
Inés Hernand.
La España chabacana
Se acumulan las pruebas de que España funciona peor que hace una década, aunque la sociedad ha decidido sustituir la indignación de antaño por la resignación a la pobreza.
No sé si llego a tiempo de recomendar Confidencial (Black Bag). La película de Steven Soderbergh es uno de esos artefactos que Hollywood solía producir antes de la era de las plataformas. Con ambición comercial, pero respetando la inteligencia del espectador.
Temo que el aviso sea tardío porque su paso por las salas está siendo menos que discreto. Cuatro gatos mal contados la otra noche en el Paz.
La proyección vino precedida del anuncio de una conocida cadena de restaurantes de comida rápida basada en el pollo frito. El spot apoya toda su comicidad en la célebre rima del cinco.
Entenderán que, con ese preámbulo de fritanga y chanzas de patio de instituto, el universo cool de esos espías que viven entre fantabulosos pisos londinenses, oficinas hipertecnificadas y restaurantes caros sea un lugar en el que dé gusto sumergirse durante un rato que, cosa rara, es de sólo hora y media.
Pero las luces se encienden y hay que volver a la España actual. Más parecida al anuncio que a la película.
El declive es fundamentalmente de fondo, sí. Se acumulan las pruebas de que el país funciona peor que hace una década, aunque la sociedad ha decidido sustituir aquella indignación de antaño por una resignación a la pobreza que se amolda a todo aquello que hace no tanto se hubiera considerado un inconveniente.
Pero lo es también de formas. El jefe del Ejecutivo no sabe usar los ordinales. El canon del buen parlamentario se ha establecido en Gabriel Rufián, cuya oratoria de enfant terrible en edad de presbicia sólo destaca por la habilidad de colocar los quince segunditos para el vídeo viral con subtítulos de colores.
Se leen textos periodísticos indistinguibles del desempeño de un hablante de léxico muy reducido.
No es cuestión de invocar La Clave o las entrevistas de Soler Serrano. Pero se aspira a que la televisión pública vuelva a ser un lugar en el que el discurso se eleve un poco sobre la media.
Descorazona el lenguaje de taberna que impera en los numerosos talk-shows canallitas de la parrilla. No hay más que repasar los grandes momentos mediáticos de la presentadora de la nueva apuesta para la franja de tarde.
Aún resuena el eructo que regaló a la audiencia de la retransmisión de la alfombra roja de los penúltimos Goya.
Puede que la imagen de Los Morancos amenizando el parón a los pasajeros afectados por el caos ferroviario nos esté diciendo algo. Somos un país cada vez más parecido a Omaíta.
En el momento de su apogeo televisivo, el humor de los hermanos Cadaval ofrecía un contraste carpetovetónico a una España en plena efervescencia.
Hoy, el buen humor de los de Triana nos recuerda lo efímero de aquellas burbujas: el viaje en tren vuelve a ser una odisea que declara la guerra a la comodidad mientras desprende olor a tortilla guardada en fiambrera.
Alguno dirá que no era eso lo que imaginaba de la España de 2025. Eso es porque no se acordó de la rima.