La peor catástrofe que sufrió nunca España fue la de los padres que fraguaron a sus hijos a golpe de "podrás ser cualquier cosa porque todo el mundo puede ser bueno en lo que se proponga". Les mandaron de cabeza a la infelicidad, y España todavía no se ha recuperado de aquella plaga que va de los 70 a los 2000.

Rafa Nadal.

Rafa Nadal. Diseño: Jorge Pacheco / Reuters

Quisieron criar hijos felices. Y en la mayoría de los casos sólo les salieron adultos frustrados por no parar de repetirles durante toda la infancia que de mayores podrían ser delanteros del Betis, ricos, astronautas, presidentes del Gobierno, mosqueteros del rey… incluso felices.

Y así crecieron, sin entender que se puede ser una cosa, a lo sumo dos. El resto es convertirse en diletante de profesión. Porque la vida consiste precisamente en detectar para qué se tiene talento y explotarlo. Encaramarse a él y no bajarse hasta domarlo, dedicarle horas, noches enteras. Y perfeccionarlo, porque el resto será sólo un hobby o una conversación pendiente con el psicólogo.

Si al niño no se le dan bien las matemáticas, señora, que las apruebe de una vez. Y aceptando que no será candidato a la Medalla Fields, cómprele más libros sobre Napoleón o sobre aquello que le quite el sueño antes de dormir.

Ahora recuerdo a un compañero del colegio. Era un zote para todo lo que no fuesen las ciencias naturales. Sabía más de dinosaurios que ningún catedrático de Oxford y puedo afirmarlo sin haber conocido nunca a algún paleontólogo con cátedra en la universidad inglesa. No he vuelto a saber de él, supongo que por la bronca que le pegaba su madre todos los trimestres será como poco contable o un gran asesino en serie. Pero ahí seguía ella, evaluación tras evaluación, inasequible al desaliento, segura de que su hijo podría ser cualquier cosa, incluso lo que ella dijera.

Así han pasado las décadas en España. Unos nos dimos cuenta de que nunca íbamos a ser Michael Phelps. Y otros, cuando se cansaron de intentar ser Michael Jordan, se recondujeron a concejal, diputado raso y consejero de Caja Madrid hasta acabar de presidente en la Moncloa. Porque todo el mundo tiene talento para algo, aunque sea para la venganza.

La vida consiste en hacerlo. Pero hacerlo de verdad, con todas las consecuencias. Porque no funciona de otra manera. Pero casi todo el mundo se entretiene y se disgusta intentando aquello para lo que no está llamado sin afilar jamás lo que se le da bien.

Esto lo sabía Toni Nadal cuando decía que no todo el mundo podía ser Rafa Nadal, por si alguien lo dudaba todavía. Lo mismo le ocurre a algún político, que no han nacido con vocación de servicio y aún así se empeñan en que son igualmente válidos de ministros que de candidatos a la alcaldía de Madrid, de donde huirán en cuanto pierdan las elecciones. Porque se parecen un puesto y el otro lo mismo que unos urinarios al servicio público. O que un padre a un manual de autoayuda.