
Pedro Sánchez.
Seguimos sin explicaciones: ¿cómo desaparecen 15 GW, presidente?
Los españoles queremos saber cómo puede quedar incomunicado e inerme el sur de Europa de forma súbita, global y sin salvaguardas.
Nuestro presidente del Gobierno impugnó el lunes la ley de conservación de la energía (ya saben, “la energía no se crea ni se destruye, sólo se transforma”) para decirnos que España entera se fue a negro porque habían desaparecido súbitamente 15 GW de la energía que se estaba produciendo.
¿Y eso cómo es, presidente?
¿Media jornada sin luz, sin teléfono ni internet en la sexta economía europea, todo a la vez en todas partes, por un tris tras? ¿Acaso somos un país de cómic que depende de que a un Homer Simpson patrio se le caiga la cerveza y apriete indebidamente un botón rojo?

Pedro Sánchez.
Por una vez, sean claros: digan la verdad y traten a los ciudadanos como adultos.
Déjense de hablarnos de "oscilación muy fuerte en los flujos de potencia".
Queremos saber por qué ocurrió: cómo pudo colapsar el sistema completo de suministro eléctrico de España por un solo fallo o salto o agujero.
Queremos saber cuánta vulnerabilidad y negligencia en la seguridad de la infraestructura crítica por antonomasia revela este caos.
Queremos saber cómo puede quedar incomunicado e inerme el sur de Europa de forma súbita, global y sin salvaguardas.
Y queremos que lo explique el presidente del gobierno de España, porque la empresa responsable de lo que quiera que haya ocurrido es Redeia, propietaria de Red Eléctrica, presidida desde 2020 por Beatriz Corredor tras muchos años vinculada al PSOE.
Exministra de Vivienda con Zapatero y diputada por Madrid y presidenta de la Comisión de Justicia en el Congreso con Sánchez, Corredor estuvo completamente desaparecida en toda la jornada de blackout.
Y también en las 24 horas siguientes.
Que cobre tres veces más que el presidente del Gobierno no significa que rinda cuentas tres veces más, sino que es tres veces más dócil para ser tres veces más útil a quien la nombró sin formación ni experiencia.
Y no. Redeia no es un operador privado como tan intencionada y bochornosamente remarcó el lunes Pedro Sánchez. Su principal accionista es la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), es decir, el Estado. La SEPI tiene un 20% de las acciones de Redeia, la empresa que a su vez tiene el 100% de las de REE.
¿Les parece poco?
Pues imaginen. Los siguientes accionistas son Pontegadea Inversiones (una sociedad de Amancio Ortega) que no pasa del 5% y el fondo Blackrock, que sólo controla un 4,64% del capital.
Ayer el presidente recondujo el timón y apuntó a pedir responsabilidades… ¿saben a quién?
A las compañías eléctricas privadas, de las que ahora ya no se excluye a Redeia.
La cuestión es que el 28 de abril fuimos un país sumido en el más absoluto silencio y oscuridad durante cinco horas y media. Sin una sola autoridad dando confianza, alguna certeza, un asidero al menos.
No esperábamos explicaciones detalladas, pero sí una voz iluminando tanta agitación y negrura. Con tantos portavoces y vicepresidencias y ministerios obedientes, la ausencia de ese elemental servicio público es sencillamente imperdonable.
Cuando compareció el presidente, ya a media tarde, fue para decirnos que reserváramos la batería del móvil y no cogiéramos el coche. Vamos, lo que ya habían dicho los alcaldes y el sentido común que nos guía. La inacción impune, esa soberbia despegada que ya vimos en la Dana.
“Todos los recursos del Estado están siendo movilizados desde el minuto uno”, dijo luego Pedro Sánchez a las 23:00 de la noche, cuando llevábamos más de diez horas abandonados, inermes y aislados del mundo.
¿Y por qué no lo dijo en ese minuto uno? ¿Acaso le importamos algo?

Beatriz Corredor.
El 28 de abril pudimos ver cómo a nuestro país le saltaban los plomos, y cómo los españoles nos hemos acostumbrado a lo inverosímil. Sin embargo, en cierto modo, este gran apagón inimaginable ha iluminado España.
Yo lo viví en Madrid, bajo un cielo deslumbrante de abril. Tras el desconcierto inicial, sin red eléctrica ni telefónica ni internet, desaparecieron las pantallas. De pronto, nos miramos a los ojos. Sin que nadie nos lo dijera, pensamos en los hospitales, en los quirófanos, en las incubadoras, en los respiradores.
Nos imaginamos a la gente atrapada en ascensores, en el metro, en los trenes paralizados.
Vimos a los viajeros con su maleta a rastras sin saber qué hacer, el tráfico fluyendo sin semáforos, mágicamente autorregulado, cientos de personas haciendo autoestop.
El Corte Inglés como refugio y conexión.
Coches abiertos con la radio a todo volumen como islas informativas para los náufragos.
Las calles se llenaron de peatones que emergían del metro y de los coches dejados a un lado, cegados por la luz pura de una ciudad estupefacta.
Las terrazas se llenaron.
En mi barrio la gente se echó a la calle con ánimo festivo y así siguió hasta bien pasada la medianoche, celebrando que la luz se había hecho de nuevo.
Pero el 28 de abril de 2025 fue un infierno para millones de personas, con consecuencias aún difíciles de evaluar. De nuevo, también, la generosidad exacerbada, el espíritu de comunidad: los ciudadanos, otra vez a la altura. La Guardia Civil y la Policía, al quite, infatigables. La UME, ese colosal recurso. La pandemia, las nevadas, los volcanes, las guerras en puertas, las riadas... el gran apagón.
¿Qué nos falta para completar las plagas de nuestro faraón?
La Unión Europea ha descartado taxativamente que se tratara de un ciberataque, pero el presidente del Gobierno insiste en mantener todas las hipótesis abiertas, y ha encargado una investigación independiente a Bruselas. Tanto cachondeo con el kit de emergencia de la UE y mira lo que hemos tardado en necesitarlo.
Agua, velas, hornillo de gas. Y la radio con pilas como salvavidas informativo.
Bendita vuelta a la normalidad. Que funcione lo cotidiano es la gran revolución, el triunfo de la voluntad. El día después, con el alma en vilo y los niños de camino al colegio, seguíamos sin saber por qué pasó lo que pasó. No lo sabremos hoy, ni mañana.
Y lo peor es que la mayoría de los españoles estamos convencidos de que no lo llegaremos a saber nunca.