Los tres protagonistas de la versión televisiva de 1981 de 'Retorno a Brideshead'.

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Las 10 mejores novelas "sobre Dios" de la historia de la literatura

Estos diez libros demuestran cómo la literatura puede convertirse en un eco de lo que todo hombre lleva dentro, llámese espiritualidad, trascendencia o sed.

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En 2013, Jon Fosse, un luterano converso al catolicismo después de pasearse por la vida como ateo, recibió el Premio Nobel y dijo que “en cierto sentido, siempre he sabido que escribir puede salvar vidas, tal vez incluso haya salvado la mía”.

Qué arrogancia esa que se otorga la capacidad de los médicos o, si me apuras, la del mismísimo Dios. ¿Cómo puede la literatura sanar al ser humano, rescatarlo para la existencia?

Como buen converso, Fosse conoce la respuesta a esa pregunta.

Reconciliando al hombre consigo mismo, recordándole que no debe sucumbir a la desesperación y abriendo las puertas a la posibilidad de la redención.

Eso es lo que hacen estas diez novelas.

1. Retorno a Brideshead, de Evelyn Waugh

Uno de esos libros que admite ser releído muchas veces.

Evelyn Waugh dijo que su novela era esencialmente sobre “la gracia”. Porque, desde luego, lo que necesitan sus personajes imperfectos, confusos, egoístas y desorientados es la gracia.

El descubrimiento que Charles Ryder hace de la familia Flye y de Brideshead es, en realidad, el despertar de la intuición en todo ser humano de que quizá haya algo más grande que uno mismo, con la perplejidad, rebeldía y atracción que eso genera.

2. Mi nombre es Asher Lev, de Chaim Potok

Mi nombre es Asher Lev, de Chaim Potok.

Mi nombre es Asher Lev, de Chaim Potok.

Criado en una comunidad de judíos ortodoxos, Asher Lev tiene verdaderos problemas para reconciliar el don de su talento artístico con las exigencias de su judaísmo.

De esta novela merecería la pena comentar muchas cosas, pero quizá la más relevante sea el miedo que siente constantemente Asher Lev. Miedo a su obra, miedo a que su talento le convierta en un mal judío, miedo a que su familia le rechace, miedo a no poder pintar jamás.

Pero el pavor más genuino es alcanzado cuando Asher Lev contempla uno de sus dibujos y se espanta ante la certeza de que le ha robado a Dios algo que le es personalísimo: su facultad creativa.

Es una de las descripciones más lúcidas sobre cómo la idea de que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios puede significar que tenemos la capacidad de la creación en nuestras manos.

Que la divinidad pone sobre nuestros hombros el don y tarea de seguir generando cosas nuevas y que el artista puede ser su mejor embajador.

3. El señor de los anillos, de J.R.R. Tolkien

El señor de los anillos, de J.R.R. Tolkien.

El señor de los anillos, de J.R.R. Tolkien.

La primera (y única) vez que vi la Capilla Sixtina recordé aquello que se enseña en la Iglesia Católica: “No nos salvamos solos”. El esforzado y para nada apacible ascenso al Cielo de las almas del Juicio Final de Miguel Ángel recuerda que la lucha entre el bien y el mal se libra cada día y las decisiones personales tienen consecuencias eternas.

Es quizá El señor de los anillos una de las mejores novelas de fantasía que explora esta lucha encarnizada que se da no sólo en los campos abiertos, sino también en las tentaciones que sufren los corazones individuales.

Que es lo mismo que decir que cada uno debe asumir su responsabilidad personal y posicionarse en el lugar del tablero en el que le ha tocado acudir a la batalla.

Y que, como bien sabe Frodo, que llega a su destino gracias a Sam, no nos salvamos solos.

4. Sangre sabia, de Flannery O’Connor

Satírica y sórdida, como sólo Flannery O’Connor sabe serlo. Es una de las dos únicas novelas que escribió entre un ejército de relatos cortos, y es una obra maestra que utiliza la caricatura cruel para construir el personaje de Hazel Motes, tan obsesionado con negar a Cristo que acaba fundando la Iglesia Sin Cristo.

O’Connor propone que la negación de la existencia de Dios puede mutar en fanatismo o, incluso, ser una torturada manera de búsqueda espiritual.

Al fin y al cabo, quien llama mentiroso a Cristo ya cree en él.

Católica como era, O’Connor revela también cómo la acción de la gracia en el hombre puede ser un proceso brutal y nada inocente, que primero lo desfigura hasta devolverlo a su estado original.

5. Memorias del subsuelo, de Dostoievski

Memorias del subsuelo, de Dostoievski.

Memorias del subsuelo, de Dostoievski.

Un funcionario anónimo, resentido y aislado, que se describe así en las primeras líneas: “Soy un enfermo. Soy un malvado. Soy un hombre desagradable. Creo que padezco del hígado. Pero no sé absolutamente nada de mi enfermedad. Ni siquiera puedo decir con certeza dónde me duele”.

