El guión de Berlanga y Azcona se visualiza sin dificultad. Un oficial del ejército interpretado por Agustín González, quizá dando explicaciones ante un superior: 

El teniente coronel González Hernández, que se ha empeñado en cantar El hombre de La Mancha en la entrega del premio y ya sabe usted cómo es, ya se lo negamos en el homenaje al general Antúnez. Total: que hemos terminado cediendo. Le dije: "Cante usted El hombre de La Mancha, o cante lo que le dé la gana, casi preferimos escucharle cantando que no dándonos otra vez la barrila. ¡Qué pesado se pone usted, González Hernández!"

El ex vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias en su nuevo bar de Lavapiés.

El ex vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias en su nuevo bar de Lavapiés. @Garibaldi_28012 Twitter

Es la génesis que uno imagina viendo el resultado. El acto es la entrega del IX Premio Soldado Idoia Rodríguez. El boato incluye la presencia de la ministra del ramo, Margarita Robles. El colofón no entra en las previsiones de los asistentes. El teniente coronel Manuel González Hernández interpreta The impossible dream, la canción más conocida del musical El hombre de La Mancha.

Una mano en el pecho, un poco a lo Julio Iglesias. La otra tiende a elevarse enfáticamente. La afinación juega alguna que otra mala pasada. El conjunto nos recuerda la importancia de la producción musical. Los intérpretes más consagrados también sufrirían si carecen de más acompañamiento que su propia voz. 

Quizá toda esta explicación resulte ociosa. El hecho ha alcanzado la viralidad suficiente para ser ampliamente conocido. El vídeo ha sido objeto de visionados colectivos sepultados por las carcajadas en oficinas y reuniones de amigos. 

Desde aquí vamos a romper una lanza por González Hernández. Si hubiera un medidor fiable de la vergüenza ajena, su performance no habría superado los registros que dejan otros episodios de los últimos días. 

Pablo Iglesias ha abierto una taberna varios años después de haber convertido la vida pública española en una. El hombre detrás de la (ta)barra puede estar orgulloso.

La influencia de los llamados nuevos partidos se extingue. Sus propuestas de regeneración son hoy papel mojado. Pero el tono agresivo que impusieron las formaciones de los dos extremos es hoy la verdadera lengua vehicular de las Cortes. Los partidos de Estado la han hecho suya. Se ha perdido todo registro del lenguaje. 

Se interviene desde la tribuna o el escaño igual que se tuitea. Las sesiones son una auténtica prueba de estrés del bochorno. El audio no resulta distinguible del de un mitin. Jamás se contesta a lo que se pregunta.

Se defiende un argumentario determinado a sabiendas de que resultaría letal si se le diese la vuelta contra uno mismo. Los cruces no pueden ser calificados ni de discusión; son meros intercambios de hiperventilaciones. 

Sólo el corte de pelo diferencia al Puigdemont de 2024 del de 2017. Su intervención francesa deja en paños menores la estrategia del Gobierno, centrada en vender una Cataluña totalmente desligada del procés en la que sólo se respira convivencia y concordia. 

Pero nada de lo anterior importa lo más mínimo. Dicen que viene una guerra de verdad. Por si acaso, las cuitas cotidianas ya han adoptado la lógica bélica.

Al propio se le permite todo. No se escuchan reproches desde las voces afines y los partidos se comportan como si nunca tuvieran que rendir cuentas ante sus votantes. Reconocer la existencia de la polarización pero atribuirla en exclusiva a la facción contraria es el mejor síntoma de hasta qué punto ha llegado esa polarización. 

La buena noticia es que llega la Semana Santa. La mala es que la fecha deja el regreso todavía muy lejos de las siguientes vacaciones. Nos esperan meses profundamente desagradables. La situación no se endereza porque la propia sociedad no lo desea. 

Esperar la llegada de un cambio en este panorama sí se antoja soñar un sueño imposible.