Pedro Sánchez ha pasado a ser un poco lo de menos. Después de un lustro en el Gobierno y casi una década al frente del PSOE, se ha convertido en un tipo muy previsible.

En la rotundidad con la que niega que hará algo hay un guiño implícito a la certeza de que pronto lo veremos materializado. Lo ha convertido casi en un juego para el que busca la complicidad del interlocutor. Los vídeos a pantalla partida que comparan declaraciones separadas en el tiempo que se contradicen la una a la otra ya sólo sirven para afianzar una indignación preexistente. 

Pedro Sánchez conversa con los integrantes del grupo Lori Meyers, el pasado viernes en el festival internacional de música indie 'Cala Mijas'.

Pedro Sánchez conversa con los integrantes del grupo Lori Meyers, el pasado viernes en el festival internacional de música indie 'Cala Mijas'. Twitter

Por eso, el elemento verdaderamente interesante de este tiempo está en su aparato de creación de opinión. Lo hemos llamado en broma "el equipo de sincronizada". Verlo actuar produce una fascinación parecida a la de un conjunto que se alce con el oro olímpico. La coordinación es perfecta. Pese a la gran cantidad de actores sobre el escenario, ningún paso de la coreografía se ejecuta desacompasado.

Las secuencias más complicadas de las películas de Esther Williams parecen otro día más en la oficina para aquellos que se han propuesto defender todo aquello que se decida en Moncloa o Ferraz, ya sea una cosa o su contraria. Da igual que desde allí se anuncie "negacionismo" o "galope de Gish". El equipo ejecutará el número formando una masa rocosa a la que jamás le asomará fisura. 

Produce ternura escuchar o leer eso de que "a Feijóo este mes se le va a hacer muy largo". Como si acabara de emerger de la mollera del prescriptor y no fuera idea-fuerza de argumentario partidista desde el minuto cero. 

La longitud del calendario para líder del PP es una anécdota. Lo mollar está hoy en la amnistía. Un paso de enorme trascendencia que se ventila como mercancía menor.

La tónica general es el silencio. Se informa de las pretensiones de los unos y cómo las acogen los otros con una asepsia digna del mejor periodismo anglosajón cuando refiere acontecimientos de países remotos.

Casi es mejor así. Cuando se rompe es para cantar sus bondades. "Superar el problema", "mejorar la convivencia". "¡Amnistía! ¿Cómo se nos había ocurrido antes de que fuera indispensable para que él siguiera gobernando?".

La alegría está lejos de ir acompañada de un mínimo rigor argumentativo. Nos preguntamos cómo gobernarán las repúblicas independientes de sus casas estos defensores. Dejar de considerar un problema la destrucción del mobiliario mejora mucho la convivencia cuando tus hijos opositan a sucesor del demonio de Tasmania. 

Pedro Sánchez tiene el respaldo unánime de la esfera intelectual socialdemócrata del que no gozaron Felipe González ni José Luis Rodríguez Zapatero. Ha llegado tan lejos como normalizar dejar el mayor desafío a la legalidad vigente en un "aquí no ha pasado nada" sin resentir lo más mínimo el prietas las filas. 

Costará explicar este presente en el futuro. Será entonces cuando no debamos olvidar el papel de estos exégetas. 

Hemos llegado al extremo, pero este deterioro no ya de la crítica, sino del mero escepticismo dentro de cada esfera ideológica lleva lastrando mucho tiempo la plaza pública española. Está tan llena de convencidos de cada partido que alguno debería atreverse a hacer la prueba y proponer el decreto del rey Herodes. Seguro que no tardaríamos en escuchar que hay demasiados niños.