Mónica García, ministra de Sanidad.

Mónica García, ministra de Sanidad. A. Pérez Meca / Europa Press

Columnas LOS PESARES Y LOS DÍAS

Caballero, sus cigarrillos donde pueda verlos

Al abrigo de la ideología bienestarista, el Estado va laminando sucesivas parcelas de libertad, que los ciudadanos entregan despreocupadamente a un cada vez más desaforado y prohibicionista poder tutelar.

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Escribió Manuel Alcántara que "aun admitiendo que el tabaco sea el enemigo público número uno, hay que reconocer que el enemigo número dos son los que dan la tabarra para que los demás no fumen".

El plúmbeo soniquete antitabaco tiene entre sus más egregias abogadas a la ministra de Sanidad, Mónica-Médica-Madre, que nos regaló aquel adagio glorioso de "léanse La Ciencia" después de haberse filmado haciendo ejercicio embozada en una mascarilla.

De conformidad con la agenda descarbonizadora del mandarinato global, el Gobierno está volcado en alcanzar el net zero de emisiones también en lo concerniente a los cigarrillos.

El anteproyecto de la ley antitabaco aprobado este martes pretende ser un hito más en esa peregrinación que nos conducirá hasta el advenimiento de la parusía de un mundo 100% libre de humo, donde la gente ya no morirá de nada porque habrán quedado erradicados todos los focos patógenos.

Ahora el Gobierno quiere que los fumadores sean estigmatizados también en las terrazas de los bares o en las marquesinas como protervos conspiradores contra la salud pública.

Un fumador en una terraza.

Un fumador en una terraza.

Y como España no puede ser vanguardia en nada más que en regular, Sanidad ambiciona alumbrar la prohibición más estricta de Europa, donde ni siquiera los países con restricciones más severas (salvo Suecia) tienen vedado fumar en las terrazas.

¿Qué importa el impacto negativo que este fanatismo vaya a comportar sobre la hostelería y el turismo?

Además, como fumar ya es un vicio de fachas, al proscribirlo quedan neutralizados también los focos insurreccionales de las terrazas del Madrid de Ayuso, que acogen conspiraciones donde se intriga un nuevo Putsch de la Cervecería contra el Gobierno-de coalición-progresista.

El tiempo le ha dado la razón a Samuel Johnson, quien dejó dicho que "a medida que el uso del tabaco disminuye, aumenta la insania".

Porque algo tan descabellado como prohibir fumar en un espacio abierto, donde el daño a esa figura angelical de los fumadores pasivos es poco más que anecdótico, sólo se explica desde parámetros psico-sociológicos que exceden el objetivo carácter perjudicial de la nicotina.

Es el producto de una sañuda demonización cultural del tabaco que no ha hecho sino expandirse en la España zapaterista de los runners y los eunucos.

Pero los poderes públicos quieren ahondar en esta reforma cultural de hechuras maoístas para el reseteo de los jóvenes, hasta alcanzar el hombre nuevo, el socialista del futuro que nunca conozca otra adicción que el afecto por los derechos humanos.

Y para ello van a extender la prohibición de usar en lugares cerrados y espacios públicos los productos sin combustión como los cigarrillos electrónicos o los vapers. Con lo cual van a disuadir a los fumadores de mudarse a recursos alternativos menos perjudiciales.

El mundo postpandémico sólo ha contribuido a afianzar esa histeria colectiva plasmada en el pánico a la enfermedad y a la muerte y en un culto reverencial de la salud como supervivencia. La aporía de una sociedad que estima tanto la vida propia y tan poco la del nasciturus o la del anciano se explica a la postre porque, cuando deja de haber vida ultraterrena, sólo queda el crossfit y el cuidado de la microbiota.

El ensayo biopolítico del Covid afianzó la lógica perversa que está detrás de la fijación persecutoria con el tabaco ("los poderes públicos deben protegerme de inhalar el humo de los demás"), y sobre la que se edifica lo que Dalmacio Negro llamó el "Estado minotauro".

Es decir, una forma de tiranía democrática, desarrollo último de los Estados de bienestar en un panóptico burocrático y totalitario, que devora las libertades de los ciudadanos en aras de la protección de la salud y la seguridad.

Al abrigo de esta ideología del bienestarismo, el Estado va laminando sucesivas parcelas de libertad, que los ciudadanos entregan despreocupadamente a un cada vez más desaforado poder tutelar y providencial.

Es una obligación moral contradecir esa propensión prohibicionista con la que la política responde por defecto a los problemas sociales. Y en particular el PSOE, partido abolicionista por antonomasia, abolicionista incluso de la felicidad, que aplica este mismo esquema simplista (acallar un problema de un plumazo cuando no se está en condiciones de resolverlo) al porno, la prostitución o los móviles de los niños.

La inflación ordenacista es un síntoma de "una época de prosaísmo, de hipertrofia administrativa, de enfermizo prurito por la previsión", como la llamaba Ortega. Que por lo demás reviste un carácter marcadamente arbitrario, dado que hay otras muchas cosas que producen externalidades negativas y efectos perniciosos para la salud del resto que no están prohibidas, como votar a Pedro Sánchez o ver los programas de Broncano.

No será por tanto inverosímil esperar que algún día un agente del orden se aproxime a nosotros para decirnos:

Caballero, según su cartera digital ciudadana, usted ha fumado más de un paquete diario, ha sobrepasado el cupo de masturbaciones, ha dejado una huella de carbono que incumple los ODS, ha echado el vidrio en el contenedor del plástico y ha tuiteado contra los centros de menas. Acompáñenos, por favor.

Escapar a esa distopía hiperregulatoria exige tomar al Estado minotauro por los cuernos, y darle una buena lidia y muerte.

La metáfora no es azarosa, en la medida en que las plazas de toros van camino de ser la última reserva indígena donde el Estado terapéutico confine a los viciosos del humo.

Hace unas semanas, en una corrida en El Puerto de Santa María, Morante de la Puebla se soliviantó a causa de un quite fuera de turno que Roca Rey realizó al toro del cigarrero. El peruano, con muy mala baba, le replicó: "Maestro, fúmate un purito despacito".

Permítame la ministra de Sanidad que le haga extensible la recomendación, y fúmese uno a mi salud.