La democracia siempre la desprestigian los demás. Son los otros, los que sean, los que dejan la democracia tiritando. Ellos, Adolfos de la concordia. Y la oposición, unos bárbaros golpistas.

Que invaden el parlamento en Brasil, culpa de Feijóo. Si se desploma la Bolsa, culpa de Feijóo. Si lo dejan Vargas Llosa e Isabel Preysler (crisis internacional del corazón), culpa del PP, porque España se está poniendo irrespirable para el amor.

Heteropatriarcalmente imposible.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès. Efe

Si toman el Parlamento en Brasilia unos cuantos hinchas del populismo, la culpa es de Feijóo.

Que el PSOE desvirtúa el delito de sedición, culpa de Feijóo.

Que el PSOE mete la mano en la caja en Andalucía, y en Valencia, y donde ha gobernado, culpa de Feijóo, que no les deja ser ejemplares.

Ellos, los mismos que cuando perdieron las elecciones en Andalucía llamaron a tomar las calles. Los que reían mientras Podemos incitaba a rodear el Congreso. Los que sostienen el Gobierno sobre los partidos que hicieron exactamente lo mismo en Cataluña, pero desde dentro, que es peor. 

Porque los golpes de Estado están mal si son al otro lado del Atlántico. Pero si son a este lado del mundo, se les indulta y se les acoge con los brazos abiertos en el Ejecutivo.

Y todo porque el PSOE es un partido formado por un único antisistema, un único militante, un ideólogo y un solo pensamiento: Pedro Sánchez. Y Pedro se golpea el Estado como quien se golpea el pecho. "Por su culpa, por su culpa, por su gran culpa", le dice a los medios.

Y la culpa siempre es de los demás, claro. Nunca suya por sostener su presidencia a fuerza de despenalizar y dar barra libre a los golpistas que hicieron en Cataluña lo que ahora escandaliza en Brasil.

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Un golpe de Estado es todo aquello que no le gusta a Pedro por la mañana. Los pomelos, las fotos con flash. Que no pueda coger el Falcon al pie de la cama. Que no pueda ser presidente y ministro y ministro y ministro y así hasta veintidós.

Que ya hubiera un papa en Roma ahora que, muerto Benedicto, él se veía pontífice y señor del Vaticano por la gracia de Dios. Que la oposición todavía exija explicaciones al Ejecutivo en el Congreso. Que exista el Tribunal de Cuentas y no valga con su palabra, que por otro lado debería ser ley. Que los jueces del Constitucional no militen todos en el sanchismo obrero español. 

Por eso acusa Pedro Sánchez de golpista a todo lo que se mueve. Golpista tú, golpista yo. Menos mal que Pedro Sánchez es el único demócrata que nos queda en España y que, como Juan Bautista, va perdonando golpistas y malversadores. Pedro Sánchez, cuyo reino sí es de este mundo.

España es un país de 47 millones de golpes de Estado y un sólo demócrata ejemplar.