El portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, interviene desde su escaño el pasado martes.

El portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, interviene desde su escaño el pasado martes. Europa Press

Columnas TIENTOS Y MUDANZAS

¡Resiste, Rufián! España te lo agradecerá

A Gabriel Rufián se lo toman a broma los suyos por tomarse en serio su proyecto pluripartidista y plurinacional. Pero ojalá algún día su herejía política se convierta en la ortodoxia de la izquierda radical.

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La modorra estival hace casi insoportable la cháchara inconducente en la que se ha venido convirtiendo nuestra "conversación pública".

A los manifiestos de socialistas ancestrales que vuelven del letargo y del olvido para pedirnos el apoyo al presidente, sigue el valiente renombramiento inclusivo del Congreso. Una vindicación histórica de la que la mayor parte de españoles nos acabamos de enterar.

Así, tenemos más tiempo para escrutinios curriculares y otros debates sobre la selección de élites que invitan a una honda melancolía.

Uno casi comparte el deseo gubernamental de que los españoles nos olvidemos de la política, que el descanso tape los escándalos y los problemas acuciantes de los que jamás hablamos y los telediarios nos adviertan de que conviene hidratarse en las horas de sol.

Pero hay un hombre en Madrid, un hombre en la orilla izquierda y periférica, que se resiste al tedio, que no quiere dimitir de su empeño político ni se amilana cuando toca hacer propuestas, aunque resulten a todas luces inviables: Gabriel Rufián.

El líder de Bildu, Arnaldo Otegi, reunido en su sede de Vitoria con las de Podemos, Ione Belarra e Irene Montero, en vísperas del aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco.

El líder de Bildu, Arnaldo Otegi, reunido en su sede de Vitoria con las de Podemos, Ione Belarra e Irene Montero, en vísperas del aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco. EHB

Rufián, que detecta en estos y en tantos otros sainetes signos de debilidad, señales inequívocas del letargo de la hegemonía progresista en España.

Rufián, que sabe que están acabados y que recelaba de Yolanda Díaz antes de que ella misma se encargara de hacer ese recelo universal e inevitable.

Rufián, que ha visto desmoronarse ese espacio de la izquierda a la izquierda del PSOE al que, por un momento, creyeron que arrebatarían las llaves del cielo de la socialdemocracia.

Rufián, cuya locuacidad y astucia relativa le han constituido en un líder en el erial (condición, esta, que invita fácilmente a sobrestimar las propias fuerzas) ha tenido una idea notable mientras hacía las maletas.

La idea consiste en conformar una suerte de plataforma de izquierdas soberanistas (pero también federalistas, confederalistas o autodeterministas, agrega) para hacer frente a la inevitable y pronta victoria de las derechas y ultraderechas fascistas (parte imprescindible del discurso es saturarlo de épica, terrores nocturnos y dramatismo, aunque cada vez funcionen menos) que, de lo contrario, les va a "matar (políticamente)" por separado.

El invento, consistente en armar una lista plurinacional y pluripartidista al estilo de una candidatura europea para las nacionales, es simpático y quijotesco por lo que tiene de afrenta a la lógica elemental de la dinámica de partidos. O por el carácter precisamente fragmentario y territorial de los socios que se ha buscado. Pero muy revelador del desconcierto político y cultural de las izquierdas.

En el fondo, Rufián, simpático desde siempre al Podemos de Pablo Iglesias y de Irene Montero, no hace sino tomarse su propuesta en serio. Se trata de forjar esa alianza política que propusiera Iglesias, pero no desde una Universidad de Madrid, sino desde las periferias catalanas y vascas. En su reflexión, las regiones progresistas que han impedido la consolidación de un gobierno derechista en España.

También se trata, de nuevo en palabras suyas, de "Sumar de verdad": el Podemos de Verdad, el Sumar Verdadero, la coalición interconfederal contra la Derecha, que es casi tanto como España. O, al menos, la catalanización política del célebre Estado español.

Esta fantasía, paradójicamente muy de izquierdista de M-30 adentro, se ha dado de bruces contra la realidad de los intereses creados y de la política real.

Salvando apoyos puntuales como el de Antonio Maestre y algún entusiasmo tuitero, nadie quiere acompañar a Rufián en esta aventura pluralista, independentista e independiente incluso de su propio partido. Salvo Podemos, los socios potenciales lo señalan como la ocurrencia personalista de un díscolo.

Pero él insiste, inasequible al desánimo, decidido a transitar la senda que señalaron otros antes, hoy sumidos en la impotencia o el resentimiento. Como si la relevancia de la que han gozado en el último lustro de vida política española se debiera a algo más que las necesidades y manejos de un gobierno débil y dispuesto a cualquier concesión.

Lo cierto es que lo que la política práctica desaconseja, es innegable en los principios.

A nadie ha de extrañar esta propuesta, que siempre latió en las entrañas de la nueva política izquierdista. Y que comparte líneas maestras con la estrategia socialista que culmina en la inclusión de Bildu como socio gubernamental. No es más que una exasperación, una coherencia impracticable.

A Rufián se lo toman a broma los suyos por tomarse en serio su proyecto. Pero ojalá algún día su herejía política se convierta en la ortodoxia de la izquierda a la izquierda, y veamos a la coalición progresista plurinacional en nuestras papeletas electorales.

Entonces, se habrá tomado una decisión importante. El progresismo independentista patrio y sus aliados madrileños habrán llegado al fin de un camino a la irrelevancia. Y de ahí difícilmente se vuelve.