El Papa Francisco, en Sri Lanka en 2015.

El Papa Francisco, en Sri Lanka en 2015. EFE

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El Papa más escrutado… y el menos comprendido

Además de leer lo que se dice sobre este Papa hay que leer lo que decía para barrer mitos preconcebidos.

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El Papa Francisco ha fallecido a primera hora de la mañana del 21 de abril de 2025, justo cuando la Iglesia Católica estrena la Pascua tras la Semana Santa. Ha muerto el Papa después de la celebración cumbre de los católicos. Una semana en la que se ha dedicado a redactar homilías, participar en eventos, recibir a los peregrinos y visitar a los presos. A vivir (y a morir), en definitiva, como siempre quiso: como un pastor entre sus ovejas.

El cardenal Jorge Mario Bergoglio hizo historia al convertirse en el primer pontífice jesuita y latinoamericano el 13 de marzo de 2013.

"Parece que mis hermanos cardenales han ido casi al fin del mundo", dijo en su primera alocución a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, consciente de que su designación rompía con el canon eurocentrista y recordando al mundo que el apellido de católica que lleva la iglesia no quiere decir otra cosa más que "universal".

Jorge Mario Bergoglio se dirige a miles de peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro del Vaticano tras ser elegido nuevo pontífice.

Jorge Mario Bergoglio se dirige a miles de peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro del Vaticano tras ser elegido nuevo pontífice. EFE

"Su elección fue tan histórica como el hito que la precedió y la permitió: la renuncia de Benedicto XVI, reconvertido en un Papa emérito "escondido para el mundo".

¿Cómo sería tener en Roma a dos pontífices a la vez? Los fanáticos de las intrigas vaticanas se vieron decepcionados por una convivencia armónica, fruto de la generosidad humilde y callada de Benedicto XVI y de la lealtad de Francisco.

Las primeras decisiones del Papa revelaron que el pontífice tenía un estilo propio. En primer lugar, tomó el nombre del santo de la pobreza. En segundo lugar, decidió quedarse a vivir en la austera Casa Santa Marta.

Quien vea gestos vacíos en estas decisiones quizá no sepa que, cuando Jorge Mario Bergoglio fue nombrado cardenal de Buenos Aires en 2001, no quiso comprar vestiduras, sino adaptar las de su antecesor. Y que era más fácil encontrarlo en las villas de la periferia que en la catedral.

"No te olvides de los pobres", cuentan que le dijo el cardenal Humes al recién elegido Papa Francisco. Y su preocupación por ellos ha sido auténtica a lo largo de todos estos años.

Para comprender al Papa Francisco hay que saber quién era Bergoglio.

Un argentino nacido en 1936 que creció en una casa en la que se hablaba el piamontés del norte de Italia.

Un técnico químico que a los veintiún años salió de una confesión con la certeza de que había sido llamado al sacerdocio.

Un jesuita que se ordenó con la misma edad con la que Cristo murió en la Cruz.

Un cardenal que habilitó un teléfono para que los sacerdotes pudieran llamarle de manera directa.

Un docente que hacía que sus alumnos leyeran a Borges.

Un confesor que preguntaba a los padres de familia si jugaban con sus hijos.

Un teólogo que hizo la tesis sobre Romano Guardini.

Un pastor obsesionado con "oler a oveja".

Ese modo de entender el "oler a oveja" del Papa Francisco es quizá lo que más ha entusiasmado, y también aturdido, a católicos y no católicos de todo el mundo. La complejidad de este último pontificado radica en ese compromiso del Papa por llegar a todos y acoger a todos. Una aspiración tan noble como difícil de realizar sin dejarse a alguien por el camino.

Quiso el Papa Francisco hablar con el mundo y entender sus dolores. La preocupación por el medio ambiente, la situación de la mujer y su papel en la Iglesia, la sensibilidad hacia las personas homosexuales, la apuesta por el diálogo interreligioso, la crítica acérrima al "paradigma tecnocrático" y su énfasis en la inmigración, entre otros, han sido temas recurrentes y están recogidos en sus escritos, especialmente Laudato Si (sobre el cuidado de la casa común), Fratelli Tutti (sobre la fraternidad y la amistad social) y Amoris Laetitia (sobre el amor en la familia).

Todo ello sin cambiar una coma de la ortodoxia de la Iglesia. De hecho, fue rotundo en cuestiones como el crimen del aborto o la reserva del sacerdocio sólo a los hombres.

Para los que esperaban una ruptura con el magisterio tradicional, sus palabras e iniciativas han sido papel mojado.

Para los que esperaban que el Papa priorizara la clarificación de doctrinas en lugar de alimentar esperanzas poco realistas, el pontificado ha dividido a la Iglesia en cuestiones centrales.

