Esta mañana me he levantado pensando en Adolfo. El titular del Juzgado de Instrucción número 47 de Madrid. Adolfo Carretero. Me lo he imaginado con unas gafas de lectura del Primark, haciéndose perfiles falsos en redes sociales. "Pues a mí el tal Carretero me parece un máquina".

23 de enero. 7:55 de la mañana. Con un ojo abierto y otro cerrado, escribo en las notas del móvil: "A los niños hay que mirarlos".

Cuando pienso en Errejón pienso en mis niños. Los niños a los que cuido en el colegio en el que trabajo un par de horas a la semana. Aunque unos peguen patadas y otros caminen a su aire, puedo saber casi con certeza a quiénes les dedican una mirada.

Imagen de la declaración de la actriz Elisa Mouliaá ante el juez, el pasado jueves.

Imagen de la declaración de la actriz Elisa Mouliaá ante el juez, el pasado jueves.

Una de mis niñas no habla. Sabe hacerlo, es una chica, claro que sabe. Tiene cuatro años y dibuja muy bien. Cuando se acerca a pedirme un papel extiende su mano. Yo le pregunto qué es lo que quiere, aunque ya lo sé. Ella señala el papel sin mediar palabra. Al rato vuelve y repite. Luego pasea por el patio del colegio charlando con sus dibujos. Se ríe con ellos. Se siente vista e importante. Lo que no encuentra en la gente lo encuentra de su puño y letra.

Cuando eres niño existe cierta escala social en el colegio. Están el matón, el caprichoso, el chivato, el que se quiere ir con mamá, entre otros. Ahora que soy una cabeza pensante puedo observar y encontrar ciertos parecidos con la vida adulta.

Compartir la jirafa de juguete es un trámite para mis niños. Yo les observo mientras negocian, unas veces con más sentido que otras. Más, o menos violencia.

Supongamos que Jaimito tiene la jirafa. Menganito llega y se la roba. Lo veo todo desde una esquina. Ellos no lo saben. Se pelean. Discuten. Se dicen cosas de niño. Dejan de ser amigos por un eterno minuto. Hasta que llega la magia: "Vas chivado".

Uf.

Jaimito no duda. Suelta la jirafa. Ya no la quiere. De hecho, la detesta. "Esta no me gusta. Está rota". Dice Jaimito. Y emprende su viaje hacia otro juguete más interesante, más deseado, un juguete mejor.

Le toca a Errejón. Se presenta a su declaración bien cargado de retórica. Tiene las piernas separadas y los pies apuntan a cada lado de la sala. Como tocando a todos los allí presentes. La cabeza alta y los hombros en tensión. Como los niños en el cole cuando me mienten.

Jura y perjura que nada tiene que ver todo este revuelo con haber dejado la política. Su jirafa particular. Ha venido la profe a castigarle y ahora quiere recular. No asume. Tan solo es un hipócrita más. Por eso, para evitar esto, a los niños hay que mirarlos.

Y así como mirarlos, también debemos dejarles hablar. El juez interrumpe sin cesar mientras Elisa trata de explicar su versión de los hechos. Él asiente como si ella fuera tonta. Le dice lo que debió hacer, cómo, y de qué manera. Con Errejón es otra historia. El juzgado se convierte en un bar. Para el magistrado fue un magreo y para Errejón un calentón. Tampoco estaba tan buena, parecía que querían decir.

Si Wollstonecraft viviera diría que uno de los mayores obstáculos para las mujeres en la sociedad son los prejuicios y estereotipos que deslegitiman sus demandas o que tienden a minimizarlas. En el juicio, pediría que no se asumiera de antemano que Mouliaá exagera los hechos, que miente o que busca ventaja.

Si Locke viviera os explicaría de nuevo para qué sirven las instituciones judiciales y por qué no son un patio de colegio.

Si lo entienden mis niños, entiéndanlo ustedes.