Cinco años después del rodaje de 'Peshmerga', Levy se reencuentra con las combatientes kurdos y sus prisioneros.

Cinco años después del rodaje de 'Peshmerga', Levy se reencuentra con las combatientes kurdos y sus prisioneros. DR

Columnas BLOC DE NOTES

En la Avenida de los Peshmerga de París

Los peshmergas practican un islam moderno e ilustrado, y predican y ponen en práctica, incluso en los campos de batalla, la igualdad entre mujeres y hombres.

Publicada

Muelle André-Citroën.

No lejos del puente Mirabeau, donde fluye el Sena de Apollinaire.

En el corazón de este antiguo París obrero descrito, en la primera mitad del siglo XX, por Paul Nizan, Roger Vailland y el Aragon de los comunistas.

Es viernes 5 de septiembre.

Y es allí donde el Consejo de París ha decidido, por unanimidad, inaugurar una Avenida de los Peshmerga.

Los peshmergas son, para recordar, esos combatientes kurdos que van "al encuentro de la muerte". Les dediqué hace diez años una película, Peshmerga, que me hizo seguirlos, durante meses, a lo largo de los 1.000 kilómetros de la línea de frente que iba de Suleimaniya a Sinjar y donde resistían al Daesh.

Un peshmerga kurdo vigila en las inmediaciones de Mosul.

Un peshmerga kurdo vigila en las inmediaciones de Mosul. Ahmed Jadallah Reuters

Luego una segunda, La Batalla de Mosul, embarcado con sus unidades de élite, que partían a reconquistar la llanura de Nínive y, con el apoyo de los iraquíes venidos de Bagdad, la misma ciudad de Mosul que era, junto con Raqqa en Siria, la capital del califato.

Luego, más tarde, en 2020, en plena Covid, las secuencias clave de una tercera película, Otra idea del mundo, donde se les veía, con sus primos del Rojava, el Kurdistán sirio, resistir. Unos al imperio persa renaciente, otros al neoimperialismo otomano que se desperezaba y, todos, a la imperialidad sin territorio del islamismo radical.

Si recuerdo esto es para decir que los conozco bien.

Y para que se sepa que hablo por experiencia cuando digo que son guerrilleros de una valentía sin igual.

O cuando afirmo que son amigos del mundo libre y que fueron, como ahora los ucranianos, el escudo de Europa, su baluarte, la muralla viva e infranqueable que amortiguó el choque de Daesh en la hora de los atentados de París e impidió sin duda que hubiera aún más atentados.

O cuando recuerdo que, practicando un islam moderno e ilustrado, predicando y poniendo en práctica, incluso en los campos de batalla, la igualdad entre mujeres y hombres, honrando, en todos los lugares donde existen en su territorio, los sitios sagrados de la memoria judía, acudiendo al rescate de los cristianos cuando eran perseguidos, marcados como ganado, a veces crucificados en la puerta de su casa, por un Estado Islámico entonces en la cima de su poder, eran, y siguen siendo, nuestros aliados más preciados en esta región del planeta.

Agrego que son, por culpa de los imperios que se han sucedido, hasta hoy, en sus tierras ancestrales, el pueblo más antiguo sin Estado del mundo.

El Occidente está, por estas razones, en deuda con ellos.

Con Justice for Kurds, la ONG franco-estadounidense que creamos hace diez años con Tom Kaplan, no hemos dejado de abogar para que esta deuda sea honrada, para que esta solidaridad sea tenida en cuenta y para que un lugar de memoria, en Nueva York como en París, honre los sacrificios consentidos por estas hermanas y hermanos de armas.

No hemos sido escuchados en Nueva York.

Lo somos en París, que se muestra fiel, una vez más, a esa parte de su historia que la hace una capital mundial de la libertad.

París del que "nada es tan puro", decía Aragon en un poema de 1944, como su "frente de insurgente".

París que sabe, de vez en cuando, hacer del infortunio "coraje", y de la tormenta, "luz".

París más fuerte que "el fuego" y "el rayo" cuando tiende la mano a los "gente de todas partes".

París que, de Jefferson a Mickiewicz, de Bolívar a Garibaldi, de Walter Benjamin a Hannah Arendt y a sus amigos del 10 de la calle Dombasle (lean el maravilloso Parias de Marina Touilliez), ha sido una ciudad de acogida para los perseguidos y los libertadores.

París, ciudad refugio que nunca es tan grande como cuando honra a los perseguidos, a los fugitivos.

Dos soldados peshmerga.

Dos soldados peshmerga. EL ESPAÑOL

Gracias París.

Gracias Anne Hidalgo y su adjunto Arnaud Ngatcha que, después de la Avenida del Comandante-Massoud inaugurada, hace casi cinco años, en el barrio de los Campos Elíseos, continúan su obra a la luz del día.

Gracias Philippe Goujon, alcalde del distrito 15 de París, que, frente a Bernard Kouchner, a Gilbert Mitterrand, presidente de la Fundación Danielle-Mitterrand, a Kendal Nezan, director del Instituto Kurdo de París, frente a un centenar de kurdos de Erbil y de Francia, pronunció, él también, palabras fuertes sobre la amistad que nos une a este otro pueblo de "caballeros".

Y gracias a Massoud Barzani, padre de la nación kurda que me dijo, un día, que no ha sido presidente toda su vida, pero que ha sido, y será hasta su último aliento, un eterno peshmerga.

Él también estaba allí.

Él también, que se desplaza raramente, quiso estar presente en medio de un centenar de sus compatriotas, algunos de los cuales estaban vestidos, como él, con el jamadani tradicional, el largo turbante rojo y blanco que se enrolla alrededor de la cabeza y que, con el amplio cinturón de tela donde se desliza, antes de ir al combate, un arma de mano, constituye el uniforme de los peshmergas.

Y él también rindió un vibrante homenaje a nuestra gran alianza franco-kurda.

Fue un hermoso viernes.

Y una de las raras buenas noticias de esta semana terrible donde se tiene la sensación, en todas partes, de un mundo que se deshace.