El Barça recomendó a sus simpatizantes desplazados a Arabia "respeto y prudencia en los comportamientos en público y demostraciones de afecto".

"El comportamiento indecente", sigue, "incluyendo cualquier acto de carácter sexual, podría tener consecuencias legales para los extranjeros. También pueden ser motivo de sanción las relaciones entre personas del mismo sexo y las muestras de apoyo colectivo al colectivo LGTBI, incluso en redes sociales". 

Consejos que provocaron un gran disgusto e indignación entre quienes no viajaron y que, no necesitando por lo tanto de prudencia ninguna, podían seguir fingiendo que el problema era el aviso y no su necesidad.

Entre ellos destaca, como suele, la consejera catalana del asunto, que advirtió en su cuenta de X que "estas recomendaciones son un escándalo y van en contra de los valores del club y de la sociedad catalana".

Valores que, por motivos que habríamos de recordar más tarde, parecen basarse en el silencio y el disimulo y el vaciaje sistemático de cualquier significado de la palabra valores (del club, del cruyffismo, e incluso en su sentido meramente mercantil).

Coincidía así la consejera y el movimiento feminista (que son quienes ahora administran en exclusiva cualquier asunto relacionado con las relaciones "sexoafectivas") con tantos otros aficionados, supongo que machirulos, que tranquilamente aposentados en el sofá no necesitan que les amarguen el partido recordándoles lo caros que se les están poniendo al Barça post-Bartomeu los principios y hasta los finales, como le está pasando con Xavi.

Al Barça y, de hecho, porque aquí el Barça sí parece liderar algo gordo, al futbol europeo y también un poco a Europa en general

Porque ahora, y lo advirtió Morgan Freeman en Catar, ser tolerantes y exportar el feminismo no quiere decir, como cabía antes pensar, en conseguir que las mujeres saudís se saquen el burka, sino en ponérselo nosotros a nuestras mujeres y hasta a nuestras copas.

La auténtica corrupción no es la de los valores más nobles sino la de lo más hipócrita y naíf. Como cierto feminismo o como cierto pedagogismo democrático y liberal antes neocón y ahora, como todo lo demás, perfectamente progresista.

Ir por ir es tontería e ir para lo que fueron es ridículo, pero si hay que ir a Arabia se va y si se va hay que avisar. Porque no pudiendo o no queriendo pedirle al club que no viaje y que se ahorre el bochorno, lo que le están pidiendo es que al menos disimule. Que maquille, también aquí, y como pueda, el triste resultado.

Porque todos sabemos que la situación no mejora por muy lejos que lleguemos en la Copa del Rey pastando por los más diversos y castizos campos de España o por muchos títulos que gane la sección femenina. Que los éxitos de Alexia y Aitana no dan para fichar a los messis del futuro. Pero Arabia quizás sí. 

Xavi Hernández quitándose  la medalla de segundo clasificado de la Supercopa de España.

Xavi Hernández quitándose la medalla de segundo clasificado de la Supercopa de España. EFE

Y vemos así como en este escenario, en esta farsa, el feminismo se debate entre negar la realidad o falsearla. Como cuando se debaten entre animar a las mujeres a vestir como quieran y salir solar y borrachas porque la culpa no era suya o apuntarlas a clases de defensa personal porque todos los hombres, empezando por sus padres y hermanos, son violadores en potencia.

Arabia lo pone en un aprieto, porque el criterio que en general cierra el debate es clarísimo y es racial. La realidad se niega cuando es oscura y se exagera cuando el malo es blanquito. Y es por eso por lo que Arabia nos deja a todos en un incómodo fuera de juego. Arabia invita al silencio.

Y a soñar, quizás, con una Superliga que solucionando nuestros problemas económicos pudiera solucionar nuestros problemas de principios. Con la Superliga, al menos, las finales podríamos perderlas en Saint Denis.