Y con eso ya se conoce todo lo que se necesita sobre esta novela, que es una brevísima crónica de todos aquellos sin nombre que tampoco llegan a saber nunca dónde les duele, pero cuya inconformidad con su dolor les hace sentirse como peces que se retuercen en una red.

Ayuda a entender la novela saber que el autor estaba viviendo la muerte de su esposa y que vivía acosado por el remordimiento por su aventura con una mujer más joven. Dostoievski construye así una crítica feroz contra el nihilismo y el racionalismo a través de uno de sus mejores antihéroes.

“¿Qué le vamos a hacer si se me ha metido en la cabeza que no se vive solamente para eso y que hay que vivir en un palacio? Esta es mi voluntad porque este es mi deseo. Y ustedes no conseguirán despojarme de mi voluntad si no modifican mis deseos. Me niego a tomar un gallinero por un palacio de cristal”, declara en uno de los pocos momentos en los que asoma la cabeza del subsuelo.

6. Los miserables, de Victor Hugo

El Dios de Victor Hugo se revela en sus personajes. El obispo Myriad encarna la gracia inmerecida que es capaz de abrir la puerta a la redención. Valjean es la gracia en acción, el proceso de redención que opera en el hombre y lo hace mejor. Javert es, en cambio, la ley sin misericordia, el legalismo que acaba matando al hombre, porque no cree en él. Es el funcionario burócrata del siglo XXI que persigue en nombre de una cláusula en la página cuatro de los anexos.

7. Blancura, de Jon Fosse

Blancura, de Jon Fosse.

Blancura, de Jon Fosse.

Misteriosa, breve, oscura, simple y seria.

Un hombre se adentra en un bosque en mitad de una tormenta de nieve después de conducir sin destino. Blancura explora el silencio, la ausencia y el vacío como espacios donde, aunque inundados por la incertidumbre y el dolor, puede surgir una experiencia trascendente.

8. Gilead, de Marylinne Robinson

Un pastor envejecido escribe cartas a su hijo pequeño, al que sabe que no verá llegar a adulto. No hay más secreto en Gilead, que es continuada por otras tres novelas.

“Tengo que creer”, explica Marilynne Robinson, “que las personas son capaces de cualquier pregunta profunda, intuición o lo que sea con lo que vivimos, sobre la idea de Dios. Y creo que hacemos todo lo posible por distraernos de ello. Creo que la distracción es secundaria a la ansiedad sobre la intuición, que es realmente una parte profunda de la experiencia de muchas, muchas personas. Creo que tenemos esa tendencia a ver a las personas como criaturas menos profundas de cómo Dios las creó”.

En su sencillez, Gilead es una rebelión contra esa visión que rebaja al hombre y es una afirmación de las intuiciones más profundas del ser humano. Una especie de crónica de la fe en off que se ejerce en la cotidianidad.

9. El poder y la gloria, de Graham Greene

Puede que el sacerdote borracho, cobarde y lujurioso de Graham Greene sea mi antihéroe de preferencia. Greene escoge al peor representante de la Iglesia Católica en un México inspirado en la Guerra Cristera para mostrar cómo los peores fracasos morales no son un obstáculo para la divinidad.

“Es demasiado fácil morir por lo hermoso y lo bueno, por nuestro hogar, o nuestros hijos, o la civilización; sólo Dios puede morir por lo que es ruín y corrupto", escribe Greene.

Y quizá ese sea el verdadero escándalo.

10. El festín de Babette, de Isak Dinesen

El festín de Babette, de Isak Dinesen.

El festín de Babette, de Isak Dinesen.

Delicadísima y ligera, la Babette de Karen Blixen (Isak Dinesen) es el don puro hecho personaje. A través de su generosidad culinaria, Babette ofrece una vía de redención y recuerda que el acceso a lo sagrado no necesita de grandes inciensos y experiencias místicas, sino que puede hallarse en una mesa bien puesta.

***

Y así es como la literatura puede convertirse en un eco de lo que todo hombre lleva dentro, llámese espiritualidad, trascendencia o sed. Pero ahí está. Y a nada que un escritor sea íntegro con su escritura y obedezca los consejos del maestro de Asher Lev (“una vez que decides pintar algo, debes pintar la verdad o pintarás verdaderas idioteces”) dejará un rastro de migas que seguir.

Como dijo el propio Tolkien en una ocasión: "Venimos de Dios e inevitablemente los mitos que entretejamos, aunque contengan error, también reflejarán un fragmento desprendido de la auténtica luz, la verdad eterna que está con Dios. Nuestros mitos pueden estar errados, pero se encaminan, aunque temblorosamente, hacia el verdadero puerto, mientras que el progreso materialista sólo conduce a un abismo abierto y a la Corona de Hierro del poder del Mal".