La más importante de las tragedias que sacuden nuestro país continúa sepultada bajo un silencio profundo y aquiescente. Da la impresión de que todo el mundo evita hablar de ella. La mayor parte de las familias lo prefiere. Nuestros políticos se encuentran más cómodos mirando hacia otra dirección. Y la mayoría de los ciudadanos sin relación potencial con este dramático asunto decide no rozarse en absoluto con él. Hacer, en definitiva, como si no existiera. Eso es lo que hace todo el mundo. Unos y otros.

A veces, continuamos en ese modo de negación hasta que ya es demasiado tarde y alguien que nunca envió señales de alerta se arroja desde un edificio, se corta las venas de la muñeca izquierda o consume narcóticos que le condujeron a un sueño del que ya nunca despertó. En ocasiones, quien se suicidó sí envió señales, o dejó un rastro de necesidad de auxilio que no llegó a su entorno.

Con los datos de 2022, ya no podemos mirar a otro sitio ni ignorar la magnitud del problema. Más de 4.000 personas se quitaron la vida en nuestro país en esos doces meses. Es una cifra descomunal que le muestra una bandera roja a la sociedad española. Algo estaremos haciendo mal, eso seguro. Los 4.097 suicidios registrados en España en 2022 suponen un promedio de once muertes al día, que supera la media mundial. La del 2022 es la mayor incidencia conocida en nuestro país.

Como muestra de lo abrumadora que resulta esta estadística, cabe resaltar que durante el año pasado se suicidaron casi 600 personas más que hace diez años.

Es urgente enfrentarnos a la dolorosa realidad de este alarmante incremento de los casos de suicidio en nuestro país. Se trata de una tendencia al alza imparable en los últimos años y obliga a reflexionar sobre cómo abordar esta crisis silenciosa, pero tan real y tangible como los enormes dramas de las personas a las que afecta.

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Para muchos, el suicidio continúa siendo un tabú. Como lo es, también, todo lo relacionado con la salud mental. De hecho, hasta hace no mucho, los medios de comunicación escondían a quienes tomaban esa determinación, creyendo equivocadamente que se producía un efecto llamada si se hablaba de ellos.

Pero no vale esconderse. El aumento de la incidencia en un 2,3% con respecto al año anterior invita a hacer precisamente lo contrario. Hay que revolverse ante estos datos y ante la realidad que muestran, convenir que son asfixiantes y tomar medidas cuanto antes. El suicidio debe dejar de ser un tema sobre el que se prohíba hablar, o cueste demasiado hacerlo, para convertirse en su opuesto. Uno que requiere una atención, primero, y una acción, después, urgentes.

Nuestros candidatos a gobernante, enfrascados en su particular batalla electoral, harían bien en definir en sus debates o intervenciones públicas cómo actuarían sus gobiernos sobre este asunto, ya que se trata de la primera causa de muerte no natural en España, y de la primera causa de mortalidad entre los jóvenes de 15 a 19 años.

Es imprescindible un enfoque integral que garantice mayor inversión en recursos de salud mental y que ofrezca servicios de atención psicológica y psiquiátrica accesibles a todos los ciudadanos. Que nadie se suicide porque le ha faltado ayuda de la mejor calidad. Ese debería ser el objetivo.

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Por eso es esencial destinar fondos a la investigación y a la formación de profesionales de la salud mental. Para que estén adecuadamente preparados y puedan tratar a quienes estén valorando la posibilidad de un suicidio. Los programas de prevención de suicidios deben estar perfectamente diseñados y desarrollados. Así se convertirán en una gran herramienta para quienes hagan una valoración positiva, o incluso dudosa, de la posibilidad de acabar voluntariamente con sus vidas.

No hay una causa única por la que las personas se suicidan. La falta de claridad mental y sus problemas emocionales asociados, el estrés excesivo e insoportable, la soledad no pretendida, la falta de apoyo social, el bullying en el colegio. Todas estas son circunstancias que pueden disparar el interés por terminar con una existencia envuelta en insatisfacciones e infelicidades.

El suicidio de más de 4.000 personas en 2022 debe ser analizado con todo rigor. Vivir no es fácil. Ser (incluso moderadamente) feliz, tampoco lo es. Pero querer matarse, y hacerlo, es una tragedia que evoca una realidad en la que el suspenso general corresponde a toda la sociedad. Todos tenemos responsabilidad. Todos suspendemos.