Carolina Perles en 'El precio de...'-

Carolina Perles en 'El precio de...'- Telecinco

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Retrato secreto de la chica del gángster: Carolina Perles no es sólo una mujer despechada

Ella reunía el pizpiretismo lúbrico de una novia de verano y la serenidad adulta y tierna de la que puede ser la madre de tus hijos: como tener a la tentación y a la esposa fiel reunidas en el mismo cuerpo. Para un hombre como Ábalos, una manera de atarse en corto a sí mismo.

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Cuando vi anoche a Carolina Perles en Telecinco pensé que el mundo está muy bien hecho: es el personaje perfecto para representar a la exmujer de alguien como Ábalos en este vodevil llamado España.

Tiene la única cara que podía tener, el único rostro posible, una fisionomía híbrida entre el gato persa y el ave rapaz.

Hay algo herido y algo fiero en ella.

Algo bello y algo roto, como si una adolescente luminosa y juguetona un buen día hubiese parpadeado y al abrir los ojos, súbitamente, hubiese cumplido ya medio siglo y la realidad la hubiese desgastado a fuerza de decepciones.

Hay algo de extrañamiento en ella, de ese tipo de desencanto que te sobreviene cuando estabas tan contenta haciéndote ondas con una tenacilla en los cabellos castaños.

No para de pensar que la vida no iba a ser esto: hace tan sólo un segundo (veinte años) parecía una fiesta.

Lo veo en sus ojillos azules subrayados de lápiz negro, cansados y enrojecidos. Y en la boca recauchutada que besa al aire sempiternamente, por muy quemada que esté. Carolina siempre tendrá dos edades. 

Desde luego, no es sólo una mujer demasiado guapa para Ábalos sin chequera mediante, ni tampoco sólo la chica sexy que se va con el simpático de la clase.

Sé que fue divertida. Estoy segura. Muchas de las cosas que le aceptó a su marido sin mosquearse eran propias de una mujer liberal (como aquel día en que su hija se topó con un nido de porno del padre en el ordenador).

Seguro que fue una “conversadora brillante en cóctel de siete a nueve”, que cantaba Cecilia en Dama, dama.

De algún modo oscuro, aún están un poco hechos el uno para el otro, lejanamente, hormas del zapato a través del tiempo. Del zapato que te acaba deformando el pie, para ser pulcros.

Ella tenía esa mezcla perfecta entre el pizpiretismo lúbrico de una novia de verano y la serenidad adulta y tierna de la que puede ser la madre de tus hijos. En concreto, de tus dos hijos más pequeños.

Era como tener a la tentación y a la esposa fiel reunidas en el mismo cuerpo. Para un hombre como Ábalos, una manera de atarse en corto a sí mismo.

¿No es encantador? Un presunto delincuente se enamora de una policía, por muy local que fuera. Aquí nos va muchísimo la marcha.

Carolina recuerda a Maite Zaldívar y recuerda a Cristina Tárrega.

Recuerda a la chica del gángster de tantísimas películas. De Scarface, por ejemplo. Se caracterizan a menudo por ser sensuales, por ser pacientes, por dejar paso al otro para que brille, por mirar horrorizadas cómo sus hombres destruyen su vida y la del resto sin reaccionar con suficiente contundencia. Se aburren secretamente, se aburren como auténticas ostras mientras sus parejas andan reliados en sus tramas. 

No quieren regalos. Quieren ser vistas. 

Son listas pero se hacen un poco las tontas. Se enteran sólo de lo que quieren.

En verdad quisieran ser más modernas, quisieran ser poliamorosas, quisieran “enrollarse que te cagas”. Quisieran ser más cómplices, más hedonistas, conniventes… pero hace rato devienen en uno de los roles más temidos por el varón heterosexual: en “la regañona”.

Eso es porque desean (como Carolina cuando se casó con José Luis y su pequeña hija bailó con ellos el vals, abrazada a sus padres con las piernas colgando, en las fotos de los días felices), “una vida familiar larga y entregada”. Por otra parte, no hay nada más mafioso que eso. ¿Serán Carolina y Ábalos nuestros Carmela y Toni Soprano?

