
Étienne-Émile Baulieu.
En recuerdo de Étienne-Émile Baulieu, inventor de la píldora abortiva
Étienne-Émile Baulieu se puso en situación, al devolver a sus contemporáneas la libre disposición de su cuerpo y su deseo, de ser vilipendiado, ostracizado, marginado.
La primera vez que vi a Étienne Baulieu fue en su laboratorio, en el Kremlin Bicêtre. Se parecía a Balthazar Claës en La búsqueda del absoluto de Balzac. O al doctor Pascal de Émile Zola. O a Claude Bernard, en su laboratorio de Lyon, tal como lo retrata Léon Lhermitte en un magnífico cuadro del que hablamos una vez.
Era ingenioso y paciente. Sabio y austero.
Pero también era soñador. Loco por la literatura. Poeta.

La píldora abortiva mifepristona. CYTOTEC PERÚ
Y sabía que la virtud cardinal del investigador, la que lo llevó, hasta el último día, a vivir bajo la mirada de sus peces cebra y, no sólo a buscar, sino a encontrar, es la imaginación, la fantasía, la audacia.
Proximidad de los lenguajes profanos y científicos. Las intuiciones como cometas que atraviesan cifras y palabras. Los lugares extraños y sus signos audaces. ¡La manera de los muy grandes!
Después, conocí al médico. Ya no al célebre investigador, académico, condecorado, candidato al Nobel, sino al amable doctor que toleraba que lo interrumpieran, en el teatro, en el concierto, o cenando con Simone, su esposa, por un resfriado de tu hijo pequeño, una bronquiolitis de tu nieta o un resistente de Sarajevo que había tenido un ACV y que había que, en pleno asedio, trasladar de urgencia a París.
Ese Étienne tenía una doctrina. Un médico no es un sabio. Su relación con el enfermo no es la de un conocedor con un paciente.
De hecho, nunca decía "paciente". Jamás. Le parecía una palabra horrible, infantilizante, humillante. Pensaba, como Georges Canguilhem, mi maestro que, creo, él también conocía un poco, que la relación terapéutica era una relación entre dos seres vivos, es decir, en el fondo, dos seres para la muerte.
Eso lo cambiaba todo. Porque funcionaba.
También conocí, por supuesto, al gran hombre. Es decir, aquel que, algunos años después de Simone Veil, con su famosa píldora RU 486, llamada “píldora del día después”, trabajó tan poderosamente por la liberación de las mujeres.
Asumió el riesgo, por ello, como Simone Veil, de la maledicencia y la reprobación.
Se puso en situación, al devolver a sus contemporáneas la libre disposición de su cuerpo y su deseo, de ser vilipendiado, ostracizado, marginado.
Recuerdo a cierto gran cardenal declarando que, con esa píldora abortiva, había inventado un “pesticida” para los humanos. A cierto colega predecir, en televisión, que sería responsable de tantas muertes como Hitler, Stalin y Mao juntos. O a militantes antiaborto manifestando a las puertas del Collège de France, o dentro, intentando, pero sin éxito, interrumpir sus clases y prohibirle la palabra.
Escuchaba. Aguantaba. Jamás perdía la inquietante dulzura propia de quienes han decidido, pase lo que pase, reparar el mundo y a los seres humanos.
Para consolarse, quizá pensaba, entre otros grandes reprobados, en el Renan de La vida de Jesús, a quien incluso llegaron a destituir de su cátedra.
Y sospechaba que ese hombre callado volvía, entonces, en pensamiento, a los tiempos heroicos en que se llamaba Étienne Blum, hacía volar trenes, resistía con las armas en la mano y buscaba, a los quince años, no la piedra filosofal de la larguísima juventud, sino la brújula moral que no lo abandonaría nunca en su vida.
Sabía que era un justo. No dudaba de que sus acrónimos (DHEA, MAP4343, FKBP52) estuvieran en lo cierto y en lo bueno. Y eso le bastaba.
Y luego llega Simone, mi amiga Simone Harari. Ya no las mujeres, sino la mujer de su vida. Ya no él liberándolas, sino una de ellas, amiga de las ideas y productora de imágenes efervescentes, liberándolo a él, creo, del demonio de la melancolía.
La vida quiso que yo estuviera allí, la noche de su encuentro. Étienne y Simone, a la vista y conocimiento de todos, como en una novela de Simenon.
Étienne y Simone, inmediatamente en sintonía, música íntima, medias palabras. Étienne, de todos modos, ¡hablaba tan poco!
Era en la época en que los amantes no tenían edad. Hasta el instante, cuatro años exactos antes de que se apagara, en que fue ese joven recién casado de noventa y cuatro años apareciendo bajo una jupá, un dosel nupcial, en Villerville.
¿Por qué, querido Étienne, a esa hora de tu vida, este matrimonio? ¿Como Ruth y Booz? ¿Elisabeth y Zacarías? ¿O porque, como decía uno de nuestros maestros, Rabí Najmán de Bratslav, que nos gustaba citar en nuestras interlocuciones “médicas”, está “prohibido envejecer”?
La pregunta me quemaba los labios. Me atreví a plantearla, la mañana de tu funeral, a Simone. Era tu manera, me respondió, de estar bien seguros de permanecer juntos, para siempre, por la eternidad.
*** El profesor Étienne-Émile Baulieu (Estrasburgo, 1926-París, 2025) fue el inventor de la 'píldora abortiva'.