Platos de cocina preparada en el pasillo de refrigerados de un supermercado.
Las cocinas de las casas están en peligro de extinción
El paladar se educa en casa. El día que deje de haber una cocina en cada casa seremos tremendamente cosmopolitas y unos analfabetos con un paladar industrial.
La habitación más importante de una casa es la cocina. El tamaño del salón es lo de menos, si en el baño cabe una bañera o sólo hay hueco para la ducha (mientras haya agua caliente) me parece mera vanidad, pero la cocina, ay, sostiene una civilización.
Me opongo a los arquitectos que diseñan pisitos modernísimos y diáfanos en sesenta metros y antes de entregar los planos integran la cocina deprisa y mal y por eso la esconden en el salón, porque se les había olvidado que los seres humanos todavía comen y curiosamente incluso les gusta cocinar.
Hay un mundo entero que va en dirección opuesta a las casas con cocina. Y los supermercados, que tienen el único deber de hacer negocio, no desabastecerse de papel higiénico y ponernos productos a la altura de los ojos que no sabíamos ni que queríamos, montan cada vez secciones más grandes de comida para llevar. Y parece práctico con tanta gente (cada día más) que come fuera de casa.
Tengo amigos que toman nota del recetario de su casa, como auténticos folcloristas, porque tortillas de patatas hay tantas como familias. Pero a nosotros, como el cocido, sólo nos interesa la de nuestra casa.
Hay toda una memoria detrás de la cocina, es la mitad de nuestra educación sentimental. La música que sonaba de fondo en casa cuando eras pequeño y tus padres eran jóvenes y junto a Silvio Rodríguez, Mecano o Beethoven, el olor de un guiso de patatas con carne al que un día pusieron laurel. Las lentejas de tu abuela (y las croquetas, de paso) son la única herencia valiosa que conviene dejar por escrito ante un notario.
El escritor Álvaro Cunqueiro.
Cada vez tengo más amigos que se vuelven a vivir a Valladolid cuando tienen hijos, después de años fuera. Porque aquí la vivienda todavía es asequible, se tarda cincuenta minutos a Madrid y las casas tienen cocina, y no sólo una lavadora, una placa y microondas como en un apartamento para estudiantes en Benidorm.
Lo importante es que les da tiempo a dejar a sus hijos cada mañana en el colegio, trabajar y hasta cocinar. Porque contrariamente a lo que dicen, a la gente joven cada vez le interesa más la cocina. Y algunos aprenden a hacer flan e invitan a casa, que es una costumbre en desuso.
Quizá sea ese el problema, que se invita poco a casa.
Por eso, porque están los restaurantes llenos cada día de la semana, los hay que creen que las cocinas son una extremidad en peligro de extinción. Y puede que tengan razón.
Pero es curioso como en todas las casas museo, de la de Cervantes en Valladolid a la de Lope en Madrid, los fogones son una parte indispensable del recorrido, para entender su tiempo, la vida y la obra.
Sin cocina, a ver por qué iba a escribir Cervantes aquello de "una olla de algo más vaca que carnero". O Julio Camba La casa de Lúculo o el arte de comer. España es un país de grandes gastrónomos: de Cunqueiro a Pla, pasando por Peyró.
El paladar se educa en casa. El día que deje de haber una cocina en cada casa seremos tremendamente cosmopolitas y unos analfabetos con un paladar industrial.
Si no hay cocinas en las casas del futuro habremos desaparecido como civilización. Sin una de la que salga olor a puchero, en la que cortar embutido cuando llegan los amigos o abrir una botella de vino para dos, sin todo eso, no habrá forma de reconocerse.
Porque una casa sin cocina sería como el mundo sin el Coloso de Rodas: algo de lo que tenemos constancia, pero más pobre de lo que somos capaces de entender.