las imágenes selladas indeleblemente en nuestra retina.
— Fundación Toro Lidia (@ftorodelidia) October 12, 2025
Como la de ese retablo barroco compuesto por la muchedumbre que izaba a su efigie de chenel y oro, con sus brazos y los ojos vidriosos levantados al cielo y una mirada de penitente salida de un lienzo de Zurbarán.
Como la de la apostura maciza y escultórica de su figura atalonada sobre la arena, sumida en teresiano trance y con la barbilla hundida en las fosas abisales de la amargura.
Como esas vigorosas parábolas dibujadas por la franela en el otoño de la tauromaquia, que suspendieron los segundos y desgarraron a las veinte mil almas que rugieron al unísono.
Todo esto sucedió sin que aún hubiéramos superado la digestión pesada de las emociones de la mañana, cuando el regreso de Curro Vázquez y César Rincón conmocionó a nostálgicos y neófitos.
Pese a figurar ya en el parnaso torero de la tercera edad, los dos maestros comparecieron en la Monumental con la raza y la actitud de unos novilleros, para impartir una lección magistral de cómo se torea que habrá hecho sonrojarse a muchos de los albañiles del escalafón actual.
Antes de despedirse, Morante regaló a la afición un billete de vuelta a las épocas áureas del toreo.
Y así como este 12-O se sentaron en los tendidos padres y abuelos junto a sus vástagos, y les relataron quiénes eran esos espadas antológicos a los que veían por primera vez, así nosotros, dentro de unas décadas, cuando la leyenda reaparezca en un festival, podremos contarle a nuestros hijos que vimos torear en su apogeo a José Antonio Morante de la Puebla.