Un vecino apesadumbrado por el incendio de Cualedro, en Ourense.

Un vecino apesadumbrado por el incendio de Cualedro, en Ourense. Brais Lorenzo / Efe.

Columnas LA MALA REPUTACIÓN

Somos Tercer Mundo

Media España sigue en llamas y queda sólo una verdad incómoda: no hay medios disponibles cuando se trata de algo más grande que un choque de bicicletas.

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Lo peor de los incendios no es el fuego, es el humo.

El lunes amaneció Valladolid completamente gris, como si fuese una mañana de niebla en mitad de enero, pero no era niebla, sino humo arrastrado por el viento. Olía a quemado en La Mudarra a las ocho de la mañana y el fuego más cercano estaba a más de cien kilómetros de aquí.

No quiero imaginar cómo están en Ponferrada o en Zamora.

Ahora que se ha disipado el humo, aunque media España sigue en llamas, queda sólo una verdad incómoda: no hay medios disponibles cuando se trata de algo más grande que un choque de bicicletas.

El Estado, esta estructura política y social que nos hemos dado, es incapaz de hacer frente a una tragedia.

Escuchar a unos vecinos contar como sólo desafiando la orden de evacuar habían evitado que las llamas entraran en Picos de Europa…

Bomberos en los Picos de Europa.

Bomberos en los Picos de Europa.

Se quejaban otros de una aldea de León de que allí no había llegado ayuda. Les habían ordenado desalojar, pero nadie iba a luchar contra las llamas cuando llegasen al pueblo. Sólo les quedaba ver en directo como ardían sus casas por falta de efectivos.

Esto es España, una descoordinación que cuesta vidas entre administración autonómica y Gobierno. Resulta que hay que esperar a que “pidan ayuda, si la quieren”.

Hoy el humo tapa el sol, pero también tapa la responsabilidad. Cuando el monte prende por culpa de un pirómano, otro humo más espeso nubla los mandos, apaga los teléfonos, pierde los protocolos entre administraciones que se pisan competencias como si fueran brasas.

Hay mapas de riesgo, pero no hay botas; hay comités, pero no hay relevos; hay tuits, pero no hay dinero para helicópteros. La coordinación se publicita, no se ejerce.

Y mientras miran sobrepasados, las llamas del horizonte se acercan sin piedad.

Lo fácil es declarar la emergencia; lo difícil es estar a la altura. Escriben mensajes de condolencias porque es más sencillo que mantener brigadas todo el año, pagar formación y cuidar la prevención fuera de temporada.

Lo fácil es evacuar pueblos enteros, lo complicado es llegar a tiempo para que no haga falta evacuarlos.

Tanto impuesto, tanta tasa, tanto plan estratégico, tanta conciencia verde, observatorios climáticos… para que falte lo único que no admite que se posponga: criterio. Porque mientras la administración se pasa la vida “valorando”, el fuego no valora nada.

Mañana llamarán "héroes" a los que se quedaron a defender su casa y las de los demás, pero es que era desobediencia o cenizas. Habrá que reconocer el trabajo de cuadrillas de bomberos y pilotos, de guardias civiles, militares y voluntarios, de los que sí que estuvieron, porque es justo.

Haberles dejado solos, no lo es.

Hasta ahora, querían hacernos creer que la brecha era entre el campo y la ciudad, entre la España vacía y la llena, y queda claro que no. Que únicamente se trata de una administración común que no comparece cuando debe.

Y así la pregunta se vuelve evidente: si el Estado no está cuando toca, ¿para qué sirve el resto de días del año?

Se quema España por culpa de un centenar de hijos de puta (que no tienen nada que ver con el cambio climático) y por la falta de conocimientos, vocación de servicio y ganas de trabajar de los políticos que están al frente de las distintas administraciones.

Cuando nos queramos dar cuenta, resultará que nos han cambiado un Estado envidiable para todos los países modernos, hace tan sólo un par de décadas, por otro de cartón piedra que por lo visto no tiene ni bulldozers, ni helicópteros, ni agallas para salvar a sus ciudadanos de una riada o de las llamas.

Mientras los políticos de distintos signos siguen recriminándose las culpas en vez de arremangarse para llevar bocadillos o acarrear agua, porque ante la falta de previsión poco más se puede hacer ya, pueden seguir esperando los vecinos las ayudas que fue a prometer el presidente mal y tarde, como siempre. Igual que siguen esperando en Valencia y en La Palma.

Después del humo sólo queda la indignación. No se ha quemado Galicia, Castilla y León o Extremadura. Ha ardido este pensamiento etéreo de que España era una democracia moderna preparada para hacer frente a cualquier contratiempo.

Es demoledor escuchar a ancianos que lo han perdido todo decir que ahí no ha ido nadie a ayudarles. Hoy sólo nos queda la duda, mientras sigue llegando ayuda internacional, de si somos un país del Segundo o del Tercer mundo.