Las críticas desde dentro de la Iglesia también han venido de parte de quienes se han sentido abandonados por un Papa que quizá parecía más interesado en hablar de la inmigración que de los católicos sancionados por rezar delante de las clínicas abortistas.

Es el silencio del Papa, más que sus palabras, lo que ha dolido a quienes han sentido, en definitiva, que su Pontífice tenía caridad para todo el mundo, menos para ellos. Que hablaba mucho de muchas cosas y poco de Cristo.

Esta última es una crítica injusta si se considera que la primera de las cuatro encíclicas del Pontífice fue Lumen Fidei, sobre el papel de la fe en la existencia humana. La última ha sido Dilexit Nos, sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo.

No hay nada más cristocéntrico que esto. Estaría bien recordar que, además de leer lo que se dice sobre el Papa, hay que leer lo que dice el Papa.

Lo que sí ha manifestado el Papa en numerosas ocasiones es su rechazo absoluto a una iglesia endogámica, obsesionada con hablar sólo de sí misma y para sí misma. "A una Iglesia autorreferencial le sucede lo mismo que a una persona autorreferencial: se pone paranoica", decía ya como cardenal en unas entrevistas recogidas en El jesuita.

No dejó el Papa de animar a los católicos a "hacer lío", a ir a por las ovejas perdidas y dejarse interpelar por sus necesidades, a hacer de la Iglesia un "hospital de campaña" y a ser una "Iglesia en salida" que fuera al encuentro del mundo.

Este espíritu que pone la evangelización en el centro encuentra su máximo exponente en la Evangelii Gaudium, en la que el Papa aborda la misión de la Iglesia en el mundo actual.

Predicó el Pontífice con el ejemplo y visitó países de minoría católica, como Egipto o Emiratos Árabes, y otros en los que la Iglesia Occidental raramente pone la mirada, como Myanmar y Bangladesh.

También logró un hito al lograr un acercamiento con China.

El Papa Francisco.

El Papa Francisco. Reuters

En cuanto a la propia Iglesia Católica, Francisco puso en marcha numerosas reformas internas. La política de tolerancia cero con los abusos le llevó a acometer una nueva reforma del Código de Derecho canónico.

Creyó necesario revisar la situación de algunos movimientos más jóvenes de la Iglesia y ordenó modificar los de grupos como Comunión y Liberación y el Opus Dei.

La centralidad de la evangelización, el fin de los privilegios, la transparencia contra la corrupción y la apuesta por la sinodalidad fueron la clave de las reformas de la Curia Romana.

Los retos que presentaba la Amazonía impulsaron el Sínodo de la región.

Muchas de estas cuestiones quedan abiertas o tienen que aplicarse y han generado no poco ruido mediático del que el Papa siempre se mantuvo al margen, sin nunca confirmar las amistades y enemistades que se le achacaban.

"Las entrevistas periodísticas no son mi fuerte", decía ya el cardenal Bergoglio. Quizá esa reticencia es lo que le llevó a apostar por una imagen pública sin intermediarios. Sólo el Papa era interlocutor del Papa. Una decisión que pudo pasarle factura cuando las crisis mediáticas que generaba no eran luego zanjadas por él.

En definitiva, ha sido un Papa sometido a constante escrutinio dentro y fuera de la Iglesia Católica. Así que el legado de su pontificado no lo será menos. Pero ya dice el chiste (contado alguna vez por el propio Papa) que hasta para Dios es difícil conocer qué piensa un jesuita.

Lo que sí es cierto es que a su sucesor le tocará convertirse en pastor de una Iglesia aquejada del mismo mal que el resto del mundo: la polarización. También le tocará ocuparse de las consecuencias del Camino Sinodal Alemán, que casi lleva a un cisma en los últimos cinco años y que fue una gran preocupación para el Papa, quien manejó el asunto con discreción y exigencia.

No lo tiene fácil el sucesor del Papa Francisco, el cual, si no se alarga mucho el cónclave, será elegido en el año del Jubileo de la Esperanza convocado por su predecesor. Es una celebración que ocurre cada 25 años y, en esta ocasión, ha sido la primera vez en la historia de la Iglesia que la Puerta Santa abierta en su inauguración era la de una cárcel.

Fiel a su compromiso de salir al encuentro de la periferia, cerró Francisco su pontificado tal y como lo empezó: de la mano de los más descartados de la sociedad.

Es un final muy coherente para quien comenzó su andadura gritando a los cuatro vientos que "el nombre de Dios es misericordia".

Habrá que agradecerle para siempre ese recordatorio de que la Iglesia Católica es la única institución que puede (y debe) abrir puertas a la salvación de los hombres en los lugares donde menos abunda la esperanza.