Tyler Robinson, el presunto asesino de Charlie Kirk.

Tyler Robinson, el presunto asesino de Charlie Kirk.

Columnas SIN SOLTAR AMARRAS

Tyler Robinson cogió su fusil… y asesinó a Charlie Kirk

Al justificar un crimen por la radicalidad de las ideas ajenas se están poniendo los cimientos de crímenes posteriores.

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En 2017, cuando tenía 14 años, Tyler Robinson se disfrazó de Donald Trump en una fiesta de Halloween.

Es posible que eligiese el atuendo por su sencillez. Bastaba con ponerse un traje y simular la barriga, y en cualquier tienda podía encontrarse una careta del presidente americano.

Así que Tyler acompañó a sus dos hermanos menores a pedir caramelos por las casas del barrio con una peluca color zanahoria, una corbata vieja y un cojín en el estómago.

Posiblemente volvió a casa harto de comer chocolatinas, se quitó el disfraz y no volvió a acordarse de Trump en mucho tiempo.

Ocho años más tarde, Tyler Robinson asesinó a Charlie Kirk, el activista conservador a quien Trump consideraba un amigo y que era uno de los más firmes propagandistas del movimiento MAGA.

A Tyler lo detuvieron en treinta horas. Habrían tardado más si su propia familia, que lo reconoció en las imágenes difusas que repetían las televisiones del mundo entero, no le hubiese convencido para que se entregara.

Charlie Kirk junto a Donald Trump.

Charlie Kirk junto a Donald Trump. EP

La familia de Tyler Robinson es conservadora. Tanto, quizá, como la de su víctima. Su padre es policía. Su madre trabaja con discapacitados. Tiene dos hermanos.

Todos coinciden en que Tyler Robinson era un buen chico, notable estudiante, que nunca había demostrado un especial interés por la política, pero que en los últimos tiempos se manifestaba muy crítico con el trumpismo.

En las conversaciones familiares atacaba hasta la exaltación el movimiento Make America Great Again.

El muchacho, ajeno a los vaivenes políticos, que ni siquiera había votado en las últimas elecciones, defendía sus postulados de forma violenta. Era como si hubiese enfermado de odio.

Tan enfermo estaba Tyler Robinson que disparó a un hombre de treinta y dos años cuyo crimen era promover ideas que no gustaban a él ni a los miles de personas que en las redes sociales celebraron su muerte, o que encontraron justificación al asesinato en las declaraciones de Kirk, en los discursos de Kirk, en las provocativas intervenciones de Kirk.

Muchos, incluidos algunos compatriotas nuestros, están de acuerdo con Robinson en que Charlie Kirk se había buscado lo que le pasó.

Leí un tuit con la lista de los motivos que había para mandarlo al otro barrio, aunque luego acababa hipócritamente con una condena a toda violencia.

Ha sido espeluznante pasearse por redes y tertulias para escuchar a personas supuestamente civilizadas desgranando las muchas razones que hacían de Kirk un ser que parece estar mejor muerto que vivo.

Tyler Robinson, el asesino confeso de Charlie Kirk.

Tyler Robinson, el asesino confeso de Charlie Kirk.

El asunto es que Kirk no ha fallecido de un infarto ni en un accidente de coche, sino que le han pegado un tiro en el cuello. Alegrarse de que alguien muera es moralmente discutible, pero es intolerable alegrarse de que lo maten.

No sé si quienes intentan crear una coartada para el asesinato de un hombre son conscientes de lo que están haciendo. No sé si se dan cuenta de que al justificar un crimen por la radicalidad de las ideas ajenas están poniendo los cimientos de crímenes posteriores.

Decir que Kirk se lo había buscado con sus baladronadas, sus exageraciones, sus mensajes fuera de lugar, su vida misma, pone la simiente para otros asesinatos. Para que otro chaval de veintidós años que se ha vuelto loco (porque para matar a sangre fría a un hombre al que ni siquiera conoces hay que estar mal de la cabeza y de ahí no me bajo) coja su fusil, se suba un tejado y apriete el gatillo.

Contra quién, ya se verá. Hay personas como Charlie Kirk a los dos lados de la línea.

Y algunos están repartiendo patentes de corso para acabar con ellos.