También recuerda terroríficamente a Jennifer Coolidge en la segunda temporada de White Lotus: un día fue la nena mágica que se subía de paquete en la moto de su marido con las rodillas huesudas al aire y hoy es la señora que lo hace torpemente, como Belmonte cuando sufría por no poder encaramarse con la misma agilidad al caballo. En White Lotus sucede esto. Y sucede que el esposo de Coolidge está cansado de ella y encarga a unos tipos que la quiten de en medio.

Esto es parecido a lo que desliza Carolina cuando cuenta en El precio de… que le regalaron un coche un poco sospechosamente para que hiciese sus trayectos y que ella le hacía fotos al kilometraje para asegurarse de que no había sido manipulado. Temía un accidente que no fuera tal.

Ya había empezado a ser molesta. 

Ya empezaban a llamarla "loca". Un clásico. Pero una nunca está realmente loca. Una, como mucho, está enloquecida. 

Cuando Carolina montó un pequeño pollo porque Ábalos la llevó a ella y a sus hijos a un hotel donde el reclamo nocturno eran unas gogós prácticamente desnudas bailando entre botellas de champán (“esa noche hubo desmadre”), su marido fue a darle donde le dolía: “Eres una amargada. No te integras”, cuenta ella que él le dijo.

Ah, aquí estaba. Ya no era lo bastante divertida. Ya no era como antes. Se parecía cada vez más a la madre de sus hijos y ya casi imperceptiblemente a la novia loquita del verano: imperdonable.

Bastante aguantó Carolina.

Imagino perfectamente esa escena que narraba en la tele. Ella salía en camisón de su cuarto y se encontraba con Koldo. Yo la entiendo. Ese careto incrustado en tu salón no es lo que soñaste de niña. No es lo que te quieres encontrar, precisamente, cuando vas por tu casa más corta que febrero creyéndote Elizabeth Taylor en La gata sobre el tejado de zinc. Desmoraliza a cualquiera. 

O cuando conversaba con su marido por la calle y de repente veía la cabeza de Koldo asomando curiosamente entre los dos, totalmente aliquindoi de sus palabras. Esto me hizo sonreír. Me recordó al Morena mía de Miguel Bosé: “Somos tres en tu cama. Tres”.

No fue fácil lo que vino después: el marido enamorado de una prostituta, el cáncer de pulmón, el alcohol para olvidar digno de toda diva caída que se precie. La ira. La violencia. El desgaje de uno mismo. En un parte médico del 30 de septiembre de 2023 se documentan las lesiones que presentaba la hija de Ábalos tras acudir al hospital de Rivas Vaciamadrid. Y apunta, textualmente: “Agresión física por su madre (enolismo) tras altercado familiar”.

¿Es Carolina Perles una mujer despechada?

¿Qué significa ser una mujer despechada? Siempre me ha parecido un concepto popularmente misógino.

A mí me parece que una mujer despechada es una mujer desahuciada y sentimental a la que todo le ha sido arrebatado, hasta la palabra, y que ha cogido por fin las riendas del relato, porque es lo único que tiene (lo único que tenemos todos). La libertad discursiva de narrar la propia vida. 

Busca una revancha poética porque sabe que las demás (la judicial, la moral, la social) tardan mucho en llegar o a veces no llegan nunca. Y por algo hay que empezar. 

Calladamente, dice: "Tú me habrás hecho merengue, pero yo aún puedo nombrarte. Puedo llamarte como mereces. Elegiré adjetivos para ti". Y uno nunca es el mismo después de ser definido por otros. 

Creo que si no se usa el arquetipo de “hombre despechado” es porque los caballeros, históricamente, han ostentado más poder y casi nunca lo han perdido del todo. Y también porque son más orgullosos y no van por ahí reconociendo que les han hecho papilla. Y porque dominan menos el estudio de la intimidad y no saben canjearlo oralmente: vamos, son menos cotillas.

De todos modos, la entrevista de Carolina en Telecinco ha sido un bluff. Bastante inane a nivel informativo. No ha revelado nada que no supiéramos ya.

Sólo hay una cosa peor que vengarte de tu ex en público: intentar vengarte y no conseguirlo.

Eso sí que es motivo para estar asustada.