Davos es una pequeña ciudad de los Alpes suizos, la más alta de Europa, que se ha convertido, nos guste o no, en el encuentro anual más importante para nuestro desarrollo global: la reunión del Foro Económico Mundial.

En los cincuenta y cinco años que cumple en esta edición, el Foro de Davos ha pasado de ser un diálogo entre empresarios europeos y estadounidenses a una cumbre de la élite política y económica mundial, que concentra la máxima atención de los medios y no poca presencia de organizaciones no gubernamentales.

El modelo de globalización y libre mercado abanderado por el Foro Económico Mundial está cuestionado por la ofensiva proteccionista y socialmente reaccionaria del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump. La música de Davos 2025 suena más a concesiones, adaptación y colaboración con un nuevo orden mundial, que a reivindicación de progreso del precedente.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su discurso de este miércoles en el foro económico de Davos.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su discurso de este miércoles en el foro económico de Davos. Reuters

El propio tema de esta edición, "Colaboración para la Era Inteligente", resulta autoexplicativo. Especialmente por su coincidencia con el anuncio de la colosal infraestructura de Inteligencia Artificial norteamericana Stargate, 500.000 millones de dólares financiados por OpenAI, SoftBank y Oracle con todo el respaldo de la Administración recién inaugurada.

Ni Bezos, ni Zuckerberg (qué tiempos aquellos del capitalismo blando y filantrópico, ¿verdad?) ni, por supuesto, Musk han aparecido por los Alpes.

Hay incertidumbre en Davos, sin duda. La sacudida del establishment económico mundial no va a ser pequeña.

Adaptarse implica cambiar, y encontrar la forma de convivir con una nueva era Trump marcada por su determinación de obtener la hegemonía tecnológica no va a ser fácil. Entre otras cosas porque requerirá abandonar muchas etiquetas ideológicas y reajustar numerosos posicionamientos políticos que han marcado la última década: globalización, medio ambiente, inclusión, diversidad, no discriminación, etcétera.

Pero no todo son aranceles y timbales neoimperalistas: a los Davos Men (sigue habiendo poca women, salvo honrosas excepciones) no les suena nada mal la perspectiva de desregulación y reducción generalizada de impuestos.

Este es el quinto año que Pedro Sánchez asiste a este encuentro como presidente del Gobierno de España. Me atrevería a decir que es una de las citas que más le gustan, porque es planetaria. En cada ocasión, ha sabido rentabilizar al máximo su presencia y sus intervenciones, sobre todo en términos de visibilidad internacional.

Pero probablemente sea esta edición la que le ha encajado realmente como un guante, pues el gran escenario de Davos no podía ser más oportuno para darle la ocasión de sobredimensionar su agenda como personaje público,  y reducir a la mínima expresión sus vulnerabilidades, cada día más profundas, como jefe de Gobierno.

Pedro Sánchez quería interpelar a Trump, ese patán que le ignora y le señala dónde sentarse. De modo que, como adalid genuino de la democracia y la libertad de expresión, ha decidido dedicarle su intervención demonizando a las redes sociales y a sus dueños multimillonarios, que propone sean responsables penalmente de sus contenidos.

Como si eso fuera posible en un marco legislativo mundial en el que las autodenominadas plataformas eluden esa responsabilidad que sí tienen los medios de comunicación. Esos a los que, precisamente, el presidente Sánchez califica de "pseudomedios".

Sobre Cataluña, el presidente Sánchez quería ser altavoz para magnificar el retorno del Sabadell a su sede social original (la normalización, la normalización). Y ha puesto el foco en la cohesión territorial y la valoración de Competencia sobre la fusión de BBVA y Sabadell.

Pero, desde luego, no ha mencionado a su socio flotante Puigdemont, por muy suizo que sea el Foro, y ni palabra sobre cómo el fugado líder de Junts, puntal de su Gobierno, ha hecho caer con sus votos 80 medidas en materia de Seguridad Social, impuestos, escudo social, transportes, vivienda o inversión extranjera, entre otras. Uniéndose al rechazo del Partido Popular y Vox y estableciendo un nuevo precedente que inquieta a unos y hace temblar de anticipación a otros.

Sobre la fortaleza empresarial de España, Sánchez ha destacado expresamente que se siente entusiasmado y confiado con su muy afín Marc Murtra, nuevo presidente de Telefónica por obra y gracia de Moncloa. Incluso el ministro Carlos Cuerpo no ha dudado en recoger del ambiente de Davos una "interpretación positiva" de la defenestración siciliana de Álvarez-Pallete.

Pero no ha mencionado los impuestos (extra)ordinarios netamente españoles, que se mantienen para la banca y las compañías energéticas. Y, desde luego, a lo que no se ha referido el presidente del Gobierno de España es al gravísimo golpe al gobierno corporativo que ha supuesto el irrespeto a las normas comunes con la complicidad de la CNMV, su guardián, lo que abre la veda a su incumplimiento con impunidad plena.

Sobre el IBEX 35, qué mejor foto de control y apaciguamiento que la de la salita llena de consejeros delegados sin plantones notorios. Y, desde luego, un aliño internacional con un par de encuentros bilaterales, con la directora general de la Organización Mundial del Comercio y el presidente Zelenski.

Desde Davos, el presidente Sánchez se irá a Valencia, casi tres meses después de las riadas que arrasaron una veintena de municipios valencianos y de su desdichada visita a Paiporta. Hay razones de partido en su agenda, el congreso regional, y también citas de carácter político con alcaldes y militares. No sabemos si querrá bajar a las calles, aunque ya no haya barro.

Quizá Davos le haya infundido la fortaleza y el coraje necesarios para hablar con los damnificados. "Sabemos perfectamente que introducir cambios y nuevas costumbres es el único medio del que disponemos para mantenernos vivos", escribió el alemán Thomas Mann en su monumental La montaña mágica.

Ojalá resultara que Davos, el balneario suizo para pudientes enfermos de tuberculosis que inspiró la novela, viniera a ser el inicio de la cura para la dolencia sistémica que viene marcando su trayectoria al frente de nuestro país. Y que no se llama tisis, sino populismo.