Pedro Sánchez y su mujer, Begoña Gómez, en diciembre de 2024.

Pedro Sánchez y su mujer, Begoña Gómez, en diciembre de 2024. Europa Press

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La izquierda perdona a Sánchez: si es gay, no hay prostitución

No hay nada más homófobo que pensar que, defendiendo los antros en los que se explota la vulnerabilidad de los seres humanos, se está defendiendo a las personas homosexuales.

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Hay una magnífica escena en la comedia ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, de Stanley Kubrick), ácida sátira sobre la Guerra Fría, en la que un grupo de altos mandos militares y políticos se reúnen para tratar de evitar un ataque nuclear descontrolado.

La tensión es tal que dos de ellos acaban llegando a las manos y el presidente les recrimina: "¡Caballeros, no pueden pelear aquí! ¡Esta es la sala de guerra!".

El absurdo retratado en un guion magistral. Lo importante no es si vamos a la guerra o no, sino que las formas sean impecables. Ya se sabe, el tono de voz moderado y los codos fuera de la mesa.

Una esquizofrenia similar a la del presidente de Dr. Strangelove ha asaltado a esa parte de la izquierda que duerme con un retrato de Pedro Sánchez sobre su cama cuando Feijóo acusó a su presidente de lucrarse con el negocio de la prostitución en las saunas gay de su suegro.

No salen a jurar que su amado líder no se lucrara, no. Lo que dicen es "¿qué tendrán que ver las saunas gay con la prostitución?". También dice que todo suena muy homófobo. Es bien sabido que la prostitución es siempre heterosexual, que siempre la ejercen la derecha o Ábalos (ese socialista de derechas), y que siempre es de mal gusto decir lo contrario.

Las saunas gay, por su parte, son un espacio de empoderamiento y libertad. Un enclave progresista que actúa como faro de luz en medio de la oscuridad de tanta sexualidad reprimida y carca.

El dinero que ahí se intercambia será, en todo caso, un impuesto revolucionario por la diversidad.

Los muchachos que acuden, discretos rebeldes que desafían al sistema.

Resulta que lo del suegro de Sánchez es emprendimiento con perspectiva interseccional y vocación de empleo inclusivo, y lo que nos falta al resto es visión de negocio.

Por tanto, Feijóo es un homófobo mentiroso que no se ha enterado de que uno no debe pelear cuando está en la sauna de guerra. Perdón, en la sala de guerra.

El problema, ya lo han explicado los doctores del progresismo performativo, no es si hubo dinero y prostitución. El problema es que lo diga la derecha. La verdad, si la pronuncia Feijóo, hay que combatirla por todos los medios, cueste lo que cueste.

Hombre, por favor, que hasta La Veneno hablaba de chaperos en la Sauna Adán y no la veo yo precisamente de Nuevas Generaciones del PP. Basta con echarles un vistazo a las reseñas de dicha sauna, cosa que no recomendaría a nadie.

No hay nada más homófobo que pensar que, defendiendo los antros en los que se explota la vulnerabilidad de los seres humanos, se está defendiendo a las personas homosexuales.

No hay nada más homófobo que pensar que la única reivindicación que quieren hacer de su vida los homosexuales es la sexual.

Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados.

Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados. Europa Press

Pero es que, en realidad, a los que pretenden hacernos creer que las saunas gay no eran más que un espacio lúdico-festivo, les da igual la imagen de los homosexuales. Lo que les preocupa es que Pedro Sánchez no salga herido.

Es el escándalo por las formas, por el relato oficial que debe ser salvado a toda costa, lo que lleva a defender lo indefendible. En las saunas no había prostitución, Santos Cerdán no tiene nada que ver con el PSOE y hay que dinamitar la alternancia política porque cuando gobierna la derecha se secan los ríos, sube el fascismo y la diversidad llora en un rincón.

En este delirio colectivo, la izquierda institucional ha pasado de cantar La Internacional a defender a empresarios de cuartos oscuros, todo sea por salvar la integridad narrativa del presidente. Porque ya no se trata de gobernar, ni siquiera de convencer: se trata de no permitir que se caiga el decorado.

Y si para eso hay que fingir que las saunas eran centros culturales y que la única explotación que allí se daba era la de las ideas liberales, pues se hace. Porque lo importante no es saber si de verdad el presidente de un partido que se declara abolicionista ha obtenido algún beneficio económico por los negocios pegajosos del suegro, sino guardar las formas en la sala de guerra.