A estas alturas de la legislatura, resulta difícil dudar de que Ángela Rodríguez Pam se ha convertido en uno de los activos más rentables para el presidente del Gobierno.

Cuando la inminencia del 8-M y la primera vuelta de las elecciones está emplazando al feminismo socialista a perseguir su carrera en solitario, nada mejor para que el PSOE pueda mostrarse como la división adulta de la lucha por la igualdad que los impenitentes desvaríos de la secretaria de Estado.

La secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez 'Pam', durante una rueda de prensa el pasado enero.

La secretaria de Estado de Igualdad, Ángela Rodríguez 'Pam', durante una rueda de prensa el pasado enero. Europa Press

En su última clase magistral del pasado viernes, Pam aclaró que encuentra "escandaloso ese 75% de chicas jóvenes que dicen que prefieren la penetración a la autoestimulación".

Su famélica legión de entusiastas, siempre ávida de encontrar un resquicio de sensatez en la logorrea de la podemita, la excusan por su falta de tino en la elección de las palabras. Esto es lo que alienta, dicen, la exégesis maliciosa de la opinión pública machirula, que saca de contexto sus intervenciones para echarle encima a sus manadas de fachas. Pero en el fondo (en el fondo abisal, se entiende) lo que dice tendría sentido.

Así, Pam habría hecho sencillamente un alegato a favor de una educación sexual que muestre a las mujeres la posibilidad de un erotismo en el que su placer no esté subordinado al de los hombres. Un sano replanteamiento de nuestros hábitos afectivos patriarcales que tiene por único propósito visibilizar otras formas de obtener gratificación sexual que, aunque no sean las "normativas", son más placenteras para ellas.

Pero, aún a riesgo de excederme en mi celo escrutador, diría que hay un subtexto de la cruzada de Pam contra el "coitocentrismo" que tiene mayores implicaciones.

La más evidente es la atávica pretensión del progresismo por redefinir el conjunto de costumbres y valores de las sociedades de acuerdo con sus esbozos apriorísticos. "Tenemos que hacer mucha pedagogía" es la fórmula que suele emplear el izquierdista para edulcorar su vocación de ingeniero social. De ahí la turbación de Pam cuando la realidad (que las mujeres siguen prefiriendo la compañía del varón a jugar al solitario y a las máquinas recreativas) se obstina en contradecir la tesis de que las mujeres no necesitan a los hombres tampoco para el placer.

Vaya por delante (o por detrás, no quisiera ser vaginocéntrico) que no considero que la masturbación sea de por sí un vector emancipatorio. Más bien, todo lo contrario. No es de la misma opinión Pam, que compartió con sus seguidoras en Instagram una fotografía de un Satisfyer con el lema "This machine kill fascists" [Este aparato mata fascistas], emulando la etiqueta con la que el cantautor Woody Guthrie adornaba su guitarra.

Queda claro que para el feminismo de enésima ola de Podemos la sexualidad, lejos de ser un asunto que atañe a la intimidad de las personas, es una cuestión de Estado. Por eso reivindica Pam que los poderes públicos desafíen la "ley del silencio" que pesa sobre el sexo y hablen con naturalidad de orgasmos, de pezones, de genitales y de menstruaciones. Lo vaginal es político.

Pero, en el fondo, no se trata de abandonar unas prácticas sexuales sintomáticas de unos estereotipos opresores. Pam, Alto Comisionado para la Autoestimulación, encarna ese feminismo que en el clímax de su coherencia culmina en la misandria.

[Lluvia de zascas a 'Pam' por comprar un satisfyer y decir que es "una máquina para matar fascistas"]

Porque animada por unas ideas de libertad negativa (ausencia de interdicción) y positiva (ausencia de dependencia), la liberación de las mujeres en nuestra época se marca como ideal la autosuficiencia. Y para esta autonomía radical, la complementariedad de los sexos es el principal escollo. Y el hombre mismo, como símbolo de todo un sistema de dominación.

El horizonte de la emancipación femenina es abolir la heteronorma. Que las mujeres no necesiten del macho para estar plenas. La liberación última de las mujeres consistirá en librarse de la necesidad misma de la existencia de los hombres.

La incapacidad para asumir que la mayoría de las chicas opta por la estimulación vicaria antes que por la estimulación autónoma sigue una lógica parecida a la de la soberanía corporal que las feministas proclaman para fundamentar su defensa del aborto como derecho. "Mi cuerpo es mío", reza el eslogan. En el caso de la apología pamística de la masturbación femenina y de las relaciones sexuales autosuficientes, podríamos decir que mi coño es mío, pero sólo mío. Para mí, me y conmigo, y sin compartirlo con nadie.

Todos estos planteamientos son expresión de una cosmovisión individualista que, al considerar toda forma de dependencia y vinculación con el otro sexo como un foco de subordinación, acaba prescindiendo de la relación con el otro. Y ya hemos tenido ocasión de comprobar que al final de la larga marcha hacia la utopía de la independencia plena no mora la ausencia de opresión, sino la miseria de la soledad y la cárcel del egoísmo.