Bernard-Henri Lévy.

Bernard-Henri Lévy. Javier Carbajal Madrid

Columnas BLOC DE NOTES

Las lecturas de la semana de Bernard-Henri Lévy

La verdad no divide a quienes dudan de ella, sino a quienes creen en ella. O por qué es cuando no se decide nada que se debe querer y poder.

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En un excelente libro que publica la pequeña editorial À l'est de Brest-Litovsk y que se titula Decir no a la violencia rusa, se encuentra esta definición de "actualidad": el tiempo, no de la espuma, sino del remolino; no del periodismo, sino del espíritu del mundo; la actualidad, en una palabra, y como su nombre, en el fondo, indica, es la acción.

Así pensaba Karl Jaspers, quien es, junto con Hannah Arendt, Edmund Husserl y algunos otros, una de las figuras del libro.

Así hablaba Sartre, intelectual comprometido si los hay, cuyos libros debían leerse, decía él, como se come un plátano, al pie del árbol.

Así hablaba Alexandre Koyré con su teoría de las "conspiraciones a cielo abierto".

Y así razona Olga Medvedkova, la autora de este manual de resistencia al fascismo ruso, cuando exalta a Alexéi Navalny, héroe y mártir de una disidencia cuyo programa era "vivir según la verdad".

Este libro es una buena acción.

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'La conciencia de Stalin'.

'La conciencia de Stalin'.

Aparece, al mismo tiempo, un libro menos bueno y una muy mala sorpresa: La conciencia de Stalin, de Rambert Nicolas (Gallimard).

Quien dice Alexandre Koyré dice Alexandre Kojève.

Porque estos Alexandre son, ambos, de origen ruso. Porque son contemporáneos. Porque es el primero quien cede al segundo la famosa cátedra de estudios hegelianos que va, directa o a distancia, a través de un comentario genial de la Fenomenología del espíritu, a formar tres generaciones de normalienses: la de Sartre; la de Althusser o de Foucault; la de Jean-Claude Milner o de mí mismo.

Pero ¿qué se aprende en este libro?

No que el enigmático Kojève haya sido un estalinista consecuente (se sabía más o menos). Sino que fue alimentado con la leche de Vladimir Soloviev, padre de la filosofía religiosa rusa, de su antioccidentalismo mesiánico y de su voluntad de proponer (¿imponer?) una versión euroasiática del Universal.

No más Aliocha, sino Ivan Karamazov. No más Stalin, sino Putin. No el crepúsculo de un ídolo, sino su noche definitiva.

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Reliefs d'un Banquet'.

Reliefs d'un Banquet'.

De Jean-Claude Milner ya he dicho aquí que es uno de los pocos filósofos cuya palabra, hoy, importa. Aquí hay una ocasión para comprobarlo. Se llama Reliefs d'un Banquet. Es una antología de sus intervenciones en el Banquete del libro de Lagrasse, que reúne, cada verano, a la sombra de la abadía del mismo nombre, a amantes de las palabras y a sabios austeros.

Rastros de Gérard Bobillier, su inventor...

Presencia de Benny Lévy, su inspirador...

Y él, Milner, desplegando su pensamiento como se abre un abanico...

Habla de Koyré y de los múltiples metrónomos que, en cada cuerpo, marcan el compás. Del éxodo según Husserl. De la despedida de Foucault a Kant y de su relación oscura con las Luces.

De los vínculos que atan a Descartes y Corneille a la Revolución francesa.

De la rivalidad, en el fondo de una comedia humana, entre Metternich y Talleyrand.

Explica cómo la verdad no divide a quienes dudan de ella, sino a quienes creen en ella. O por qué es cuando no se decide nada que se debe querer y poder.

Gusto y rigor de pensamiento recuperados: Verdier, que lo publica, ¿no ha construido su biblioteca alrededor de una traducción de La guía de los extraviados?

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'Doubles'.

'Doubles'.

Hacer oír en lengua griega el aliento del hebreo y, en hebreo, el sonido del logos griego... Así hablaba Emmanuel Levinas. O, mejor, tal era el proyecto levinasiano tal como lo entendía nuestro amigo Benny Lévy.

Pues nunca he comprendido esto tan bien como al leer el libro (Doubles, de Eliott Éditions) que publica Pascal Bacqué. Son trece poemas de la Torá. Precisamente trece. A condición de encontrar poesía en una rima, no solo de palabra, sino de idea.

Estos trece poemas, Bacqué los transcribe. Los traduce. Propone un comentario que se apoya a veces en Victor Hugo, a veces en un glosador midráshico o medieval.

Hace una traducción, una verdadera, es decir, una extrapolación donde habla, de repente, el poeta francés en él.

Y entonces se produce un doble milagro: el hebreo tal como se había dejado de oír debido a las asperezas cubiertas por capas de barniz depositadas, a lo largo de los siglos, por las lenguas de paso hacia Occidente grecolatino; y nuestro francés laminado, empobrecido, agotado por la banalidad de sus usos que despierta, revive y exulta. ¿Genio del judaísmo? ¿Espíritu de Francia? ¿Los dos?

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'J'ai choisi la vie'.

'J'ai choisi la vie'.

Se llama Monique Lévi-Strauss. Podría haber cruzado a Kojève y Koyré. Cenó con Lacan. Discutió con Aron.

Escuchó a Roman Jakobson, inventor, junto con un puñado de otros, de la lingüística estructural, recitar Los gatos de Baudelaire.

Cruzó a Jean Pouillon en la época en que era una especie de agente de enlace entre Sartre y Claude Lévi-Strauss, su esposo.

Rechazó a René Char.

Vivió el suicidio de Alfred Métraux.

Vio nacer Tristes trópicos y morir el malentendido estructuralista.

Está casi centenaria, pero conserva su libertad de porte del tiempo (1945), cuando vivía en la calle Chardon-Lagache, cerca del diario Combat.

Sus recuerdos, recogidos por Marc Lambron (J'ai choisi la vie, de la editorial Plon), son un deleite de tiempo perdido y reencontrado. Cierran, lejos de las furias del día, mis lecturas de la semana.