Pedro J. Ramírez, presidente y director de EL ESPAÑOL.

Pedro J. Ramírez, presidente y director de EL ESPAÑOL. Rodrigo Mínguez.

Columnas

Pedro J. Ramírez o “el oficio”

Su legado es de no aversión al riesgo, más bien al contrario, y de manejar el estandarte de la excelencia. Y así se mueve.

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Hubo una época en que “el adelanto” no existía. O sí. Pero no era una sección de periódico. Consistía en acudir al VIPS tras una cena o el cine para comprar la primera edición de los diarios. Hubo también una época en que un león era sólo eso, el rey de la selva, y el español sólo un idioma o un gentilicio.

A esa época me refiero.

En esa le vi por vez primera en una sala de reuniones. Ya llevaba tirantes. Sentí el privilegio de contemplar cómo todo un equipo de directivos de la empresa, del que yo era minúscula gota, se plegaba a sus fórmulas tan o más visionarias que hoy.

Pedro J. Ramírez, presidente ejecutivo y director de EL ESPAÑOL, saluda a Juan Manuel Moreno Bonilla, presidente de la Junta de Andalucía; a su llegada a la apertura del V Foro Económico Español en Andalucía.

Pedro J. Ramírez, presidente ejecutivo y director de EL ESPAÑOL, saluda a Juan Manuel Moreno Bonilla, presidente de la Junta de Andalucía; a su llegada a la apertura del V Foro Económico Español en Andalucía. Cristina Villarino

Fue una exhalación. No volví a coincidir con él en una sala. Un par de meses después abandonaría la dirección de Diario 16. Yo seguiría un año más en el Grupo 16, donde dirigí brevemente una revista de viajes.

Pero aquella imagen la guardo como una escena teatral que me ha acompañado en la vida. Como esas que describen a personas y personajes.

En Pedro J., hoy más Pedro que J., se confunden ambos. En aquella sala sentí que había muchos personajes. Mi olfato joven lo detectó. Y guardo en la memoria no lo que allí se habló. Pero sí el aroma del poder que tanto me impactó y que sólo conocía en su traslación a mi lectura del periódico.

Para escribir del boss, con perdón de Bruce, desde aquellos finales de los ochenta, no tengo que hacer un ejercicio de memoria, sino de tributo y de respeto. Y no sólo a quien vive el oficio de narrar historias y hacer historia. Él es esa historia. Es ese oficio.

Cuarenta y cinco años no es nada cuando la mirada cenital del director no cambia. Como la energía, no muere; sólo se transforma. Por cierto, con la misma que en los albores. Con la capacidad visionaria de siempre. Con esa que le llevó a crear EL ESPAÑOL, en una apuesta absoluta por la digitalización.

Aún le recuerdo, también, con un periódico enrollado bajo el brazo. Aseguraba que algún día la flexibilidad de los dispositivos digitales sería tal que llevaríamos, igual que el diario de papel, el del ordenador.

No se equivocó tanto. No lo llevamos bajo el brazo, sí en la mano. Aquella frase suya y otra en la que hablaba de los productos como marcas, con todos sus atributos de creación, pero también de venta, me han acompañado siempre.

Su capacidad para la innovación la he convivido. Después de aquellos inicios en los que apenas le vislumbré, le viví, y a veces lo sufrí muy de cerca, en la creación de la revista Yo Dona que acompañó a El Mundo los sábados.

Dio en la diana. Aquel proyecto que en los equipos y en cierta competencia algunos pensaron como revistilla tendría desde su gestación el título de relevancia que alcanza cualquier producto que Pedro J. toca. Porque a ese dominio que otorga ser el oficio une en simbiosis la ambición.

Antes del lanzamiento, supe el significado de carecer de miedo a medirse con lo más grande y más alto para ir más lejos. En nuestra olimpiada particular, el entrenamiento diario en la mejora constante, lejos de convertirse en estrés, se hizo práctica permanente en el servicio de contar. En este caso, lo que ocurría a las mujeres y, como él siempre me recomendó, de todo el mundo.

Su apuesta por la globalización que aporta lo digital, pasando por la personalización de las historias del día a día, ha sido y es patente en su profesión de director.

Eso le convierte en responsable de la creación de muchos profesionales que, de manera más o menos certera, porque no siempre acertamos y eso él lo sabe, pueblan diferentes espacios dentro del periodismo urbi et orbi.

Su legado es de no aversión al riesgo, más bien al contrario, y de manejar el estandarte de la excelencia. Y así se mueve. Y ahí está, como estaba siempre, cerca de sus redacciones, ejemplo de que muchos días toca remangarse, ahí donde la actualidad mancha.

Como director, le he visto confiar cada vez más en sus equipos. Por eso valora, destaca y promueve el liderazgo de aquellos en quienes confía. Generalmente se trata de los que destacan no sólo en el desempeño del periodismo, sino en el de la lealtad, también en los que saben discutir ideas propias, no siempre coincidentes con las suyas.

Recuerdo cuando le invité a escribir un artículo en el primer número de Yo Dona. Se negó, arguyendo que la revista era mía, y que no lo olvidara nunca. Siempre estaré agradecida a aquella libertad de la que disfruté y a la mezcla de generosidad e inteligencia, para impulsarnos a crecer.

Claro que le he visto rugir, especialmente cuando creía que perdía. A Pedro no le gusta perder ni al parchís, que dudo que juegue. Cuando casi ocho años después de haber trabajado juntos le dije adiós, sentí febril su mirada… Ninguno sabía que un día una mujer, Cruz, nos volvería a unir.