A la derecha, Lorena Martín. A la izquierda, la anciana vejada en la residencia de Azuqueca de Henares.

A la derecha, Lorena Martín. A la izquierda, la anciana vejada en la residencia de Azuqueca de Henares.

Columnas TIRANDO DEL HILO

Hay un antídoto contra la deshumanización

Dentro de la desesperanza que supone ver estas realidades, no creo que todo esté perdido, no creo que hayamos llegado aún al punto de no retorno como sociedad. Hay un antídoto para tanto mal.

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Puede que las hayan visto, puede que los hayan escuchado. Las imágenes y los comentarios de un video que se ha difundido en redes sociales durante el fin de semana. Un vídeo en el que aparece una técnico auxiliar de enfermería de una residencia de mayores en Guadalajara profiriendo palabras de desprecio hacia una mujer mayor, una residente postrada en la cama.

“Me da tan mal rollo venir a darle de comer a esta mujer. Parece que sale de una peli de miedo, tía” o “quedarme con ella a solas, es que me da un chungo. Está más muerta que viva” son algunos de los comentarios que se pueden escuchar en el vídeo grabado por la trabajadora, y que, al parecer, fue difundido por otra persona en TikTok.

Este vídeo representa una tragedia total. Desde el punto de vista de la anciana, pero, sobre todo, desde el punto de vista de la joven auxiliar. Porque refleja uno de los grandes males, por no decir el gran mal, de nuestro tiempo: la deshumanización.

Pero no sólo la del destinatario de las humillaciones y los ultrajes y las afrentas. No. También refleja la facilidad con la que nos podemos deshumanizar a nosotros mismos.

La facilidad con la que descendemos por esa pendiente tan escurridiza que acaba en el precipicio de la absoluta indiferencia, es decir, de la nada.

Nos transformamos en una armadura que, desde fuera, parece un ser humano, pero que en su interior no alberga más que vacío. No alberga más que una humanidad hecha jirones.

¿Qué queda después de la indiferencia frente a la vulnerabilidad y el sufrimiento ajeno? ¿Qué permanece después de una empatía amordazada o, peor aún, aniquilada? ¿Qué subsiste después del despojamiento de nuestra humanidad?

Cada vez que veo en medios de comunicación o en redes sociales la noticia o el vídeo de un nuevo acto de humillación, de una nueva vejación, de un nuevo desprecio a otro ser humano, sólo parece posible una única respuesta: la barbarie.

Es inevitable sentir un ácido malestar en la boca del estómago. Un malestar que se ve acrecentado por el hecho de que la persona se grabe a sí misma en tales situaciones. Esto refleja una absoluta disociación interior, un desligamiento de la realidad y del concepto de lo que significa ser un ser humano y no un simple individuo, porque si no es inexplicable que te dé igual que tus amigos o familiares o compañeros sean testigos de un comportamiento de tal magnitud.

Que vean ese desprecio en tu cara, que escuchen esa ruindad en tus palabras.

Que vean esa maldad en tus actos.

Sin embargo, dentro de la desesperanza que supone ver estas realidades, no creo que todo esté perdido, no creo que hayamos llegado aún al punto de no retorno como sociedad. Hay un antídoto para tanto mal.

Según explica el filósofo neerlandés Rob Riemen en su ensayo El arte de ser humanos, ser humano es un arte que radica en la nobleza de espíritu. Es decir, en la solidaridad, en la empatía, en la escucha, en la sencillez, en la humildad, en la bondad y generosidad, en la cooperación, en la responsabilidad.

El ser humano se hace, se forma, se enseña. El ser humano se construye. El único requisito es querer asumirlo.